Audiencia - 28 de febrero de 2001

Autor: Juan Pablo II

 

Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles

Miércoles de Ceniza, 28 de febrero de 2001

1. "Ojalá escuchéis hoy la voz del Señor:  No endurezcáis el corazón".
Resuena en nuestro espíritu esta invitación de la liturgia, mientras comienza hoy, miércoles de Ceniza, el itinerario cuaresmal, que nos llevará al Triduo pascual, memoria viva de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón del misterio de nuestra salvación.
El tiempo sagrado de la Cuaresma, desde siempre muy sentido por el pueblo cristiano, evoca antiguos eventos bíblicos, como los cuarenta días del diluvio universal, preludio del pacto de alianza sellado por Dios con Noé; los cuarenta años de la peregrinación de Israel en el desierto hacia la tierra prometida; y los cuarenta días de permanencia de Moisés en el monte Sinaí, donde recibió de Yahveh las Tablas de la Ley. El tiempo de Cuaresma nos invita sobre todo a revivir con Jesús los cuarenta días que pasó en el desierto, orando y ayunando, antes de iniciar su misión pública, que culminará en el Calvario con el sacrificio de la cruz, victoria definitiva sobre el pecado y la muerte.
2. "Acuérdate de que eres polvo y al polvo volverás". Es siempre muy elocuente el rito tradicional de la imposición de la ceniza, que hoy se repite, y también son sugestivas las palabras que lo acompañan. En su sencillez, este rito evoca la caducidad de la vida terrena:  todo pasa y está destinado a morir. Somos caminantes en este mundo, peregrinos que no deben olvidar su meta verdadera y definitiva:  el cielo. En efecto, aunque somos polvo y al polvo hemos de volver, no todo acaba. El hombre, creado a imagen y semejanza de Dios, está destinado a la vida eterna. Jesús, al morir en la cruz, abrió a todo ser humano el acceso a esa vida.
Toda la liturgia del miércoles de Ceniza nos ayuda a profundizar en esta verdad fundamental de fe y nos estimula a emprender un itinerario decidido de renovación personal. Debemos cambiar nuestro modo de pensar y de actuar, contemplando el rostro de Cristo crucificado y tomando su Evangelio como nuestra regla diaria de vida. "Convertíos y creed en el Evangelio":  este ha de ser nuestro programa cuaresmal, mientras entramos en un clima de oración y escucha del Espíritu.
3. "Velad y orad, para que no caigáis en la tentación. El espíritu está pronto, pero la carne es débil" (Mt 26, 41). Dejémonos guiar por estas palabras del Señor, con un decidido empeño de conversión y renovación espiritual. En la vida diaria corremos el peligro de dejarnos absorber por ocupaciones e intereses materiales. La Cuaresma es una ocasión favorable para avivar la fe auténtica, para volver a entablar una relación íntima con Dios y para hacer un compromiso evangélico más generoso. Los medios de que disponemos son los de siempre, pero debemos recurrir a ellos de forma más intensa en estas semanas:  la oración, el ayuno y la penitencia, así como la limosna, es decir, compartir nuestros bienes con los necesitados. Se trata de un camino ascético personal y comunitario, que a veces resulta particularmente arduo a causa del ambiente secularizado que nos rodea. Pero precisamente por esto, el esfuerzo debe ser mayor y más firme.
"Velad y orad". Aunque este mandato de Cristo vale para todo tiempo, resulta más elocuente e incisivo al inicio de la Cuaresma. Acojámoslo con humilde docilidad. Dispongámonos a traducirlo en gestos prácticos de conversión y reconciliación con nuestros hermanos. Sólo así la fe se fortalece, la esperanza se consolida y el amor se transforma en estilo de vida que caracteriza al creyente.
4. Ese valiente itinerario ascético no podrá por menos de producir como fruto una mayor apertura a las necesidades del prójimo. Quien ama al Señor no puede mantener cerrados los ojos ante las personas y los pueblos probados por el sufrimiento y la miseria. Después de contemplar el rostro del Señor crucificado, ¡cómo no reconocerlo y servirlo en los que viven en el dolor y el abandono! Jesús mismo, que nos invita a permanecer con él velando y orando, nos pide que lo amemos en nuestros hermanos, recordándonos:  "cuanto hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis" (Mt 25, 40). Así pues, el fruto de una Cuaresma vivida intensamente será un amor más grande y universal.
María, ejemplo de dócil escucha de la voz del Espíritu, nos guíe por el camino penitencial que hoy emprendemos y nos ayude a aprovechar todas las oportunidades que la Iglesia nos ofrece para prepararnos dignamente a la celebración del Misterio pascual.

Saludos Deseo saludar a los fieles de lengua española, en particular a la Escuela internacional de protocolo, de Madrid, y a otros grupos de estudiantes; saludo igualmente a los peregrinos de Málaga y Chile. Que la Virgen María sea para todos ejemplo de escucha de la voz del Espíritu y nos guíe en nuestro camino hacia la Pascua. Muchas gracias.
(En portugués a los "Heraldos del Evangelio")
Sed mensajeros del Evangelio por intercesión del Corazón Inmaculado de María.

(En checo)
Hoy, con la imposición de la ceniza, entramos en la Cuaresma, tiempo precioso de oración y penitencia, que nos lleva a la conversión y a la profundización en el amor a Dios y al prójimo. Aprovechemos este tiempo de gracia.

(En italiano)
Dirijo ahora un cordial saludo a los peregrinos de lengua italiana y agradezco a todos su presencia. Saludo también a los jóvenes, a los enfermos y a los recién casados.
La invitación a la conversión, que la Iglesia dirige hoy a cada uno, constituye un programa exigente de vida cristiana.
Queridos jóvenes, acogedlo con prontitud de ánimo y ponedlo en práctica con perseverancia generosa.
Vosotros, queridos enfermos, sostenidos por la oración y el Pan eucarístico, comprometeos a recorrer el itinerario cuaresmal en profunda comunión con Cristo.
Y vosotros, queridos recién casados, vivid este tiempo de gracia espiritual extraordinaria en la escucha asidua de la palabra de Dios, para poder dar fiel testimonio del Evangelio en vuestra familia y en la sociedad.

Llamamiento del Santo Padre en favor de la población de Afganistán

En Afganistán está surgiendo una grave emergencia humanitaria. Llegan alarmantes noticias de innumerables víctimas entre los desplazados por la sequía y la guerra civil. Miles de personas corren peligro de morir de hambre y frío, sobre todo los niños, los enfermos y los ancianos.
Expreso mi más sincero aprecio por los esfuerzos de las organizaciones humanitarias que están tratando de llevar ayudas urgentes al pueblo afgano. A la vez que invito a la comunidad internacional a no olvidar esta trágica situación, deseo que las partes implicadas en esa guerra demasiado larga y sangrienta decidan establecer un inmediato cese el fuego, para que las ayudas puedan llegar a tiempo a las zonas más afectadas.