Ángelus del domingo 6 de diciembre de 1981
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 6 de diciembre de 1981
1. En el tiempo de Adviento, la Iglesia fija su mirada de modo particular en la Virgen de Nazaret como Aquella en la cual se ha realizado el anuncio de la Antigua Alianza. Leemos en Isaías: "¡Mirad: la Virgen está encinta y da a luz un hijo, y le pone por nombre Emmanuel!" (Is 7, 14). El nombre de "Emmanuel" significa: "Dios con nosotros".
Por obra del Espíritu Santo Dios se hizo hombre en el seno de María. Así, pues, tributemos a Ella una particular veneración y, al mismo tiempo, no cesemos de encomendar a su corazón materno todos los problemas de los hombres. De modo especial encomendémosle hoy a todas las madres, hermanas e hijas de toda la tierra.
2. " Intercede... pro devoto femineo sexu, sentiant omnes tuum iuvamen, quicumque celebrant tuam sanctam solemnitatem".
La Iglesia ora encomendando a la Madre de Dios de modo particular todas las mujeres.
Que esta oración nos ayude ―siempre en conexión con la conmemoración del 90 aniversario de la Rerum novarum―, a tocar, hoy, aunque sea brevemente, un importante problema, el trabajo de la mujer, que ha adquirido un relieve especial en nuestro tiempo.
3. El problema de la igualdad jurídica entre el hombre y la mujer ha de resolverse con una legislación social que reconozca la igualdad de los hombres trabajadores con las mujeres trabajadoras y, a la vez, como dice la Pacem in terris, tutele para éstas "el derecho a condiciones de trabajo conciliables con las exigencias y con sus deberes de esposas y madres" (núm. 10). Es preciso construir una sociedad en la que la mujer pueda atender a la formación de los propios hijos, que son los protagonistas de la sociedad futura. La Iglesia es sensible a esto y, como dije en la conclusión del Sínodo de los Obispos celebrado el pasado mes de octubre, "es necesario que la familia pueda vivir con holgura también cuando la madre se dedica plenamente a ella".
Esto no quiere decir que se excluya a la mujer del mundo del trabajo y de la actividad social y pública. Más aún, repito a todas las mujeres: "Estad presentes con vuestra creatividad en la transformación de esta sociedad...; llevad vuestra aportación iluminada por vuestro sentido religioso a todos los vuestros, y aún a las más altas magistraturas" (Discurso en el estadio "Jalisco", Guadalajara, 30 de enero de 1979).
4. En la Encíclica Laborem exercens he tenido ya oportunidad de expresarme claramente sobre este tema. Pero es necesario volver a insistir en algunos puntos de ese documento, y sobre todo en la dimensión personalística del trabajo; efectivamente, "el trabajo humano no mira únicamente a la economía, sino que implica además y sobre todo, los valores personales" (núm. 15); por esto "hay que organizar y adaptar todo el proceso laboral de manera que sean respetadas las exigencias de la persona y sus formas de vida, sobre todo de su vida doméstica, teniendo en cuenta la edad y el sexo de cada uno" (núm 19). "La verdadera promoción de la mujer exige que el trabajo se estructure de manera que no deba pagar su promoción con el abandono del carácter específico propio en perjuicio de la familia en la que como madre tiene un papel insustituible" (ib.). En una sociedad que quiere ser justa y humana es absolutamente necesario que las exigencias espirituales y materiales de la persona ocupen el primer lugar en la jerarquía de los valores. Por tanto, es de desear que, aún dentro del respeto a la igualdad del derecho al trabajo para todos ―hombres y mujeres― resulte posible a cada madre, "sin obstaculizar su libertad, sin discriminación sicológica o práctica, sin dejarle en inferioridad ante sus compañeras, dedicarse al cuidado y a la educación de los hijos según las necesidades diferenciadas de la edad" (ib.).
5. La Iglesia reconoce y alaba la aportación específica, necesaria e insustituible que la mujer, sobre todo hoy, puede dar y de hecho da a la promoción del bien común en el orden público y en el sector del trabajo. Dotada por el Creador de un propio don innato, hecho de profunda sensibilidad y de fino sentido de lo concreto y de la medido, está llamada, juntamente con el hombre a contribuir al crecimiento de una sociedad más justa y humana. Por tanto, deseo invitar también hoy a cada una de las mujeres, con palabras estimulantes, a hacer extensivo el ejercicio de sus preciosas cualidades de la esfera de lo privado a la pública y social, y de hacerlo sabia y responsablemente (cf. Discurso al XIX Congreso Nacional del CIF núm. 2, 7 de diciembre de 1979).
6. Teniendo todo esto ante los ojos: la dignidad de la mujer, su vocación materna y, al mismo tiempo, social ―la responsabilidad por el trabajo que ella emprende en diversos sectores―, no cesemos de decir a la Madre de Dios: "Intercede pro devoto femineo sexu. Sentiant omnes tuum iuvamen".
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