Asamblea general de Caritas Internationalis - 08 de junio, 2007
DISCURSO DEL PAPA BENEDICTO XVI
A LOS PARTICIPANTES EN LA XVIII ASAMBLEA GENERAL
DE "CARITAS INTERNATIONALIS"
Sala Clementina
Viernes 8 de junio de 2007
Queridos amigos:
Me alegra dar la bienvenida a los participantes en la XVIII asamblea general de "Caritas internationalis". Saludo en particular al doctor Denis Viénot y al presidente del Consejo pontificio "Cor unum", arzobispo Paul Josef Cordes, agradeciéndoles las amables palabras que acaban de dirigirme. También expreso mis mejores deseos al nuevo presidente de la Confederación, cardenal Rodríguez Maradiaga.
Os habéis reunido todos en Roma durante estos días para un momento significativo en la vida de la Confederación, a fin de que vuestras organizaciones miembros puedan reflexionar, en un clima de comunión fraterna, sobre los desafíos que afrontáis en este momento. Además, habéis dado pasos importantes, forjando vuestro futuro inmediato mediante la elección de los principales funcionarios de "Caritas internationalis". Espero que vuestras deliberaciones durante estos días hayan sido de gran beneficio para vosotros personalmente, para el trabajo de vuestras organizaciones en todo el mundo, y para todos aquellos a quienes servís.
Ante todo, deseo aprovechar esta oportunidad para agradeceros el testimonio excepcional que vuestra Confederación ha dado al mundo, desde la fundación de la primera Cáritas nacional en Alemania, hace más de cien años. Desde entonces ha habido una gran proliferación de organizaciones con este nombre, a nivel parroquial, diocesano y nacional, que se han reunido, gracias a la iniciativa de la Santa Sede, en la Confederación "Caritas internationalis", que hoy cuenta con más de 150 organizaciones nacionales.
Debido al carácter público de vuestra actividad caritativa, arraigada en el amor de Dios, mi predecesor el siervo de Dios Juan Pablo II confirió personalidad jurídico-canónica pública a la "Caritas internationalis" con la carta pontificia Durante la última Cena, del 16 de septiembre de 2004. Este estatuto define la pertenencia eclesial de vuestra organización, encomendándole una misión específica dentro de la Iglesia. Significa que vuestra Confederación no sólo trabaja en nombre de la Iglesia, sino que en verdad también forma parte de la Iglesia, comprometida íntimamente en el intercambio de dones que tiene lugar en tantos niveles de la vida eclesial. Como signo del apoyo de la Santa Sede a vuestra obra, "Caritas internationalis" ha realizado su deseo de ser acompañada y guiada por el Consejo pontificio "Cor unum".
Por tanto, ¿cuál es la misión particular de vuestra Confederación? ¿Qué aspecto de la tarea de la Iglesia os compete a vosotros y a vuestras organizaciones? Mediante la actividad caritativa que realizáis, estáis llamados a contribuir a la misión de la Iglesia, que consiste en difundir por todo el mundo el amor de Dios que "ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo" (Rm 5, 5).
El concepto mismo de cáritas nos remite al corazón del cristianismo, al corazón de Cristo, del que brotan "ríos de agua viva" (cf. Jn 7, 38). En la labor de las organizaciones caritativas como las vuestras vemos los frutos del amor de Cristo. Desarrollé este tema en mi encíclica Deus caritas est, que os recomiendo una vez más como reflexión sobre el significado teológico de vuestra acción en el mundo.
La caridad se debe entender a la luz de Dios, que es caritas: tanto amó Dios al mundo, que le dio a su Hijo único (cf. Jn 3, 16). De este modo, vemos que el amor encuentra su mayor realización en la entrega de sí. Esto es lo que "Caritas internationalis" trata de lograr en el mundo. El corazón de Cáritas es el amor sacrificial de Cristo, y toda forma de caridad individual y organizada en la Iglesia debe tener siempre su punto de referencia en él, la fuente de la caridad.
Esta visión teológica tiene implicaciones prácticas para la labor de las organizaciones caritativas, y hoy quiero referirme a dos de ellas.
La primera es que todo acto de caridad debe inspirarse en la experiencia personal de fe que lleva al descubrimiento de que Dios es amor. Quien trabaja para Cáritas está llamado a dar testimonio de ese amor ante el mundo. La caridad cristiana rebasa nuestra capacidad natural de amar: es una virtud teologal, como nos enseña san Pablo en su famoso himno a la caridad (cf. 1 Co 13). Por tanto, exige que el bienhechor sitúe la ayuda humanitaria en el contexto de un testimonio personal de fe, que luego se convierte en parte del don ofrecido a los pobres. Sólo cuando la actividad caritativa asume la forma de la entrega de sí de Cristo se convierte en un gesto verdaderamente digno de la persona humana creada a imagen y semejanza de Dios. La caridad vivida fomenta el crecimiento en la santidad, según el ejemplo de los numerosos servidores de los pobres a quienes la Iglesia ha elevado al honor de los altares.
La segunda implicación deriva directamente de la primera. El amor de Dios se ofrece a todos; por eso la caridad de la Iglesia tiene también un alcance universal, y así debe incluir un compromiso en favor de la justicia social. Sin embargo, cambiar las estructuras sociales injustas no es suficiente para garantizar la felicidad de la persona humana.
Por otra parte, como dije recientemente a los obispos reunidos en Aparecida, Brasil, el trabajo político "no es competencia inmediata de la Iglesia" (Discurso a la V Conferencia general del Episcopado latinoamericano y del Caribe, 13 de mayo de 2007: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 25 de mayo de 2007, p. 10). Más bien, su misión es promover el desarrollo integral de la persona humana. Por esta razón, los grandes desafíos que se plantean en el mundo en este momento, como la globalización, los abusos de los derechos humanos y las estructuras sociales injustas, no se pueden afrontar y superar sin centrar la atención en las necesidades más profundas de la persona humana: la promoción de la dignidad humana, el bienestar y, en último análisis, la salvación eterna.
Confío en que la labor de "Caritas internationalis" se inspire en los principios que acabo de exponer. En todo el mundo hay innumerables hombres y mujeres cuyo corazón está lleno de alegría y gratitud por el servicio que les prestáis. Deseo animaros a cada uno a perseverar en vuestra misión especial de difundir el amor de Cristo, que vino para que todos tengan vida en abundancia. Encomendándoos a todos a la intercesión de María, Madre de la Iglesia, me alegra impartiros mi bendición apostólica.
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