Ángelus del miércoles 29 de junio de 1988
JUAN PABLO II
ÁNGELUSMiércoles 29 de junio de 1988Solemnidad de los Santos Pedro y Pablo
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Con especial alegría os dirijo mi palabra hoy, solemnidad de los Santos Pedro y Pablo, principales Apóstoles de la Iglesia universal y Patronos de esta ciudad: Hoy está de fiesta toda la comunidad cristiana, y especialmente Roma, centro de la catolicidad.
Nuestra religión se basa toda en la fe, la cual no sólo es un sentimiento espiritual subjetivo, sino que es adhesión al acontecimiento histórico de Cristo, Verbo de Dios encarnado en un lugar concreto y en un tiempo determinado. Nosotros, lejos en siglos de ese acontecimiento maravilloso y complejo, tenemos noticia cierta del mismo por medio de los Apóstoles, testigos oculares "escogidos por Dios" (Act 10, 41), y, de modo especial, por medio de Pedro y Pablo, que tuvieron también con la experiencia sensible un carisma extraordinario de revelación divina (cf. Mt 16, 17; Act 9, 3 ss.), gracias al cual se convirtieron en testigos cualificados de la venida y de la Revelación del Señor en el mundo.
Su testimonio revive hoy en la enseñanza de sus sucesores, de modo especial en la del sucesor de Pedro, a quien Cristo confió la tarea de "confirmar a los hermanos" (cf. Lc 22, 32). Sólo aceptando este testimonio entramos a formar parte de la comunidad de los redimidos. Por eso la Iglesia recuerda con devoción a cada uno de los Apóstoles, tributa honor especial a Pedro y, con él, a Pablo el día de su fiesta. Renovemos hoy el propósito de estar unidos fielmente a Pedro: así lo estaremos a la Iglesia, lo estaremos a Cristo, en el que el Padre se nos ha revelado a Sí mismo y nos ha comunicado su vida divina.
2. Me es grato recordar que hace diez años ―precisamente en la solemnidad de los Santos Pedro y Pablo―, el Papa Pablo VI, en la homilía de la Santa Misa, celebrada en la Basílica Vaticana, pronunciaba lo que sería su testamento de fe y de amor: un discurso muy profundo, emocionado, y sin embargo lleno de confianza y de ánimo. "Con la vista fija en los Santos Apóstoles ―decía―, queremos echar una mirada de conjunto a lo que ha sido el período durante el cual hemos tenido confiada por el Señor su Iglesia... Nos sentimos en este último umbral supremo consolado y animado por la conciencia de haber repetido incansablemente ante la Iglesia y el mundo: 'Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo'(Mt 16, 16); y como Pablo, creemos que podemos decir: 'He combatido el buen combate, he terminado mi carrera, he guardado la fe' (2 Tim 4, 7)".
Pablo VI, estando ya cerca del encuentro con Dios, hallaba consuelo y serenidad en el mensaje da los Santos Pedro y Pablo, que el siempre creyó y anunció con firmeza, incluso en medio de tantas controversias y tantas adversidades. A diez años de su muerte, lo recordamos con afecto, meditando sus palabras de Padre y de Pastor, especialmente en este día de gozo para la Iglesia.
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