Audiencia general del 15 de mayo de 1991

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 15 de mayo de 199

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1. Deseo manifestar mi gratitud a la misericordiosa Providencia divina, porque me ha sido dado estar en Fátima, en el santuario de la Madre de Dios, el día 13 de mayo,con una inmensa multitud de peregrinos. Esta gran asamblea anual de peregrinos guarda relación con las apariciones que se verificaron en aquel lugar durante el año 1917. La peregrinación de este año ha tenido como finalidad particular dar gracias por la salvación de la vida del Papa, el 13 de mayo de 1981, hace exactamente diez años. Considero todo este decenio como don gratuito que me ha hecho la Providencia divina, para llevar a cabo la tarea que se me ha confiado al servicio de la Iglesia, ejerciendo el ministerio de Pedro. "Misericordiae Domini, quia non summus consumpti" (Lm 3, 22).

El mensaje de María en Fátima se puede sintetizar en estas primeras y claras palabras de Cristo: "El reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1, 15).Los acontecimientos que han tenido lugar durante este decenio en nuestro continente europeo, particularmente en la Europa Central y Oriental, permiten dar nueva actualidad a esta llamada evangélica en el umbral del tercer milenio. Estos acontecimientos obligan también a pensar de modo particular en Fátima. El corazón de la Madre de Dios es el corazón de la Madre que se cuida no sólo de los hombres, sino también de todos los pueblos y naciones. El corazón de María está totalmente dedicado a la misión salvífica de su Hijo: de Cristo, Redentor del mundo, Redentor del hombre.

2. Deseo manifestar una cordial gratitud por la invitación a visitar Portugal precisamente en esos días. Dirijo mi gratitud a mis hermanos del Episcopado portugués, presidido por el cardenal patriarca de Lisboa. La dirijo, al mismo tiempo, al señor presidente de la República y a todas las autoridades estatales y locales. Doy las gracias por la hospitalidad tan cordial que he experimentado en todas partes a lo largo de mi peregrinación. Doy las gracias por la preparación de las ceremonias litúrgicas y por la participación, llena de fe, en el servicio sacramental, por la Palabra de Dios acogida con apertura de entendimiento y de corazón. Me refiero con estas palabras a los sacerdotes y a las familias religiosas masculinas y femeninas. Me refiero a todas las generaciones, desde las personas más ancianas hasta los niños (precisamente a niños fue encomendado el mensaje de Fátima en el año 1917). Me refiero asimismo a los enfermos y a los sanos, a los esposos, a las familias y a la juventud. ¡Que Dios os lo pague!

Portugal, situado en el extremo occidental del continente europeo, tiene una larga y rica historia. Hace quinientos años los portugueses se contaron entre los primeros pioneros de los descubrimientos geográficos que cambiaron el curso de la historia. Al mismo tiempo se abrieron nuevos campos para la evangelización. Se descubrió "mucha mies" y se hallaron los "obreros" que "el Dueño envía a su mies" (cf. Mt 9, 38). Aunque no es posible mencionar todo, al menos hay que recordar la primera evangelización de Angola (África) y Brasil (América del Sur), precisamente hace cinco siglos.

3. Así, pues, por esta razón mi peregrinación comenzó con el sacrificio de la santa misa, celebrada en Lisboa, capital de la nación, como agradecimiento por el V Centenario de la participación de Portugal en la misión evangelizadora de la Iglesia. Este agradecimiento es al mismo tiempo llamada y súplica ardiente para la nueva evangelización. Es decir, la evangelización que esperan nuestros tiempos, de la que habla, de modo tan convincente, la reciente encíclica Redemptoris missio.

