Audiencia del 18 de agosto
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 18 de agosto de 1993
1. "Yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia" (Jn 10, 10).
Queridos hermanos y hermanas, ése ha sido el tema conductor de la Jornada mundial de la juventud que se celebró estos días pasados en Denver, Colorado, en el centro de los Estados Unidos de América.
El 12 de octubre del año pasado, América había comenzado las celebraciones conmemorativas del V Centenario de la evangelización, que empezó precisamente el 12 de octubre de 1492 en Santo Domingo. Hacia el final del año jubilar, que recuerda ese acontecimiento tan importante, tuvo lugar el encuentro de los jóvenes en Denver. Por tanto, dicho encuentro se inserta orgánicamente en el marco de las celebraciones del V Centenario, precisamente a partir de su mismo tema: la evangelización, la vida en Cristo, la plenitud de la vida.
Agradezco al Señor haber podido regresar a ese continente, del 9 al 15 de agosto, para recorrer el sendero de la nueva evangelización.
2. La primera etapa del viaje apostólico fue Kingston, capital de Jamaica. Allí fue muy conmovedora la visita a la casa de los pobres atendida por las religiosas de la madre Teresa de Calcuta. Calurosos fueron los encuentros con los sacerdotes y religiosos en la catedral de la Santísima Trinidad, con los laicos en el auditorio del St. George College y con los representantes de las confesiones protestante y anglicana y de la comunidad judía en la iglesia parroquial de la Santa Cruz.
Mi estancia en Jamaica se concluyó con una solemne concelebración eucarística en el estadio nacional. Recordando los grandes males causados por la práctica de la esclavitud que ofendía la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, reafirmé, durante la homilía, los valores fundamentales del matrimonio y la familia cristiana, valores anunciados por el Evangelio y recordados constantemente por el Magisterio de la Iglesia.
3. Después fui a la península de Yucatán, exactamente a Izamal y a Mérida donde, en el marco del V Centenario de la evangelización del nuevo mundo, quise rendir el debido homenaje a los descendientes de cuantos habitaban el continente americano en la época en que se plantó allí la cruz de Cristo, el 12 de octubre de 1492. Peregrino por tercera vez en México, he querido reafirmar mi solidaridad y la de la Iglesia entera con las alegrías y los sufrimientos del grande y noble pueblo mexicano.
En el santuario de Nuestra Señora de Izamal, consagrado a la Inmaculada Concepción, reina y patrona de Yucatán, y construido sobre la base de una pirámide maya, se celebró el significativo encuentro con las poblaciones indígenas. Dirigí mi saludo a los pueblos y a las etnias de toda América, tanto la del Norte como la del Sur, desde Alaska hasta Tierra del Fuego, nombrándolos uno por uno. Citando, además de la cultura maya, la azteca y la inca, quise subrayar cómo los valores ancestrales y la visión sagrada de la vida se abrieron al mensaje evangélico. Al mismo tiempo, quise recordar la obra de la Iglesia en defensa de los indios y la promoción de las poblaciones locales frente a la amenaza de abusos y atropellos.
La solemne celebración eucarística en Mérida, en la explanada de Xoclán-Mulsay, concluyó mi paso por México.
4. Una etapa importante fue la de Denver, pues me brindó la ocasión de reunirme con miles y miles de jóvenes, que asistieron en mayor número del previsto. Con ellos oré y reflexioné sobre el tema de la vida que brota de Cristo. Con ellos he podido mirar con esperanza al presente y, sobre todo, al futuro, a pesar de las dificultades que la humanidad atraviesa en este singular momento de su historia.
En efecto, las Jornadas mundiales de la juventud han nacido del deseo de ofrecer a los jóvenes momentos de pausa significativos en la peregrinación constante de la fe, que se alimenta también mediante el encuentro con sus coetáneos de otros países y la intercomunicación de sus respectivas experiencias.
