Ángelus del domingo 8 de junio de 1980
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Domingo 8 de junio de 1980
1. "Ave verum Corpus natum / ex Maria Virgine..." (Salve, Cuerpo nacido de María Virgen).
Mientras hoy, aquí en esta plaza de San Pedro, queremos manifestar el particular culto hacia la Eucaristía, hacia el Santísimo Cuerpo de Cristo, nuestros pensamientos se dirigen a Aquella de quien Dios, el Hijo de Dios, tomó este Cuerpo: a la Virgen, cuyo nombre es María. Especialmente, mientras nos encontramos aquí para rezar, como todos los domingos, el Angelus, la oración que tres veces al día nos recuerda el misterio de la Encarnación: "Verbum caro factum est, et habitavit in nobis" (El Verbo se hizo carne, y habitó entre nosotros).
Saludamos, pues, con veneración y honor a ese Cuerpo del Verbo Eterno y a Aquella que, como Madre, dio el Cuerpo al Verbo Eterno.
Este Cuerpo es el Sacramento de la redención del hombre y del mundo:
"Vere passum, immolatum / in cruce pro homine" (Padeció realmente, fue inmolado en la cruz por el hombre).
Este Cuerpo martirizado hasta la muerte en la cruz, juntamente con la Sangre derramada en señal de la Nueva y Eterna Alianza, se ha convertido en el Sacramento más grande de la Iglesia, al que hoy deseamos tributar particular adoración, demostrar particular amor y gratitud. Efectivamente, este Cuerpo es verdaderamente la comida, así como la Sangre es verdaderamente la bebida de nuestras almas, bajo las especies del pan y del vino. Restaura las fuerzas interiores del hombre y fortalece en el camino hacia las vías de la eternidad. Ya aquí en la tierra nos permite pregustar esa unión con Dios en la verdad y en el amor, a la que nos llama el Padre, en Cristo, su Hijo. Por esto, la invocación última:
"esto nobis praegustatum / mortis in examine".
Que todos nosotros podamos recibirte Cuerpo de Dios, en la última hora de nuestra vida terrena, antes de comparecer en la presencia de Dios.
2. Mientras me preparo junto con vosotros, queridos hermanos y hermanas, para la adoración del Cuerpo de Cristo en la plaza de San Pedro aquí en Roma, aparecen ante mis ojos dos momentos de mi reciente visita a París que han quedado especialmente grabados en mi corazón.
Ante todo el sábado pasado por la tarde, la visita a Rue du Bac: el santuario particular de la Inmaculada, oculto en una modesta capilla de la casa generalicia de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl; desde hace más de 100 años, lugar de oración incesante de los hombres y mujeres de Paris, de Francia y del mundo.
El domingo siguiente, casi a media noche, la visita a la basílica del Sagrado Corazón en Montmartre, donde desde casi hace un siglo perdura la adoración incesante al Santísimo Sacramento, sin intervalo día y noche. Y sin intervalo hay allí hombres que oran, que adoran, que, en el espíritu de Santa Margarita María, ofrecen reparación a ese Corazón que tanto ha amado al mundo y al hombre en este mundo, y que tantos ultrajes y olvidos recibe de él.
Estos dos lugares, los dos santuarios del gran Paris, se unen en este momento en mi recuerdo agradecido, mientras nos preparamos para adorar, aquí en la plaza de San Pedro en Roma, en el corazón de la Iglesia, al Sacramento del amor:
"Ave, verum Corpus, natum / ex Maria Virgine; vere passum, immolatum / in cruce prohomine; esto nobis praegustatum / mortis in examine" ("Salve, Cuerpo verdadero, nacido de María Virgen; que has padecido, has sido inmolado en la cruz por el hombre; haz que podamos recibirte en la hora de la muerte, antes de presentarnos ante el juicio de Dios").
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