Audiencia general del 1 de mayo de 1984
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Martes 1 de mayo de 1984
Queridísimos fieles:
1. Hoy, 1 de mayo, el tema de nuestro encuentro tiene que ser la fiesta del trabajo. Deseo homenajear hoy a todos los trabajadores.
Desde el siglo pasado, esta jornada del 1 de mayo tiene siempre un significado profundo de unidad y comunión entre todos los trabajadores, para subrayar su papel en la estructura de la sociedad y para defender sus derechos. En 1955 Pío XII, de venerada memoria, quiso dar al 1 de mayo también una impronta religiosa, dedicándolo a San José Obrero, y desde entonces la fiesta civil del trabajo se ha convertido en una fiesta también cristiana.
Siento gran alegría al poder expresar con vosotros hoy los sentimientos de la más viva y cordial participación en esta fiesta, recordando el afecto que la Iglesia ha tenido siempre por los trabajadores y la solicitud con que ha tratado y trata de promover sus derechos. Es sabido cómo, especialmente desde el comienzo de la era industrial, la Iglesia, siguiendo el desarrollo de la situación y el progreso de los nuevos descubrimientos y de las nuevas exigencias, ha presentado un "corpus" de enseñanzas en el campo social, que ciertamente han tenido y tienen aún su influjo iluminador, comenzando por la Encíclica Rerum novarum de León XIII (1891).
El que honestamente trata de conocer y seguir la enseñanza de la Iglesia, ve cómo en realidad ella ha amado siempre a los trabajadores y ha señalado y sostenido la dignidad de la persona humana como fundamento e ideal de toda solución a los problemas que se refieren al trabajo, su retribución, su protección, su perfeccionamiento y su humanización. A través de los varios documentos del Magisterio de la Iglesia aparecen los aspectos fundamentales del trabajo, entendido como medio para ganar con qué vivir, como dominio sobre la naturaleza con las actividades científicas y técnicas, como expresión creativa del hombre, como servicio para el bien común y como compromiso para la construcción del futuro de la historia.
Según he dicho en la Encíclica Laborem exercens, "el trabajo es un bien del hombre, porque mediante el trabajo el hombre no sólo transforma la naturaleza adaptándola a las propias necesidades, sino que se realiza a sí mismo como hombre, es más, en cierto sentido se hace más hombre" (núm. 9).
La fiesta del 1 de mayo es muy oportuna para afirmar el valor del trabajo y de la "civilización" fundada sobre el trabajo, contra las ideologías que, por el contrario, sostienen la "civilización del placer", o de la indiferencia y de la fuga. Todo trabajo es digno de estima, incluso el trabajo manual, el trabajo ignorado y oculto, humilde y fatigoso, porque todo trabajo, si se interpreta de modo preciso, es un acto de alianza can Dios para el perfeccionamiento del mundo; es un esfuerzo para la liberación de la esclavitud de las fuerzas de la naturaleza; es un gesto de comunión y de fraternidad con los hombres; es una forma de elevación, donde se aplican las capacidades intelectivas y volitivas. ¡Jesús mismo, el Verbo divino que se encarnó por nuestra salvación, quiso ante todo y durante muchos años ser un humilde y solícito trabajador!
2. A pesar de la verdad fundamental del valor perenne del trabajo, sabemos que son muchos los problemas en la sociedad de hoy. Ya lo notaba el Concilio Vaticano II, cuando se expresaba así: "La humanidad se halla hoy en un período nuevo de su historia, caracterizado por cambios profundos y acelerados, que progresivamente se extienden al universo entero. Los provoca el hombre con su inteligencia y su dinamismo creador; pero recaen luego sobre el hombre, sobre sus juicios y deseos individuales y colectivos, sobre sus modos de pensar y sobre su comportamiento para con las realidades y los hombres con quienes convive. Tan es así, que se puede ya hablar de una verdadera metamorfosis social y cultural, que redunda también en la vida religiosa" (Gaudium et spes, 4).
El problema primero y el más grave es ciertamente el del desempleo, causado por muchos factores, como la introducción, a gran escala, de la informática, que por medio de los "robots" y de los "computers" elimina mucha mano de obra; la saturación de algunos productos; la inflación que paraliza el consumo y, por lo tanto, la producción; la necesidad de la reconversión de máquinas y de técnicas; la competitividad.
Otro problema es el peligro de que el hombre se convierta en esclavo de las máquinas inventadas y construidas por él mismo. Efectivamente, hay que dominar y guiar la tecnología; de otro modo ésta se pondría contra el hombre.
Finalmente, podemos citar también la grave cuestión de la alienación profesional, a causa de la cual se pierde el significado auténtico del trabajo, se lo entiende exclusivamente como mercancía, con una fría lógica de ganancia para poder adquirir bienestar, consumir y así seguir produciendo, cediendo a la tentación de la indiferencia, del absentismo, del egoísmo individual, del envilecimiento, de la frustración y haciendo prevalecer las características del llamado "hombre de una dimensión", víctima de la técnica, de la publicidad y de la producción.
Se trata de problemas muy complejos sobre los que falta tiempo para detenernos. Pero hoy, 1 de mayo, queremos aludir a la necesidad de la "solidaridad" humana y cristiana, a nivel nacional y universal, a fin de resolver estas dificultades de manera exhaustiva y convincente. Pablo VI decía en la Populorum progressio: "Cada uno de los hombres es miembro de la sociedad, pertenece a la humanidad entera. No solamente este o aquel hombre, sino que todos los hombres están llamados a este desarrollo pleno... La solidaridad universal, que es un hecho y un beneficio para todos, es también un deber" (núm. 17). Hablando en Ginebra a la Conferencia Internacional del Trabajo, yo mismo dije que "la solución positiva del problema del empleo supone una fortísima solidaridad del conjunto de la población y del conjunto de los pueblos: que cada cual esté dispuesto a aceptar los sacrificios necesarios, que cada cual colabore a realizar programas y acuerdos que se orienten a hacer de la política económica y social una expresión tangible de la solidaridad"(L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 27 de julio 1982, pág. 19).
3. Hoy, fiesta del trabajo, memoria litúrgica de San José Obrero, invoco cordialmente su celeste protección sobre todos los que pasan su vida trabajando, y sobre todos los que, por desgracia, se encuentran sin trabajo, y exhorto a todos a orar cada día al Padre putativo de Jesús, humilde y sencillo trabajador, a fin de que, a ejemplo suyo y con su ayuda, cada cristiano dé en la vida su aportación de diligente esfuerzo y de gozosa comunión.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Y ahora un saludo a cada persona de lengua española presente en esta audiencia. En particular a los peregrinos procedentes de Chile y de España. Con una especial palabra de aliento para las Religiosas de la Compañía de Santa Teresa de Jesús. Que Cristo resucitado acompañe siempre vuestro camino, queridas religiosas, sea vuestro guía, confidente, centro de vuestras ilusiones y vida. Con mi cordial bendición a todos.
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