Ángelus del domingo 7 de octubre de 1990
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 7 de octubre de 1990
Queridos hermanos y hermanas:
1. Al final de una liturgia tan solemne, quisiera invitaros a dirigir la mirada hacia María, Madre de la Iglesia y Reina de los Apóstoles. Hacia ella mira con confianza la comunidad de los creyentes, sobre todo en estos días en que se está celebrando la VIII Asamblea general del Sínodo de los obispos, consagrada, como es sabido, al delicado tema de la formación sacerdotal en la situación actual. El sínodo es un acontecimiento eclesial de extraordinaria importancia, que pone de manifiesto, mediante la presencia significativa de los representantes de todos los continentes, la dimensión universal y misionera del anuncio evangélico. Os invito a todos a acompañar los trabajos con la oración. Me dirijo sobre todo a los enfermos, y a quienes están probados de modo especial, para que ofrezcan a Dios sus sufrimientos. Es necesario que también hoy, como en los comienzos, la Iglesia persevere "en la oración, con un mismo espíritu en compañía... de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos" (Hch 1, 14).
2. También interceden por nosotros, y se unen a nuestra insistente invocación por el éxito de la asamblea sinodal, los nuevos beatos José Allamano y Aníbal María Di Francia, ambos formadores de sacerdotes y apóstoles de la animación vocacional.
Por este motivo su beatificación durante el desarrollo del sínodo adquiere un significado particular. Ellos son, en efecto, testimonio vivo de los prodigios que el Espíritu Santo obra en los que responden generosamente a la llamada divina. Con su ejemplo, recuerdan a todos el deber urgente de pedir "al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38), y alientan a los sacerdotes, a los seminaristas y a sus formadores, apóstoles de la nueva evangelización, para que recorran sin dudas y con gozo el camino de la santidad, que es abandono confiado en la voluntad de Dios y servicio sin reservas a los hermanos.
3. Junto con ellos, nos dirigimos ahora a la Madre del Salvador, venerada por el beato Allamano con el título de "Consolata", y por el beato Aníbal María Di Francia bajo la advocación de "María Niña".
Invoquemos su ayuda para los trabajos sinodales, para los sacerdotes y para toda la comunidad de los creyentes, llamada hoy a un renovado compromiso misionero; imploremos su intercesión por la paz del mundo.
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