Audiencia general del 18 de octubre de 1995
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERALMiércoles 18 de octubre de 1995
Amadísimos hermanos y hermanas:
1 El miércoles pasado, durante la audiencia general, hablé del reciente encuentro en Nueva York con la Asamblea general de la Organización de las Naciones Unidas. Esta mañana quiero referirme a las demás etapas de mi peregrinación a Estados Unidos, las diócesis de Newark, Nueva York, Brooklyn y Baltimore. En cada una de esas Iglesias particulares pude experimentar personalmente con cuánto interés han acogido los norteamericanos mis frecuentes llamamientos para que el tercer milenio, que ya está a las puertas, constituya una ocasión privilegiada para construir la civilización del amor. No tienen miedo de afrontar el futuro, pues han puesto su esperanza en Jesucristo, Redentor del hombre.
Doy cordialmente las gracias a mis hermanos en el episcopado que, con espíritu de comunión fraterna, han invitado al Sucesor de Pedro a visitar las comunidades cristianas encomendadas a sus cuidados pastorales.
Agradezco, nuevamente, a las autoridades civiles y militares que me dieron la bienvenida y facilitaron mi encuentro con gran número de católicos, de cristianos de otras Iglesias y comunidades eclesiales, así como con los miembros de la comunidad judía. A todos los que han colaborado con su oración y su aportación concreta para hacer que mi visita pastoral fuera fructífera espiritualmente les expreso mi profunda gratitud con las palabras del Apóstol: "Doy gracias a mi Dios cada vez que me acuerdo de vosotros, rogando siempre y en todas mis oraciones con alegría por todos vosotros" (Flp 1, 3-4).
Estados Unidos, país dotado de abundantes recursos naturales y humanos, es consciente de que tiene peculiares responsabilidades con respecto a los demás pueblos. Sabe que en el centro de la vocación de su nación está la cultura de la acogida. En efecto, ya desde el inicio, acudieron allí personas procedentes de todos los rincones de la tierra, para formar "una sociedad de rica diversidad étnica y racial, basada en el compromiso de una visión común de la dignidad y la libertad humana" (Discurso durante la ceremonia de bienvenida, 4 de octubre, n. 4). Siento admiración por ese impresionante mosaico de culturas, y pido al Señor que nunca sufra conflictos causados por las diferencias de clase, raza o religión.
2. En Newark, como primer acto litúrgico, después de mi llegada, el 4 de octubre, recé las Vísperas en la magnifica catedral dedicada al Sagrado Corazón de Jesús.
La fe firme, unida a la esperanza, de la Iglesia que está en Nueva Jersey se manifestó significativamente al día siguiente en el Giants Stadium, donde ni siquiera la lluvia, que ese Estado tanto necesitaba, pudo disminuir el entusiasmo y la devoción de los presentes. En el estadio, poco distante de la conocidísima Estatua de la libertad, durante mi homilía comenté la pregunta que el Señor formulará el día del juicio: "¿Se está convirtiendo hoy Estados Unidos en un país menos sensible y menos atento a los pobres, a los débiles, a los extranjeros y a los necesitados?". Y, de manera especial, pedí que se acogiera y defendiera al "extranjero" que está en el seno materno, el niño aún por nacer, pero también a los minusválidos graves, a los ancianos o a los que se consideran de poca utilidad social. A la gente de Nueva Jersey les manifesté mi convicción de que, si Estados Unidos se encerrara en sí mismo, "sería el comienzo del fin de lo que constituye la misma esencia de la experiencia norteamericana"(cf. Homilía, 5 de octubre, n. 6).
3. Al día siguiente, presidí la santa misa en el Aqueduct Racecourse, en la diócesis de Brooklyn, donde no llovía, pero sí soplaba un fuerte viento. El Espíritu Santo, al que invocamos todos juntos, nos visitó con su presencia, "como una ráfaga de viento impetuoso" (Hch 2, 2).
