Ángelus del sábado 26 de diciembre de 1981
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Sábado 26 de diciembre de 1981
Fiesta de San Esteban
También hoy, queridos hermanos y hermanas, os habéis reunido conmigo, en la plaza de San Pedro, para prolongar de algún modo la alegría íntima y profunda del misterio navideño, que hace revivir el nacimiento del Hijo de Dios en medio de los hombres.
Realmente, la Navidad es una fiesta tan grande, que no puede quedar circunscrita en el breve arco de una sola jornada. Y así, la Iglesia, lo mismo que ha pensado en la preparación de la festividad con las cuatro semanas del Adviento, así también, después de la fecha del 25 de diciembre, ha querido establecer una serie de celebraciones litúrgicas para poner de relieve cada uno de los aspectos de la festividad central, hacer percibir más adecuadamente su inmensa riqueza espiritual, invitar a saborear interiormente sus contenidos y alcanzar la meta de la paz deseada por el coro de los ángeles.
Hoy la liturgia conmemora el nacimiento a la vida eterna del primer mártir San Esteban, joven diácono lapidado en el alba de la historia de la Iglesia porque creía en Cristo y ya veía los cielos abiertos para acogerlo.
El martirio es un testimonio de fe en el Salvador de los hombres. Jesús es el único Salvador. No hay otros. La vida de cada cristiano, coherente con su fe, está sometida continuamente al tormento de mil dificultades; se convierte en un martirio, a veces incluso en sentido físico; y, por lo tanto, adquiere valor de testimonio.
Pues bien, hermanos y hermanas, el mundo, para ser salvado, necesita de estos testigos vinculados a Jesús Salvador. San Esteban ha sido cronológicamente el primero de una serie jamás interrumpida en la historia de la Iglesia. En este momento, nuestro recuerdo va a todos los que, en cualquier ángulo de la tierra, sufren por amor de Cristo y de los hermanos, son humillados y ofendidos dentro y fuera de las fronteras de la misma patria, de su ambiente, de su comunidad; y los invitamos a elevar los ojos a lo alto, a ver, como San Esteban, los cielos abiertos.
Con el rezo del Ángelus, pidamos que todos los hombres acojan el mensaje salvífico de Navidad.
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