Audiencia general del 20 de enero de 1988
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 20 de enero de 198
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1. "...Como tú, Padre, estás en mí y yo en ti, para que también ellos sean en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21).
Así oró Jesús por los discípulos, que estaban con Él en la Cena, y por todos los que mediante su palabra creerían en Él. En esta oración se basa toda la búsqueda de la unidad plena entre los cristianos.
El movimiento ecuménico, en el que participan " todos los que invocan al Dios Trino y confiesan a Jesús Señor y Salvador" (Unitatis redintegratio, 1), encuentra en la plegaria de Jesús su perspectiva última y su criterio de la auténtica eficacia misionera, vivida hoy con tanta intensidad: la unidad como signo e instrumento de evangelización del mundo. El trabajo teológico y pastoral para la recomposición de la unidad plena de los cristianos corresponde a la voluntad misma de Jesucristo. Por esta razón, la Iglesia católica ve aquí una tarea preparatoria, a la que el Concilio Vaticano II ha invitado "tanto a los fieles como a los Pastores, a cada uno según su propia capacidad" (Unitatis redintegratio, 5).
Dada la dificultad de la cuestión, cuya solución "excede las fuerzas y la capacidad humana", el Concilio declara que "pone toda su esperanza en la oración de Cristo por la Iglesia, en el amor del Padre para con nosotros, en la virtud del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio, 24). Y recuerda también el Concilio las palabras de San Pablo a los Romanos "Y la esperanza no quedará confundida" (Rom 5, 5).
2. La Semana de oración por la Unidad de los Cristianos, que se viene celebrando anualmente durante estos días o también con ocasión de la fiesta de Pentecostés, quiere integrarse, con fidelidad y espíritu de obediencia, en el corazón de la plegaria misma de Jesús al Padre, para que todos sean una misma cosa, perfectos en la unidad y consagrados en la verdad. Esta iniciativa fecunda que, por la gracia de Dios, se celebra cada vez con mayor intensidad, está fundada sólidamente sobre la base de una fe que es todavía común. Esta iniciativa manifiesta, además, el intento de los cristianos de hacer todo lo posible, cada uno en la parte que le corresponde, para caminar juntos hacia la unidad plena, como el Señor mismo la desea. Nuestra fe nos asegura que el Señor está en medio de nosotros (Mt 18, 20). Él, que es "camino y verdad", acompañará a los que creen en Él, como acompañó una vez a los discípulos de Emaús (Lc 24, 30), hasta la "mesa" de la Eucaristía, en la unidad de la fe plenamente restablecida. Como aquellos discípulos, también nosotros debemos recorrer este camino con el corazón "ardiéndonos por dentro" y escuchando la explicación de las Escrituras.
En todo esto la oración es de importancia decisiva. Nos libera de las preocupaciones que no pertenecen al plano de Dios, nos concentra sobre "lo único que es necesario" y nos orienta hacia el cumplimiento de la voluntad divina.
3. En esta Semana de oración por la Unidad es también deber nuestro dar gracias a Dios por todo el camino hecho hasta ahora. Es verdad: la unidad que todos deseamos no existe todavía y quedan aún serias dificultades. Pero las relaciones entre los cristianos y el diálogo teológico han creado una situación de fraternidad verdaderamente nueva. A la comunión existente se le ha dado su justo relieve y se han puntualizado las divergencias con mayor precisión. Además, se han conseguido, si bien con no pocos esfuerzos, importantes convergencias sobre algunos temas, en el pasado, muy controvertidos, tales como el bautismo, la justificación, el ministerio, la Eucaristía, la autoridad en la Iglesia. Mientras tanto, el diálogo con las Iglesias y Comuniones cristianas mundiales sigue adelante, sostenido por la esperanza de que finalmente se pueda alcanzar el acuerdo total. Este proceso, delicado en extremo, exige el apoyo de la oración de todos.