En relación con esto, mi camino me ha llevado desde Lisboa hasta las islas portuguesas: éstas constituían como una primera escala de la epopeya misionera que nació hace quinientos años en el suelo de la Iglesia de la antigua Lusitania: primero el archipiélago de las Azores y, luego, Madeira, en medio del océano Atlántico. En ambos lugares la Iglesia está arraigada desde hace siglos, unida en torno a sus obispos: la diócesis de Angra, en las Azores, y la diócesis de Funchal, Madeira. He sido huésped de los pastores y de esas comunidades eclesiales llenas de vida, en el período de la preparación a la solemnidad de Pentecostés, cuando la misión de los Apóstoles y la vitalidad que la Iglesia recibe continuamente de la venida del Consolador, el Espíritu de Verdad, renace de modo especial.

Es difícil recordar todos los detalles. Ha quedado grabada profundamente en mi corazón la celebración de la Palabra en honor del "Ecce Homo" (Santo Cristo) en Ponta Delgada (Azores). Luego la isla de Madeira que, por su espléndida configuración del terreno y su clima agradable, hospeda a numerosos visitantes de la Europa del Norte, especialmente ancianos. La iglesia catedral, de estilo gótico, construida entre finales del siglo XV y el comienzo del siglo XVI, testifica el gran pasado misionero de esta sede episcopal que fue la madre de diversas Iglesias del nuevo mundo (en particular en tierra brasileña).

4. Volviendo una vez más a Fátima que constituía la última fase de la visita a la tierra portuguesa, es difícil resistir a la elocuencia de la fe y la confianza de aquella multitud de un millón de personas que se reunió por la noche para la vigilia, y al día siguiente, 13 de mayo, llenó aún más la explanada del santuario durante la concelebración eucarística. Además de los pastores de la Iglesia de Portugal estaba presente casi todo el Episcopado de Angola, así como otros muchos cardenales y obispos que habían llegado de diversos países de Europa y de otros continentes.

En medio de aquella gran comunidad en oración hemos sentido de modo especial "a "las grandes obras de Dios" (cf. Hch 2, 11 ),que la Providencia escribe en la historia del hombre, sirviéndose de la humilde "Sierva del Señor" (cf. Lc 1, 38). Sin embargo ella confió muy gustosamente su mensaje evangélico y, al mismo tiempo, materno a las almas sencillas y puras: a tres pobres niños. Eso tuvo lugar precisamente en Fátima. Lo mismo había ocurrido antes en Lourdes: "porque de los que son como éstos es el reino de los cielos" (Mt 19,14), según las palabras del Señor. ¿Cómo no quedar estupefactos?

Este año la experiencia de Fátima, comenzando por el agradecimiento, ha asumido al mismo tiempo la forma de súplica ardiente. Porque las agujas que en el reloj de los siglos se mueven hacia el año 2000, muestran no sólo los cambios providenciales producidos en la historia de enteras naciones, sino también las amenazas nuevas y antiguas. Baste recordar lo que se trató hace algunas semanas en el Consistorio extraordinario de los cardenales celebrado en Roma. En la liturgia de Fátima, el libro del Apocalipsis, además de mostrarnos a "una mujer vestida de sol" (cf. Ap 12, 1), nos presenta todas las amenazas mortales que se ciernen contra los hijos que ella da a luz con dolor. Porque la Madre de Dios es, como recordó el último Concilio, el prototipo de la Iglesia-Madre.

5. Madre de la Iglesia, tu siervo en la sede de Pedro te da las gracias por todo bien que, a pesar de tantas amenazas, transforma la faz de la tierra. Te da las gracias también por todos estos años del "Ministerium petrinum", durante los cuales has querido ayudarle con tu intercesión ante Cristo, el único y eterno Pastor de la historia del hombre.

¡A él la gloria por los siglos!

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Doy ahora mi más cordial bienvenida a esta audiencia a todos los peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular a las peregrinaciones de El Salvador y de Monterrey (México).

Igualmente a los integrantes de las Comunidades Neocatecumenales de Valencia (España) y a los miembros de la “Hermandad de Nuestro Padre Jesús atado a la columna” de Valladolid, que celebran con esta venida a Roma el cincuenta aniversario de su fundación.

Mientras aliento a todos a un decidido testimonio cristiano en vuestra vida familiar, profesional y social, os imparto de corazón la bendición apostólica.

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