Solemnidad de la Asunción de la Virgen María, 15 agosto 2001
JUAN PABLO II
ÁNGELUS
Solemnidad de la Asunción de la Virgen María
15 de agosto de 2001
1. "De pie a tu derecha está la reina, enjoyada con oro de Ofir". Así canta hoy la Iglesia, mientras admira con gozo el acontecimiento prodigioso de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al cielo. Esta solemnidad, situada en el corazón del verano, constituye una ocasión propicia para meditar en las realidades que trascienden la existencia terrena. Al contemplar a la Virgen en la gloria celestial, comprendemos mejor que los quehaceres y las fatigas de cada día no deben absorbernos totalmente, porque el horizonte de la vida no se limita a la tierra. En María, que hoy resplandece de luz, vemos realizarse plenamente cuanto el Padre celestial promete a quienes lo sirven generosamente, llevando su fidelidad, si fuera necesario, hasta la entrega suprema de la vida.
2. Testigo valiente de esta fidelidad fue san Maximiliano Kolbe, cuya fiesta celebramos ayer. Se inspiró siempre en María, a quien solía llamar la "dulce Madre". Digno hijo espiritual de san Francisco, murió el 14 de agosto de 1941, precisamente en la víspera de la solemnidad de la Asunción, en el tristemente célebre campo de concentración de Auschwitz.
Este año se cumple el 60° aniversario de su dramático y heroico martirio. Después de indecibles sufrimientos, fue asesinado con "una inyección de ácido venenoso en el brazo izquierdo" -como dice el informe de quien constató su muerte-, y su cadáver fue incinerado, al día siguiente, en los hornos crematorios. Se había ofrecido con valentía en lugar de un padre de familia que gritaba: "¡Mi esposa, mis hijos! ¡Ya no los veré nunca más!". Ese gesto tan generoso se puede considerar simbólicamente como un "don a la familia", cuya fundamental misión en la Iglesia y en la sociedad tenía bien presente. A este propósito había escrito que "el amor recíproco de las personas que se unen para formar una familia es un eco auténtico del amor divino" (Escritos del p. Kolbe, 13. 26).
3. Ojalá que la memoria de este mártir de la caridad ayude a los creyentes a seguir sin titubeos ni componendas a Cristo y su Evangelio. Que san Maximiliano, hijo devoto de la Virgen, anime especialmente a las familias y a los jóvenes a buscar en la Madre de Dios apoyo en los momentos difíciles y orientación segura hacia la santidad.
Él se dejó guiar siempre de la mano por la Inmaculada, pues, como solía repetir, estaba convencido de que "María pensará en todo por nosotros y, alejando cualquier angustia y dificultad, acudirá prontamente a ayudarnos en nuestras necesidades corporales y espirituales" (Escritos del p. Kolbe, 25. 56).
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