Una vez más, experimenté personalmente la profunda búsqueda del Dios vivo que existe en el corazón de los norteamericanos, una exigencia que no pueden satisfacer los mitos de la riqueza, el poder o el prestigio. Si Estados Unidos desea promover una auténtica cultura de la acogida, en primer lugar deberá hacer espacio al misterio del amor de Dios, en el que todo tiene su origen (cf. Homilía 6 de octubre, n. 6). La cultura de la hospitalidad y de la vida sólo puede construirse sobre la sólida roca del respeto a la verdad del designio divino.
Precisamente la sabiduría de Dios fue el tema de la homilía durante la celebración de las Vísperas con la comunidad del seminario de San José. A los seminaristas les confié un mensaje comprometedor: cuando lleguéis a ser sacerdotes ―les dije― debéis enseñar hablando "no con palabras aprendidas de sabiduría humana, sino aprendidas del Espíritu" (I Co 2, 13). Los que predican el Evangelio, lo deben hacer con valentía, conscientes de que, como su Maestro, a menudo encontrarán indiferencia o incluso rechazo.
4. La misa celebrada la mañana del sábado 7 de octubre en el Central Park de Nueva York, con la participación de numerosísimos jóvenes fue inolvidable. A pesar de los falsos ídolos que con frecuencia propone la sociedad, los jóvenes norteamericanos, como pude constatar directamente, están abiertos a la verdad y al amor de Cristo, y dispuestos a realizar valientemente incluso grandes sacrificios con tal de seguir fielmente el Evangelio.
Saben que la Iglesia y el Papa cuentan con ellos. A los jóvenes les corresponde la tarea de contribuir a construir, con la gracia de Dios, una civilización verdaderamente digna de la persona humana. He confiado esos propósitos a María rezando, por la tarde, en la catedral de San Patricio, el santo rosario con los representantes de la Iglesia que está en Nueva York. Al final, quise exhortar también a las familias, a los religiosos y a las religiosas a seguir siempre con generosidad su vocación.
5. La visita pastoral a Estados Unidos concluyó en Baltimore, en el Estado de Maryland, el mismo Estado donde nació la Iglesia católica en el país, en el tiempo de la colonia. ¿Cómo no recordar, a este respecto, el llamamiento lanzado en Camden Yards, para que todos escuchen a Cristo? Jesús exhorta a hacer que la luz del Evangelio resplandezca al servicio de la sociedad. Estados Unidos, el país de la libertad, afronta el desafío de "lograr la realización plena de la libertad en la verdad: la verdad que es intrínseca a la vida humana creada a imagen y semejanza de Dios" (Homilía, 8 de octubre, n. 6). Como toda nación, Estados Unidos debe renovarse mediante la fuerza del Evangelio.
En Baltimore celebré una solemne liturgia eucarística, pude compartir una comida con los huéspedes del Our Daily Bread y, en la catedral dedicada a María, Nuestra Reina, tuve la oportunidad de confirmar el compromiso de la Iglesia católica en favor del diálogo con los demás cristianos y con los representantes del judaísmo y del Islam.
6. Amadísimos hermanos y hermanas, antes de partir de tierra americana, lancé a Estados Unidos un último desafío. Otros pueblos ―les dije― os miran como a un modelo de democracia. Pero, ¿cómo olvidar que una nación democrática "se mantiene o cae con las verdades y los valores que encarna y promueve"? (Discurso de despedida, 8 de octubre, n. 2). Esos valores no los establecen los votos de una mayoría o los deseos de quien grita mas fuerte, sino los principios de la ley escrita por Dios en el corazón del hombre.
Pido a Dios que Estados Unidos se mantenga fiel a su vocación de nación fundada en las columnas de la libertad, la virtud la acogida y la defensa de la vida; y deseo de corazón que mi visita pastoral impulse a los católicos de ese país a encaminarse hacia el tercer milenio con un compromiso renovado al servicio de Cristo y de evangelio de esperanza.
Una vez más, doy gracias al presidente de Estados Unidos y a las autoridades por esta hermosa visita.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Quiero saludar ahora a los peregrinos de lengua española.
De modo particular a las Religiosas Adoratrices, a los grupos parroquiales de España y de Costa Rica, así como a los peregrinos de México, Perú y otros países latinoamericanos.
Al agradeceros vuestra presencia aquí, os imparto con afecto mi bendición apostólica.
© Copyright 1995 - Libreria Editrice Vaticana