Audiencia general del 16 de abril de 1986
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 16 de abril de 198
6
El hombre, imagen de Dios, es un ser espiritual y corporal
1. El hombre creado a imagen de Dios es un ser al mismo tiempo corporal y espiritual, es decir, un ser que, desde un punto de vista, está vinculado al mundo exterior y, desde otro, lo transciende. En cuanto espíritu, además de cuerpo es persona. Esta verdad sobre el hombre es objeto de nuestra fe, como lo es la verdad bíblica sobre la constitución a "imagen y semejanza" de Dios; y es una verdad que presenta constantemente a lo largo de los siglos el Magisterio de la Iglesia.
La verdad sobre el hombre no cesa de ser en la historia objeto de análisis intelectual, no sólo en el ámbito de la filosofía, sino también en el de las muchas ciencias humanas: en una palabra, objeto de la antropología.
2. Que el hombre sea espíritu encarnado, si se quiere, cuerpo informado por un espíritu inmortal, se deduce ya, de algún modo, de la descripción de la creación contenida en el libro del Génesis y en particular de la narración "jahvista", que emplea, por así decir, una "escenografía" e imágenes antropomórficas. Leemos que "modeló Yahvé Dios al hombre de la arcilla y le inspiró en el rostro aliento de vida, y fue así el hombre ser animado" (Gen 2, 7). La continuación del texto bíblico nos permite comprender claramente que el hombre, creado de esta forma, se distingue de todo el mundo visible, y en particular del mundo de los animales. El "aliento de vida" hizo al hombre capaz de conocer estos seres, imponerles el nombre y reconocerse distinto de ellos (Cfr. Gen 2, 18-20). Si bien en la descripción "jahvista" no se habla del "alma", sin embargo es fácil deducir de allí que la vida dada al hombre en el momento de la creación es de tal naturaleza que transciende la simple dimensión corporal (la propia de los animales). Ella toca, más allá de la materialidad, la dimensión del espíritu, en la cual está el fundamento esencial de esa "imagen de Dios", que Génesis 1, 27, ve en el hombre.
3. El hombre es una unidad: es alguien que es uno consigo mismo. Pero en esta unidad está contenida una dualidad. La Sagrada Escritura presenta tanto la unidad (la persona) como la dualidad (el alma y cuerpo). Piénsese en el libro del Sirácida, que dice por ejemplo: "El Señor formó al hombre de la tierra. Y de nuevo le hará volver a ella", y más adelante: "Le dio capacidad de elección, lengua, ojos, oídos y corazón para entender. Llenóle de ciencia e inteligencia y le dio a conocer el bien y el mal" (17, 1-2, 5-6).
Particularmente significativo es, desde este punto de vista, el Salmo 8, que exalta la obra maestra humana, dirigiéndose a Dios con las siguientes palabras: "¿Qué es el hombre para que te acuerdes de él, el ser humano para darle poder? Lo hiciste poco inferior a los ángeles, lo coronaste de gloria y dignidad, le diste el mando sobre las obras de tus manos, todo lo sometiste bajo sus pies" (vv. 5-7).
4. Se subraya a menudo que la tradición bíblica pone de relieve sobre todo la unidad personal del hombre, sirviéndose del término "cuerpo" para designar al hombre entero (Cfr., por ejemplo, Sal 144/145, 21; Jl 3; Is 66, 23; Jn 1, 14). La observación es exacta. Pero esto no quita que en la tradición bíblica esté también presente, a veces de modo muy claro, la dualidad del hombre. Esta tradición se refleja en las palabras de Cristo: "No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, y el alma no pueden matarla; temed más bien a aquel que puede perder el alma y el cuerpo en la gehena" (Mt 10, 28).
5. Las fuentes bíblicas autorizan a ver el hombre como unidad personal y al mismo tiempo como dualidad de alma y cuerpo: concepto que ha hallado expresión en toda la Tradición y en la enseñanza de la Iglesia. Esta enseñanza ha hecho suyas no sólo las fuentes bíblicas, sino también las interpretaciones teológicas que se han dado de ellas desarrollando los análisis realizados por ciertas escuelas (Aristóteles) de la filosofía griega. Ha sido un lento trabajo de reflexión, que ha culminado principalmente —bajo la influencia de Santo Tomás de Aquino— en las afirmaciones del Concilio de Viena (1312), donde se llama al alma "forma" del cuerpo: "forma corporis humani per se et essentialiter". La "forma", como factor que determina la sustancia de ser "hombre", es de naturaleza espiritual. Y dicha "forma" espiritual, el alma, es inmortal. Es lo que recordó más tarde el Concilio Lateranense V (1513): el alma es inmortal, diversamente del cuerpo que está sometido a la muerte (cf. DS 1440). La escuela tomista subraya al mismo tiempo que, en virtud de la unión substancial del cuerpo y del alma, esta última, incluso después de la muerte, no cesa de "aspirar" a unirse al cuerpo. Lo que halla confirmación en la verdad revelada sobre la resurrección del cuerpo.
