Audiencia general del 11 de septiembre de 1996
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERALMiércoles 11 de septiembre de 1996
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hoy deseo reflexionar con vosotros sobre el viaje apostólico que he realizado a Hungría el viernes y el sábado de la semana pasada. Fue mi segunda visita pastoral a ese país, después de la de 1991. Mi primer sentimiento es una ferviente acción de gracias al Señor, ante todo porque con su Providencia ha guiado los pasos del Sucesor de Pedro y, una vez más, lo ha hecho peregrino por los caminos de la Iglesia, Iglesia de hoy, que celebra sus orígenes, e Iglesia del año 2000, que conmemora sus raíces milenarias. El lema de mi peregrinación fue: "Cristo es nuestra esperanza".
Expreso mi gratitud al presidente de la República de Hungría, señor Árpád Goncz y a las demás autoridades civiles, por la acogida que me dispensaron. Renuevo mi abrazo de paz y comunión a los venerados pastores de la Iglesia que está en Hungría, y en particular al abad de Pannonhalma y al obispo de Gyor, y lo extiendo de corazón a toda la comunidad húngara.
2. El viaje que realicé el viernes y el sábado fue una peregrinación por los senderos del tiempo de la Iglesia: un itinerario que miró hacia el pasado, para iluminar el presente yproyectarse hacia el futuro. Un viaje de mil años hacia el pasado, para reflexionar sobre la generación que cruzó el año 1000, para recoger su testimonio y aprovecharlo, en vísperas del tercer milenio, ya inminente. La Iglesia es un árbol que tiene profundas raíces: a la vez que se proyecta más allá del año 2000, celebra en todo el mundo los momentos más significativos de su difusión en las diferentes naciones a lo largo de los siglos, de acuerdo con el mandato de Cristo resucitado. Yo mismo en el decurso de mi pontificado, he sido testigo y promotor de este recuerdo histórico, que es garantía del camino futuro. He querido dirigirme a Pannonhalma y a Gyor precisamente porque allí el pueblo húngaro conserva el recuerdo de su tradición cristiana milenaria.
3. Pannonhalma es la localidad donde se halla enclavado, sobre la colina de San Martín, el monasterio más antiguo de Hungría: la homónima archiabadía, fundada hace mil años por algunos monjes procedentes de Roma, compañeros y discípulos de san Adalberto, obispo de Praga, protomártir y patrono de Polonia, y por ello venerado por los bohemos, los polacos y los húngaros. La abadía de Pannonhalma, al igual que muchas otras de la orden de san Benito que se hallan esparcidas por todo el continente europeo, a lo largo de los siglos fue un destacado faro de cultura y ha desempeñado un papel importante en la defensa de la libertad y de la verdad, sobre todo frente a las invasiones turcas y recientemente, durante la dictadura comunista. Celebrar su milenario ha significado en cierto sentido, recordar y volver a proponer los fundamentos espirituales y culturales de Europa, a cuya consolidación la tradición benedictina ha contribuido de forma eficaz. En la espléndida iglesia gótica se celebró, con singular solemnidad, la liturgia de las Vísperas: el templo tan sugestivo, el canto de los monjes y la intensa participación de los fieles confirieron una elocuencia extraordinaria a ese momento de oración, a esas solemnes Vísperas del milenio, durante las cuales varias veces oramos por la unidad de los cristianos.
Mi peregrinación a Pannonhalma revistió también una importante dimensión ecuménica. La antigua abadía, fundada a fines del primer milenio, es testigo de la época en que los cristianos de Oriente y Occidente se hallaban aún en comunión plena. Esto nos impulsa a nosotros, que nos preparamos para el jubileo del año 2000, a recordar esa unidad plena para superar completamente las divisiones que se produjeron después.
4. Gyor es una de las ciudades húngaras más antiguas, y posee numerosos monumentos. En ella tuvo lugar la gran concelebración eucarística, dominada por la figura de Cristo, buen pastor, fuente de confianza, de esperanza y de fortaleza para las personas y para las naciones que se dejan guiar por él.
En Gyor, diócesis fundada en el alba del segundo milenio, en tiempos del santo rey Esteban, renové a la Iglesia húngara, en el nombre de Cristo, buen pastor, una ferviente invitación a la esperanza, señalando el ejemplo de los que, en los decenios pasados, pagaron personalmente, incluso con su vida, la resistencia a la violencia y al atropello. En particular, además del intrépido cardenal József Mindszenty, recordé, visitando incluso su tumba, al siervo de Dios Vilmos Apor, obispo de Gyor, que en el año 1945 selló con la vida su voluntad de defender de los soldados soviéticos a algunas mujeres que se habían refugiado en el obispado. El proceso de beatificación de este heroico obispo está ya concluyendo.
Con mi visita quise brindar un testimonio de solidaridad y apoyo de modo especial a los venerados pastores del pueblo de Dios que está en Hungría, a los que dejé un mensaje de aliento para su ardua labor de evangelización.
5. También esta vez, amadísimos hermanos y hermanas, el Obispo de Roma se ha hecho mensajero de Cristo por los caminos del mundo, con la certeza de que el Evangelio es palabra de verdad perenne sobre el hombre y sobre la sociedad, única garantía estable de libertad y solidaridad mientras van cambiando los sistemas ideológicos y los ordenamientos políticos.
He ido a visitar al querido pueblo húngaro y a sus pastores en el nombre de Cristo, el mismo ayer, hoy y siempre, fuente de esperanza y de auténtica renovación espiritual, cultural y social. Mientras tengo aún vivo el recuerdo de los rostros y los lugares de este itinerario húngaro, me complace poner a todas las personas y comunidades con las que me he encontrado, y a toda Hungría, bajo la protección de María santísima, Magna Domina Hungarorum, para que les obtenga la gracia de ser siempre fuertes y coherentes en la fe en Cristo, nuestra esperanza.
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