Audiencia general del 20 de enero de 1982
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 20 de enero de 1982
1. La Semana de Oraciones por la Unidad de los Cristianos vuelve a llamar la atención de todos los bautizados acerca de su compromiso por la restauración de la plena unidad, con una respuesta más fiel al designio de Dios sobre su Iglesia.
Os exhorto hoy, queridos hijos e hijas de la Iglesia católica, a uniros a este coro inmenso de oraciones que se eleva a Dios estos días.
Con tal actitud de atención por la unidad, esta semana, dedicada particularmente a la oración, tampoco este año encuentra plenamente unidos a los cristianos. Todavía no se han superado todas las divergencias. Y un sentimiento de difusa amargura invade el corazón de los cristianos reflexivos y responsables. Es como constatar una debilidad interna; es como experimentar el mal que permanece en la comunidad cristiana.
A pesar de todo, esta semana nos ofrece motivos válidos y fundados de alegría y esperanza. En efecto, estamos seguros, como nos ha advertido el Concilio, de que "el Señor de los siglos, que sabia y pacientemente continúa el propósito de su gracia sobre nosotros pecadores, ha empezado recientemente a infundir con mayor abundancia en los cristianos desunidos entre sí el arrepentimiento y el deseo de la unión" (Unitatis redintegratio, 1).
2. También este año debemos dar gracias a Dios por los progresos auténticos que va haciendo la búsqueda de la unidad de los cristianos. El diálogo prosigue su camino con perseverancia a nivel teológico. Calificadas comisiones mixtas trabajan con serenidad y objetividad, tanto con la Iglesia ortodoxa, como con las otras Organizaciones mundiales de las Comunidades eclesiales surgidas de la Reforma. A través de los varios diálogos y por medio de contactos cada vez más intensos, se va consiguiendo un desarrollo real: por una parte, emerge claramente todo lo que tenemos en común acerca de la fe, la doctrina y la vida cristiana: por otra, las divergencias que aún hay -y que los diálogos deben continuar afrontando y debatiendo- se ven con mayor lucidez y se liberan de los contornos de confusión que las polémicas del pasado habían creado. Estos diálogos, que preparan el terreno, permitirán luego a las respectivas autoridades valorar las conclusiones, juzgando exactamente el progreso realizado y lo que aún hay que hacer. Por todo esto, y por el espíritu de franqueza, fraternidad y lealtad que aumenta entre los cristianos, debemos dar gracias a Dios, que ilumina la mente, enardece el corazón, robustece la voluntad.
Las dificultades en las relaciones entre los cristianos son reales. No se trata sólo de prejuicios heredados del pasado, sino frecuentemente de juicios diversos arraigados en convicciones profundas que afectan a la conciencia. Además, por desgracia, surgen nuevas dificultades. Precisamente por esto es aún más necesaria la plegaria de impetración, a fin de que el Señor ilumine y guíe a su pueblo para restablecer esa unidad interior, orgánica y visible, que Él quiere para sus discípulos y por la que Él mismo ha orado (cf. Jn 17).
En este contexto pido vuestras oraciones y las de todos los católicos para que, durante mi viaje a Gran Bretaña, la visita a Canterbury, sede primada de la Comunión anglicana, ayude a la gran causa de la unidad de los cristianos.
3. Además, la plegaria ofrece la oportunidad más propicia para la participación de todos los bautizados en la búsqueda del restablecimiento de la plena unidad. No todos pueden participar en el diálogo teológico, ni todos tienen la oportunidad de entablar relaciones personales y directas con los cristianos de las otras Iglesias y Comunidades eclesiales; pero todos pueden expresar la propia participación en las intenciones de la Iglesia para esta búsqueda con una oración sincera y continua, que comprende la intención y la súplica de la unidad de los cristianos. Sé que esta preocupación aumenta cada vez más en los fieles, en las comunidades religiosas, en las parroquias y en los monasterios, particularmente en los de clausura. Doy las gracias a todos y los invito a intensificar su oración.
