Ángelus del miércoles 10 de noviembre de 1982
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Miércoles 10 de noviembre de 1982
Al regresar del viaje tan importante y denso a España, siento la necesidad de manifestar públicamente ante vosotros, queridos fieles, mi ferviente gratitud al Señor, que me ha concedido visitar esa gran nación cristiana, a la que he podido llevar mi saludo afectuoso y a la que he podido repetir con amor y con fuerza el eterno mensaje del Evangelio, confirmando la alta enseñanza de sus obispos y la ejemplar heredad de sus santos.
Quiero volver aún sobre la compleja realidad eclesial y social de esta peregrinación histórica; y por esto dejo para una próxima oportunidad la mención de los diversos encuentros, y mi agradecido, renovado saludo a todas las autoridades, religiosas y civiles, que los han facilitado.
Pero en este momento en que vamos a rezar el "Ángelus", me urge sobre todo expresar otro sentimiento: mi alegría por haber podido visitar, este año, los célebres santuarios marianos de la Península Ibérica. Lo considero un privilegio especial que me ha concedido la Virgen Santísima. Y mi pensamiento conmovido vuelve, ahora, a los lugares bendecidos por la presencia materna de María: después de Fátima, en el pasado mes de mayo, están ahora la basílica de Guadalupe, el santuario de Nuestra Señora de la Fuencisla en Segovia, el santuario de la "Virgen de los Reyes" en la catedral de Sevilla, el santuario de la "Virgen de las Angustias" en Granada, el de la "Virgen del Pilar" en Zaragoza, el célebre santuario mariano de Montserrat y, finalmente, el de la "Virgen de los Desamparados".
Mi gratitud a la Madre celeste es profundamente sentida y se transforma en súplica por España, así como por vosotros, fieles aquí presentes, y por todos los cristianos: pidamos todos juntos a la Santísima Virgen que el viaje apostólico, que acaba de concluir, sirva para formar mejor las conciencias, iluminando a los alejados y a los que aún dudan, robusteciendo y estimulando a los cristianos.
Al recordar tantas visitas y encuentros, deseo concluir con las palabras pronunciadas en Guadalupe:
¡Bendita Tú! Este saludo une a millones de corazones... María no es sólo la Madre solícita de los hombres, de los pueblos, de los emigrantes. Es también el modelo en la fe y en las virtudes que hemos de imitar durante nuestra peregrinación terrena".
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