Ángelus del domingo 30 de octubre de 1988
JUAN PABLO II
ÁNGELUSDomingo 30 de octubre de 1988
Anteayer recordamos el aniversario de la elección del Papa Juan XXIII a la sede de Pedro, elección acaecida precisamente el 28 de octubre de 1958. Han pasado ya treinta años desde aquel acontecimiento y la memoria de su querida imagen paternal se mantiene viva en el corazón de cuantos conocieron y amaron su persona afable y su enseñanza sabia y fiel a la gran tradición de la Iglesia.
Como se ve en sus notas autobiográficas, la devoción a la Virgen fue su continuo apoyo en el ejercicio del ministerio como sacerdote celoso, como clarividente Representante Pontificio en varias naciones, como patriarca de Venecia y, finalmente en Roma, como Sucesor del Apóstol Pedro. Tal devoción le fue inculcada en el ámbito de la familia en la que se recitaba cada tarde el rosario. A él se debe en particular el empuje dado a la piadosa costumbre de este encuentro dominical para la recitación del Ángelus con los fieles de Roma y con los peregrinos de todas partes del mundo.
Decía: "La querida imagen de la Señora, bajo el titulo de 'Auxiliadora' fue, durante muchos años, familiar a nuestros ojos de niño y adolescente en casa de nuestros padres" (Discorsi, Messaggi, Colloqui del Santo Padre Giovanni XXIII, IV, pág. 307). En otra ocasión, al exhortar a los fieles a una confianza firme en la Virgen, añadía: "Ella no busca otra cosa que hacer nuestra vida más fuerte, dispuesta y operante: María ayudará a todos los que aquí abajo somos peregrinos, con su apoyo superaremos las continuas tristezas y adversidades y nos habituaremos a mirar al cielo con serenidad y alegría" (ib., II, pág. 707).
Ante la inminencia del Concilio Vaticano II, recordando las visitas que estaba acostumbrado a hacer desde niño con sus padres a los santuarios, fue en peregrinación al santuario de Loreto para implorar la protección maternal de María sobre los trabajos de aquella gran Asamblea Ecuménica, cuya solemne apertura quiso que tuviera lugar en la fiesta de la Maternidad de María, el 11 de octubre de 1962.
La devoción del santo rosario encontró en él, no sólo a un devoto, sino a un apóstol: "El rosario ―enseñaba en la Carta Apostólica titulada Il Religioso convegno―como ejercicio de devoción cristiana entre los fieles de rito latino... tiene su lugar, para los eclesiásticos, tras la Santa Misa y el Breviario, y, para los laicos, tras la participación en los sacramentos". En los últimos años de su vida hizo la promesa, renovada también al inicio de su pontificado y siempre observada después, de recitar cada día, no sólo la tercera parte del rosario, sino todo entero: vela en él un "compendio del Evangelio", el patrimonio espiritual de toda familia cristiana. En la Carta Apostólica citada más arriba se refería al rosario con estos fervorosos acentos: "Cuánta dulzura al verte llevado por manos de inocentes, de sacerdotes santos, de jóvenes y de ancianos... levantado como emblema por muchedumbres innumerables y piadosas y como estandarte emblemático de paz en los corazones y para todo el género humano".
Al escuchar hoy de nuevo esta voz tan autorizada, perseveremos también nosotros en la escuela de la Virgen, Madre de la Iglesia y Abogada de cada uno de nosotros ante su Hijo Jesús.
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