Angelus: 21 de febrero, Cuaresma
JUAN PABLO II
ÁNGELUSDomingo 21 de febrero de 1999
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. El miércoles pasado, con el significativo rito de la ceniza, hemos entrado en el tiempo litúrgico de la Cuaresma. Hoy, el evangelio vuelve a proponer el pasaje en que Cristo, en el desierto, afronta al tentador y, al término de cuarenta días de ayuno y oración, lo vence con su firme obediencia a la voluntad de Dios Padre. De este modo, Jesús muestra el camino para derrotar el pecado: el camino de la penitencia. No sólo; él mismo, que es «el Justo», camina delante de nosotros, pecadores, como Cordero que carga sobre sí el pecado del mundo.
Jesucristo nos precede, pero también nos llama a seguirlo. «Convertíos» es la primera palabra de su predicación (cf. Mc 1, 15). Y su exhortación resuena con particular fuerza y urgencia durante este año, que es el último antes del gran jubileo, y que ha de ser para todos el tiempo propicio para convertirse y decidirse a volver a Dios, Padre misericordioso.
2. Por tanto, en este primer domingo de Cuaresma, hago mía la exhortación del apóstol Pablo: «En nombre de Cristo os suplicamos: reconciliaos con Dios» (2 Co 5, 20), no dejéis pasar en vano este tiempo favorable. Es necesario reaccionar frente a la indiferencia y las distracciones del mundo, y escuchar la voz de Dios, que resuena en la Iglesia e, incluso antes, en la conciencia de cada uno.
«El examen de conciencia es uno de los momentos más determinantes de la existencia personal. En efecto, en él todo hombre se pone ante la verdad de su propia vida, descubriendo así la distancia que separa sus acciones del ideal que se ha propuesto» (Incarnationis mysterium, 11). La Cuaresma, por su naturaleza, y especialmente este año, permite entrar en el auténtico espíritu del jubileo, ayudando al hombre a «recuperar lo que no podría alcanzar sólo con sus fuerzas: la amistad de Dios, su gracia y la vida sobrenatural, la única en la que pueden resolverse las aspiraciones más profundas del corazón humano» (ib., 2).
3. Invoquemos la protección de María santísima sobre el camino cuaresmal de toda la Iglesia y de cada creyente. Encomiendo a la Virgen santísima los ejercicios espirituales que empezaremos esta tarde, junto con mis colaboradores de la Curia romana, y por eso os pido a todos un recuerdo especial en la oración.
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