Esta participación expresa la creciente conciencia de que la división es contra la voluntad de Dios; de que daña a la vida de la Iglesia y perjudica su misión en el mundo (cf. Unitatis redintegratio, 1). Para que esta participación sea convencida y responsable, acogiendo en la Exhortación Apostólica Catechesi tradendae una preocupación del Sínodo de los Obispos, he llamado la atención sobre la necesidad de una catequesis profunda como instrumento adecuado para la formación ecuménica. Efectivamente: "La catequesis no puede permanecer ajena a esta dimensión ecuménica cuando todos los fieles, según su propia capacidad y su situación en la Iglesia, son llamados a tomar parte en el movimiento hacia la unidad" (Catechesi tradendae, 32). En efecto, esta dimensión suscita y alimenta en los fieles un verdadero deseo de la unidad y, aún más, inspirará esfuerzos sinceros con miras a la plena unidad.
4. Para ayudar a nuestra oración, cada año el Secretariado para la Unión de los Cristianos y el Consejo Ecuménico de las Iglesias proponen un tema común.
Este año ha sido propuesta una intención fecunda, ecuménica y misionera al mismo tiempo: "Que todos encuentren su morada en Ti, Señor". El tema se inspira en el Salmo 84 (83), que generaciones y generaciones de creyentes han repetido y repiten con insistencia. El tema pone en perspectiva la comunión con Dios, que es el elemento esencial y constitutivo de la comunión eclesial; también pone de relieve el aspecto de camino, de peregrinación, de movimiento hacia esta comunión.
Lo mismo que los antiguos israelitas que al retornar del exilio encontraban en el templo, signo de la presencia de Dios, la expresión de su unidad como Pueblo de Dios, así los cristianos buscan hoy la plena unidad en la presencia del Señor, obedeciendo a su voluntad.
¡Es necesario restaurar la plena unidad de los cristianos!
"Sois conciudadanos de los santos y familiares de Dios" (Ef 2, 19), escribía San Pablo a los cristianos de Efeso. Así, pues, la unidad de los cristianos es como la unidad de una gran familia. Debe estar animada por las mismas características esenciales de comunión, fraternidad, solidaridad, unidad. Esta comunidad está abierta a todos los pueblos, a todas las gentes, con la finalidad de hacer de toda la humanidad una convivencia pacífica y solidaria.
Por esto, la unidad de la comunidad cristiana está abierta a la evangelización, esto es, al anuncio de que en Cristo la humanidad encontrará su salvación y su morada de paz.
5. Quisiera terminar este encuentro con una oración litánica, a la que invito a todos a responder:
"Que todos encuentren su morada en Ti, Señor".
— Por todos los bautizados, para que con su vida anuncien a todas las gentes tu reino, oremos.
— Por las familias cristianas, para que den testimonio de amor y de unidad, oremos.
— Por nuestras comunidades cristianas, para que sean para todos morada de fraternidad, oremos.
— Por los cristianos esparcidos por el mundo, para que sean una sola cosa, oremos.
— Por todos los hombres, para que encuentren en tu Iglesia la reconciliación y la paz, oremos.
Oremos: Señor, Dios nuestro, salva a tu pueblo y bendice a tu heredad; guarda en paz a toda tu Iglesia: santifica a los que aman tu morada. Tú, en cambio, glorifícalos con tu potencia y no nos abandones a los que esperamos en Ti. (De la liturgia bizantina).
Amén
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Estamos en la Semana de oración por la unidad de los cristianos. La Iglesia nos invita a orar de modo especial, para que desaparezcan las divergencias existentes y se logre la deseada unión, superando divisiones que van contra la voluntad de Dios, dañan a la Iglesia y son nocivas para su misión en el mundo.
Debemos dar gracias a Dios por los progresos obtenidos en campo ecuménico, a través del diálogo a nivel teológico y del trabajo de comisiones mixtas especializadas. Así se va descubriendo lo que los cristianos tenemos en común respecto a la fe, la doctrina y la vida cristiana. Pero las dificultades son reales y hay que implorar del Señor el don de la unidad. En ese sentido encomiendo a vuestra plegaria mi próximo viaje a Inglaterra.
Haciendo nuestra la intención ecuménica de este año, pidamos insistentemente que «todos los cristianos encuentren su morada en Ti, Señor».
Con esta invitación a orar, a todos saludo y bendigo.
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