Ángelus del domingo 6 de marzo de 1988
JUAN PABLO II
ÁNGELUSDomingo 6 de marzo de 1988
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hoy queremos ir en peregrinación al santuario mariano de Abiyán (Costa de Marfil), que lleva el nombre de "Nuestra Señora de África, Madre de todas las gracias". Es un título que encierra una esperanza, un compromiso de evangelización, una forma de consagración para todo el continente africano.
El santuario es muy reciente: fue inaugurado hace apenas un año, en febrero de 1987. Yo mismo, con ocasión de mi visita pastoral a esas tierras, bendije su primera piedra. El edificio, levantado con la contribución de generosos sacrificios por parte de las comunidades católicas locales, tiene una arquitectura con un perfil dirigido hacia lo alto, como un dedo que quisiera indicar la meta del cielo.
2. En la entrada del santuario se leen, esculpidas en grandes caracteres, las palabras evangélicas de María: "Yo soy la esclava del Señor", "Haced lo que Él os diga".
El interior del templo, iluminado por grandes y bellas vidrieras, se abre hacia un amplio anfiteatro, donde se celebran los actos con mayor concurrencia de fieles. Tanto la cúpula helicoidal que domina el santuario, como la imagen en cemento que corona la cima, pueden verlas desde lejos los que van por las calles adyacentes y, al iluminarlas por la noche, aparecen como un signo sensible de la presencia materna de María en la región.
La Virgen Madre que se venera allí está representada por una estatua de madera preciosa, obra de un joven escultor del país. Con los rasgos de una muchacha de Costa de Marfil, María está de pie, alta y enhiesta. Pero el peinado y la larga cinta lateral que la ciñe, con el extremo del vestido replegado en el brazo izquierdo, no pertenecen a ninguna raza particular. Amable y sonriente, presenta al Niño Jesús que se dirige a los fieles con los brazos abiertos.
3. El artista ha querido significar de este modo una profunda verdad teológica: El Hijo de Dios ha nacido de una Mujer y nos lo da una Mujer, que se llama María.
Los gestos maternos de Ella son de una admirable espontaneidad. Su juventud quiere significar que Ella, al no estar dañada por la corrupción del pecado, pertenece a todas las épocas de la historia, y es, como el Hijo, contemporánea nuestra. Su sonrisa indica la paz, el gozo del alma, el hábito de la contemplación interior, el amor a Dios, que hizo de Ella el santuario privilegiado del Espíritu Santo.
4. María está hoy en la gloria bienaventurada de Dios en cuerpo y alma. Pero sigue siendo para nosotros la mujer que, desde Belén a Nazaret y a Jerusalén, vivió en la tierra como nosotros. La representamos justamente como partícipe de las características de cada pueblo, y por tanto, también como mujer africana, Madre amorosa, que en todo lugar está al lado de sus hijos. Ella continúa dándonos a su Hijo, porque no retiene para sí ninguno de los dones recibidos de Dios. Da todo lo que ha tenido, y se da a sí misma con incomparable amor materno.
En este Año Mariano pidamos para que toda África, continente de la esperanza, pueda abrirse cada vez más, a pasos agigantados, a la luz y al amor del Salvador de los hombres.
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