6. Si bien la terminología filosófica utilizada para expresar la unidad y la complejidad (dualidad) del hombre, es a veces objeto de crítica, queda fuera de duda que la doctrina sobre la unidad de la persona humana y al mismo tiempo sobre la dualidad espiritual-corporal del hombre está plenamente arraigada en la Sagrada Escritura y en la Tradición. A pesar de que se manifieste a menudo la convicción de que el hombre es "imagen de Dios" gracias al alma, no está ausente en la doctrina tradicional la convicción de que también el cuerpo participa a su modo, de la dignidad de la "imagen de Dios", lo mismo que participa de la dignidad de la persona.
7. En los tiempos modernos la teoría de la evolución ha levantado una dificultad particular contra la doctrina revelada sobre la creación del hombre como ser compuesto de alma y cuerpo. Muchos especialistas en ciencias naturales que, con sus métodos propios, estudian el problema del comienzo de la vida humana en la tierra, sostienen —contra otros colegas suyos— la existencia no sólo de un vínculo del hombre con la misma naturaleza, sino incluso su derivación de especies animales superiores. Este problema, que ha ocupado a los científicos desde el siglo pasado, afecta a varios estratos de la opinión pública.
La respuesta del Magisterio se ofreció en la Encíclica, "Humani generis" de Pío XII en el año 1950. Leemos en ella: "El Magisterio de la Iglesia no prohíbe que se trate en las investigaciones y disputas de los entendidos en uno y otro campo, la doctrina del "evolucionismo", en cuanto busca el origen del cuerpo humano en una materia viva y pre-existente, pues las almas nos manda la fe católica sostener que son creadas inmediatamente por Dios..." (DS 3896).
Por tanto se puede decir que, desde el punto de vista de la doctrina de la fe, no se ve dificultad en explicar el origen del hombre, en cuanto al cuerpo, mediante la hipótesis del evolucionismo. Sin embargo, hay que añadir que la hipótesis propone sólo una probabilidad, no una certeza científica. La doctrina de la fe, en cambio, afirma invariablemente que el alma espiritual del hombre ha sido creada directamente por Dios. Es decir, según la hipótesis a la que hemos aludido, es posible que el cuerpo humano, siguiendo el orden impreso por el Creador en las energías de la vida, haya sido gradualmente preparado en las formas de seres vivientes anteriores. Pero el alma humana, de la que depende en definitiva la humanidad del hombre, por ser espiritual, no puede serlo de la materia.
8. Una hermosa síntesis de la creación arriba expuesta se halla en el Concilio Vaticano II: "En la unidad de cuerpo y alma —se dice allí—, el hombre, por su misma condición corporal, es una síntesis del universo material, el cual alcanza por medio del hombre su más alta cima" (Gaudium et spes 14). Y más adelante añade: "No se equivoca el hombre al afirmar su superioridad sobre el universo material y al considerarse no ya como una partícula de la naturaleza... Por su interioridad es, en efecto, superior al universo entero" (Ib.). He aquí, pues, cómo se puede expresar con un lenguaje más cercano a la mentalidad contemporánea, la misma verdad sobre la unidad y dualidad (la complejidad) de la naturaleza humana.
Saludos
Sean bienvenidos a este encuentro todos los peregrinos y visitantes de lengua española.
Saludo al grupo de Hermanas Mercedarias de la Caridad, así como a todos los sacerdotes, religiosos y religiosas aquí presentes, a quienes aliento a afianzar su fe en el Señor Resucitado y a una generosa entrega al servicio de los hermanos.
Igualmente saludo a las alumnas del Colegio de las Religiosas Concepcionistas de la Enseñanza, de Madrid, y a las alumnas del Colegio de la Presentación, de Mallorca. Que esta visita a Roma, queridas jóvenes, acreciente el sentido católico, universal, de vuestra vida cristiana y os impulse a un renovado testimonio de caridad en la sociedad en que vivís.
A todos los peregrinos procedentes de los diversos países de América Latina y de España, imparto, en el gozo pascual, mi bendición apostólica.
© Copyright 1986 - Libreria Editrice Vaticana