También el año pasado, tanto aquí en Roma como en los distintos países que visité, tuve el gozo de encontrarme con responsables de las demás Iglesias y Comunidades eclesiales. No obstante la diversidad de las situaciones locales, pude constatar que la preocupación por la unidad se advierte con urgencia creciente. ¡Cómo no recordar, entre estos encuentros, de una manera muy particular la reciente visita del Patriarca Ecuménico, Su Santidad Dimitrios I! Juntos hemos conversado, juntos hemos bendecido a los fieles. Juntos hemos querido hacer todo lo que la fe nos permitía. Juntos nos hemos entristecido profundamente por no haber podido participar en el mismo Pan y en el mismo Cáliz. Que esta tristeza sincera sea para todos fuente de nuevo impulso en el empeño de esclarecer y resolver las dificultades que permanecen en nuestro camino común. Y que, al mismo tiempo, la alegría profunda que esta visita ha supuesto reconforte también nuestros corazones y nos dé el coraje de seguir adelante por el camino del Señor, sostenidos por el vigor y la esperanza que infunde el Espíritu presente en nuestros corazones.
4. A esto nos invita precisamente la Semana de oración que celebramos, centrada sobre el tema "El amor de Dios expulsa el temor" (cf. 1 Jn 4, 18).
El tema nos recuerda, en primer lugar, el amor de Dios que está en la base de la vida cristiana. La Trinidad Santa nos amó "antes de que el mundo existiese". Se nos ha enviado al Hijo de Dios, que nos ha liberado de la esclavitud, nos ha llamado a ser criaturas nuevas, hechas a su imagen y semejanza, nos ha puesto en comunión con su propia vida, asegurándonos un amor del que no nos pueden separar ni la vida ni la muerte.
Si es así, de ello se desprende la exigencia del amor recíproco. "Si de esta manera nos amó Dios, también nosotros debemos amarnos unos a otros" (1 Jn 4, 11). La experiencia ecuménica nos demuestra cada vez con mayor evidencia que el diálogo de la caridad sostiene todo el esfuerzo por la reconciliación. El amor no sólo engendra el perdón recíproco, sino que libera de la sospecha, del miedo al otro, que, por el contrario, se nos revela como hermano en el Señor.
La Comisión mixta, compuesta por responsables de la Iglesia católica y del Consejo Ecuménico de las Iglesias, al proponer este tema, llama nuestra atención sobre el fenómeno del miedo presente en el mundo de hoy y también en las comunidades cristianas. El miedo es un sentimiento que divide, aísla, encarcela. Pero nosotros creemos en el que ha vencido al mundo, en el que ha vencido a la muerte y nos ha devuelto la vida. El restablecimiento de la unidad entre los cristianos, en el amor y en la verdad, será un signo eficaz de la esperanza para una convivencia mejor en el mundo. Si en el seno de las comunidades cristianas hay un amor sincero, este amor libera también del miedo de que la unidad pueda transformarse en uniformidad. La unidad es un bien para todos. La unidad no sólo sabe respetar los auténticos carismas existentes, sino que los fortalece y armoniza para beneficio de todos.
En el amor no hay temor (cf. 1 Jn 4, 18). Sin falsos temores, pues, y con el corazón reconfortado por el amor de Dios, continuemos con perseverancia en la oración y en las iniciativas oportunas con vistas al restablecimiento de la unidad entre todos los cristianos.
Invito a todos los presentes a unirse conmigo en la oración por la unidad plena de todos los cristianos.
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Presento ahora mi más cordial saludo de bienvenida a esta audiencia a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.
En particular, saludo a los grupos de jóvenes provenientes de Buenos Aires y de Lima, a quienes aliento a hacer de sus vidas un testimonio de la perenne juventud del Evangelio. Cuando volváis a vuestras familias, llevadles el afectuoso saludo del Papa, que a todos ama y les encomienda en sus oraciones.
En prenda de la constante asistencia divina os imparto la bendición apostólica.
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