Angelus 20 de junio

Autor: Juan Pablo II

JUAN PABLO II

ÁNGELUS 

Domingo 20 de junio de 2004

1. El viernes pasado celebramos la solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, la última de las grandes fiestas litúrgicas que, después del tiempo pascual, constituyen síntesis admirables del misterio cristiano:  la Santísima Trinidad, el Cuerpo y la Sangre de Cristo y, también, su Corazón Sacratísimo, "fuente de vida y santidad", "paz y reconciliación nuestra" (Letanías del Sagrado Corazón). 
Nadie puede conocer a fondo a Jesucristo, si no penetra en su Corazón, es decir, en lo más íntimo de su Persona divino-humana (cf. Pío XII, Haurietis aquasAAS 48 [1956] 316 ss). 

2. El misterio del amor misericordioso, que se expresa en el Sagrado Corazón de Jesús, nos ayuda a vivir mejor esta Jornada mundial del refugiado, que tiene por tema:  "Un lugar que debe llamarse casa. Reconstruir vidas con seguridad y dignidad". Toda persona necesita un ambiente seguro para vivir. Los refugiados aspiran a esto, pero, por desgracia, en varios países del mundo millones de personas permanecen aún en campos de acogida o, en cualquier caso, durante mucho tiempo se ven limitados en el ejercicio de sus derechos. 

No olvidemos a estos hermanos nuestros refugiados. Expreso mi aprecio y aliento a todos los que en la Iglesia trabajan en favor de ellos. Al mismo tiempo, espero un renovado compromiso de la comunidad internacional, para que se eliminen las causas de este doloroso fenómeno. 

3. Pidamos con confianza al Corazón Inmaculado de María, cuya memoria celebramos ayer, que la humanidad, acogiendo el mensaje de amor de Cristo, progrese en la fraternidad y en la paz, y que la tierra se convierta en la "casa común" de todas las naciones.

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Después del Ángelus

Saludo a los peregrinos que han venido de Polonia y a los que se unen a nosotros en la plegaria dominical. Doy las gracias a Polonia, que en el foro europeo ha defendido fielmente las raíces cristianas de nuestro continente, de las que han crecido la cultura y el progreso de la civilización de nuestro tiempo. ¡No se cortan las raíces de las que se ha crecido! 

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