Audiencia del 23 de agosto, 2000
Papa Juan Pablo II: Audiencia general de los miércoles
Miércoles 23 de agosto 2000
1. Roma vivió, la semana pasada, un acontecimiento inolvidable: la Jornada mundial de la juventud, que dejó en todos una impresión intensa y profunda. Fue una peregrinación marcada por la alegría, la oración y la reflexión.
Surge espontáneamente del corazón un primer sentimiento: el de una sincera gratitud al Señor por este don, realmente grande, no sólo para nuestra ciudad y para la Iglesia que está en Italia, sino también para el mundo entero. Doy las gracias también a todos cuantos, de diversos modos, han colaborado en la realización concreta de este encuentro, que se ha desarrollado con serenidad y con perfecto orden. Al Consejo pontificio para los laicos, al Comité para el gran jubileo, a la Conferencia episcopal italiana, a la diócesis de Roma, a las autoridades civiles y administrativas, a las Fuerzas del orden, a los Servicios sanitarios, a la universidad de Tor Vergata, a las diferentes organizaciones de voluntariado, a todos les renuevo mi gratitud.
2. Vuelvo naturalmente con la mente a ese encuentro realmente extraordinario, que superó todas las previsiones e incluso todas las expectativas humanas. Siento un vivísimo deseo de repetir a esos muchachos y muchachas mi alegría por haber podido acogerlos, la tarde de la solemnidad de la Asunción de la Virgen María, en la plaza de San Juan de Letrán y en la plaza de San Pedro.
Persiste en mí la profunda emoción con la que participé, en Tor Vergata, en la vigilia de la noche del sábado, y presidí, al día siguiente, la solemne celebración eucarística conclusiva.
Al sobrevolar esa área en el helicóptero, admiré desde la altura un espectáculo único e impresionante: un enorme tapiz humano de personas gozosas, felices de estar juntas. Nunca podré olvidar el entusiasmo de esos jóvenes. Hubiera querido abrazarlos a todos y expresar a cada uno el afecto que me une a la juventud de nuestro tiempo, a la que el Señor encomienda una gran misión al servicio de la civilización del amor.
¿Qué, o mejor, a quién vinieron a buscar los jóvenes, sino a Jesucristo? ¿Qué es la Jornada mundial de la juventud, sino un encuentro personal y comunitario con el Señor, que da verdadero sentido a la existencia humana? En realidad, él mismo es quien primero los buscó y llamó, como busca y llama a cada ser humano para llevarlo a la salvación y a la felicidad plena. Y también fue él quien, al final del encuentro, encomendó a los jóvenes la singular misión de ser sus testigos en todos los rincones de la tierra. Fueron jornadas marcadas por el descubrimiento de una presencia amiga y fiel, la de Jesucristo, de cuyo nacimiento celebramos el bimilenario.
3. Los jóvenes, con el entusiasmo típico de su edad, respondieron que desean seguir a Jesús. Quieren hacerlo, porque se sienten parte viva de la Iglesia. Lo quieren hacer caminando juntos, porque se sienten pueblo de Dios en camino.
No les asusta su fragilidad, porque cuentan con el amor y la misericordia del Padre celestial, que los sostiene en la vida diaria. Por encima de cualquier raza y cultura, se sienten hermanos unidos por una sola fe, por una sola esperanza y por una misma misión: incendiar el mundo con el amor de Dios. Los jóvenes pusieron de relieve que sienten la necesidad de encontrar sentido. Buscan razones de esperanza y tienen hambre de experiencias espirituales auténticas.
Ojalá que todos los que han participado en la Jornada mundial de la juventud y los demás jóvenes, que siguieron sus diversas fases y manifestaciones por medio de la prensa, la radio y la televisión, acojan y profundicen su mensaje.
Es necesario que no se pierda el clima evangélico que se respiró esos días; al contrario, debe seguir siendo el clima de las comunidades juveniles y las asociaciones, de las parroquias y las diócesis, especialmente durante este Año jubilar, que invita a todos los creyentes a encontrarse con Cristo, muerto y resucitado por nosotros.
A todos los jóvenes quisiera repetir: sentíos orgullosos de la misión que el Señor os ha encomendado y cumplidla con humilde y generosa perseverancia. Os sostenga la ayuda maternal de María, que veló sobre vosotros durante los días de vuestro jubileo. ¡Cristo y su Iglesia cuentan con vosotros!
Saludos
Doy mi bienvenida a los peregrinos de lengua española. De modo especial saludo a los miembros de la Comunidad Misionera de Cristo Resucitado del Uruguay y a las parroquias y grupos procedentes de España, México, Chile, Panamá, Venezuela, Guatemala, Argentina y de otros países de Latinoamérica. A todos os deseo una profunda renovación personal a través de la peregrinación jubilar.
(A los peregrinos de Turkmenistán)
Quiera Dios que vuestra peregrinación jubilar os ayude a fortalecer vuestro compromiso de testimonio cristiano.
(En italiano)
Saludo a los jóvenes, que han venido en gran número...
Os saludo, por último a vosotros, queridos enfermos, y os pido que ofrezcáis al Señor vuestros sufrimientos, a veces muy grandes, para que las nuevas generaciones perseveren en el seguimiento del Señor; y a vosotros, queridos recién casados, os pido que mostréis a cuantos se preparan para el matrimonio la belleza que significa vivir juntos cristianamente.