Ángelus del domingo 8 de abril de 1984
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 8 de abril de 1984
1. La llagada del mediodía nos invita a dirigir el pensamiento a María con la oración del Ángelus.
Estamos ya próximos a los días de la pasión del Señor y la liturgia nos orienta decisivamente hacia la Pascua. Pero no podemos olvidar, especialmente en este Año Jubilar de la Redención, el misterio del que ha brotado todo y que es el fundamento constitutivo de nuestra reconciliación con Dios: el misterio de la Encarnación.
Precisamente, estos días, en las Iglesias de rito bizantino ha tenido lugar una significativa celebración litúrgica mariana: la celebración del "Akáthistos", célebre himno que, desde hace muchos siglos, se canta en todas partes, "de pie", en honor de la Madre de Dios. Monasterios y parroquias, sobre todo de las Iglesias ortodoxas, nuestras hermanas, han vivido con profunda piedad y con intensa participación esta liturgia, cantando a la Virgen en el corazón del misterio que salva: el misterio del Verbo encarnado y de su Iglesia.
2. Salve, por ti surge la alegría; salve, por ti llega al ocaso el dolor". Así comienza ese antiguo himno, objeto de una fiesta litúrgica propia. Efectivamente, la presencia de la Virgen, en la economía de Dios, se extiende tanto como se extiende el misterio de la humanidad de Cristo, sacramento vivo de la unidad y de la salvación del género humano. Dondequiera que Cristo irradia su acción salvífica, allí está misteriosamente presente la Madre, que lo vistió de carne y lo dio al mundo.
María está presente en el misterio que se realizó un día en su seno, haciéndola trono de Dios, más fúlgido que un trono de ángeles: "¡Salve, oh trono santísimo de Aquel que se sienta sobre querubines"; está presente en la efusión de paz y de perdón que Dios, por su medio, otorga al mundo: "Salve, clemencia de Dios para con el hombre". Está presente en la misericordia que continúa derramándose copiosa, en la gracia que nos reviste de luz: "Salve, campo que produce abundancia de misericordia". Está presente en la boca de los Apóstoles que anuncian la Palabra y en el testimonio de los Mártires, que por Cristo van a la muerte: "Salve, tú, la voz perenne de los Apóstoles", "Salve, indómita audacia de los Mártires". Está presente en el itinerario de fe que lleva a los catecúmenos al bautismo, en los sacramentos que engendran y alimentan a la Iglesia: "Salve, tú eres la fuente de los Santos Mártires, tú el manantial de las Aguas abundantes, tú vida del sagrado Banquete". Está presente en el peregrinaje de la Iglesia hacia la patria de los cielos, a lo largo del desierto del mundo. "Salve, por ti levantamos los trofeos; salve, por ti caen vencidos los enemigos". Está presente junto a cada uno de nosotros, que confiamos en Ella: "Salve, medicina de mi cuerpo, salvación de mi alma".
3. Así canta este antiguo himno, compuesto cuando las Iglesias todavía estaban unidas. Que sea preludio para los tiempos en que todas las Iglesias se volverán a encontrar reconciliadas y reunidas, por la potencia de Dios y la intercesión de la Virgen, en la única fe y en la única alabanza.
Esto es lo que esperamos, trabajando y orando.
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