Ángelus del domingo 5 de enero de 1986
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 5 de enero de 1986
1. "Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo" (Ef 1, 3), rezamos hoy con las palabras de la Carta a los Efesios.
Sea bendito porque "nos bendijo en Cristo con toda clase de bendiciones espirituales, en el cielo. Ya que en Él nos eligió, antes de la creación del mundo... Nos predestinó a ser hijos adoptivos suyos por Jesucristo" (Ef 1, 3-5).
2. Reunidos para la oración del Ángelus, deseamos meditar una vez más en el misterio gozoso de la Navidad.
Este es el eterno misterio en Dios; el eterno engendrar. El Padre y el Verbo: El Hijo de la misma naturaleza que el Padre. El Padre y el Hijo unidos en el Espíritu Santo.
Este es el misterio de Belén, en la historia de la humanidad: el nacimiento del Hijo de Dios, por obra del Espíritu Santo, de la Virgen. "El nombre de la Virgen era María" (Lc 1, 27).
Este es, además, el misterio interior del hombre: Dios nace como Hombre, para que el hombre pueda nacer, mediante la gracia, como "hijo adoptivo" de Dios.
El tiempo de Navidad nos acerca a este triple misterio: este triple nacer, que constituye el centro mismo de la Buena Nueva y a la vez de nuestra existencia cristiana.
3. Nos unimos a la Madre de Dios en la contemplación de estas "maravillas de Dios" (cf. Act 2, 11).
Y rezamos:
a fin de que el Dios de nuestro Señor Jesucristo. el Padre de la gloria, nos dé Espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo (cf. Ef 1, 17).
Oramos:
a fin de que ilumine los ojos de nuestro corazón, para que comprendamos cuál es la esperanza a la que nos llama y cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos (cf. Ef 1, 18).
Es indispensable que estos ojos de nuestro corazón estén iluminados para que la Navidad sea para nosotros la verdadera Epifanía de Dios.
Como lo fue para los pastores, para los Magos de Oriente, para Simeón y Ana, para Juan Bautista, para los Apóstoles: la riqueza de gloria dada en herencia a los santos (cf. Ef 1, 18).
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