Las celebraciones anuales de esas jornadas marcan etapas de profundización y verificación en ese camino de fe y evangelización: momentos comunitarios de oración y reflexión sobre temas profundizados anteriormente en el seno de asociaciones, movimientos y grupos juveniles, en el ámbito de la parroquia y la diócesis.
5. Así pues, los jóvenes van siempre peregrinando por los caminos del mundo. En ellos, la Iglesia se ve a sí misma y su misión entre los hombres; con ellos acepta los grandes retos del futuro, consciente de que la humanidad entera tiene necesidad de una nueva juventud del espíritu.
¡Cómo no dar gracias a Dios por los frutos de renovación auténtica producidos por esas jornadas mundiales! Ya desde el primer encuentro, que se celebró en la plaza de San Pedro el Domingo de Ramos de 1986, comenzó una tradición en la que se alternan, año tras año, una cita mundial y otra diocesana, como para destacar el dinamismo indispensable del compromiso apostólico de los jóvenes, en su doble dimensión: local y universal. Se han celebrado sucesivamente, cada dos años, los encuentros de Buenos Aires (Argentina), Santiago de Compostela (España) y Czestochowa (Polonia).
Y este año era justo que nos reuniéramos en América, como conclusión del V Centenario de la evangelización de ese continente, para testimoniar la gran urgencia de abatir los muros de la pobreza y la injusticia, de la indiferencia y el egoísmo, con el fin de construir un mundo acogedor y abierto, fundado en Cristo, que vino a la tierra para que los hombres tengan vida y la tengan en abundancia.
6. El aspecto más interesante del encuentro de Denver fue, ciertamente, la respuesta de los jóvenes, que acudieron de todas las diócesis de Estados Unidos y de todos los continentes para manifestar su apertura a la vida, que es Cristo. Fueron allí para orar. En los diversos encuentros mostraron una conciencia profunda de la presencia de Dios en su vida. Momentos significativos fueron el vía crucis, la misa para los delegados del Foro internacional de la juventud y,sobre todo, la vigilia y la misa solemne del día de la fiesta de la Asunción.
Esa gran peregrinación de jóvenes no tuvo como meta un santuario, sino una ciudad moderna. En el corazón de esa metrópoli, los jóvenes del mundo proclamaron su identidad de católicos y su deseo de construir relaciones humanas basadas en la verdad y los valores del Evangelio. Se reunieron en Denver para decir sí a la vida y a la paz contra las amenazas de muerte que acechan a la cultura de la vida. El verdadero centro de la octava Jornada mundial de la juventud fueron los jóvenes mismos.
7. Queridos hermanos y hermanas, expreso mi agradecimiento sincero a todos los que hicieron posible tanto ese gran encuentro como las visitas pastorales a Jamaica y a Mérida. A todas las autoridades de los países visitados y, especialmente, al gobernador general de Jamaica, al presidente de México y al presidente de Estados Unidos agradezco su amable colaboración.
Doy las gracias a las Conferencias episcopales de las tres naciones y a los prelados de las arquidiócesis a las que he ido, así como a todos los que, de diversas maneras, colaboraron en el éxito de esta peregrinación apostólica.
Sobre todo a Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, elevo mi gratitud. El Espíritu Santo inspira en el corazón de los jóvenes amor y entrega. En Denver, mostraron que son conscientes de los retos que les esperan; para cumplir su misión confían, sobre todo, en la gracia del Señor.
Encomiendo a la intercesión de María, elevada al cielo, las expectativas y los frutos espirituales de la Jornada mundial de la juventud. Que ella guíe y aliente a los jóvenes a proseguir su peregrinación de fe y los prepare para la próxima Jornada mundial de la juventud, que tendrá lugar en Manila a comienzos de 1995.
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Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Me es grato saludar ahora a los peregrinos de lengua española. En particular, a la Misioneras Hijas de la Sagrada Familia de Nazaret, reunidas en Roma para profundizar en el espíritu de su fundador, el beato José Manyanet. Saludo igualmente a diversos grupos parroquiales y juveniles venidos de España. Os exhorto a todos a ser mensajeros y defensores de la vida que el señor nos ha dado en abundancia.