Audiencia general del 21 de diciembre de 1988

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 21 de diciembre de 198

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El misterio de la Encarnación

1. El Apóstol Juan, en su primera Carta, nos anuncia con alegre entusiasmo que la "Vida", es decir, la vida divina, la vida eterna, Dios mismo como Vida, "se manifestó" (1 Jn 1, 2). La Vida se puede alcanzar, se puede "ver" y "tocar". Este es el contenido esencial del mensaje evangélico, en el que insiste de modo especial Juan. Es el misterio de la Encarnación. El misterio del Verbo "que se hace carne", y viene a "habitar entre nosotros". Es el misterio de la Navidad, que celebraremos dentro de pocos días.

La vida infinita de Dios, vida bienaventurada, vida de perfecta plenitud, vida transcendente y sobrenatural, se acerca a nosotros, se ofrece a nosotros, se hace accesible al hombre, se propone como posible, más aún, como la plena felicidad del hombre. ¿Quién habría podido pensar que nosotros, pobres y frágiles criaturas, a menudo incapaces de custodiar y respetar nuestra misma vida física y natural, estamos creados para una vida divina y eterna? ¿Quién lo habría podido imaginar, si no lo hubiera revelado el amor de Dios infinitamente misericordioso?

Y sin embargo éste es el destino del hombre. Esta es la suerte dichosa ofrecida a todos. Incluso a los más miserables pecadores, incluso a los más odiosos despreciadores de la vida. Todos pueden ascender a participar de la misma vida divina, porque así lo ha querido, en Cristo, el Padre celestial. Este es el mensaje cristiano. Y éste es el mensaje de la Navidad.

2. "La vida se manifestó ―dice Juan (v. 2)―, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la vida eterna". Ciertamente nosotros hoy, después de 2.000 años de la presencia física de Jesús en la tierra, no podemos tener la misma experiencia que tuvo de Él Juan y los otros Apóstoles; y sin embargo también nosotros, hoy, podemos y debemos ser sus testigos. ¿Y quién es el "testigo"? Es aquel que ha estado "presente en los hechos", que ―por decirlo así― "ha visto y tocado" lo que testimonia. Ha tenido un conocimiento directo, experimental.

Pero nosotros, después de 2.000 años, ¿cómo podemos tener tal conocimiento de Cristo? ¿Cómo podemos, pues, "testimoniarlo"?

Se dan hoy y se darán siempre, hasta el fin del mundo, como sabemos y como nos recuerda el Concilio, varias formas de presencia de Cristo entre nosotros: en la liturgia, en su Palabra, en el sacerdote, en el pequeño, en el pobre... Hay que saber ver en estas presencias, "tener ojos para ver y oídos para escuchar": con un conocimiento directo que es verdadera comunión de vida. Comunión de vida con Él. Porque, ¿qué es, en efecto, la vida de gracia, la comunión sacramental, una liturgia verdaderamente participada, sino comunión de vida con Cristo? ¿Y qué conocimiento mejor que el que nace de la comunión con Él, que acogemos en la fe?

3. Queridos hermanos: Que la próxima Navidad sea, pues, para vosotros un crecimiento de comunión de vida con Cristo. Dejaos iluminar dócilmente por la luz de la fe. Abríos con sencillez y confianza a las enseñanzas del Evangelio y de la Iglesia sobre la Navidad. La verdad de estas enseñanzas os permitirá vivir intensamente la realidad de la Navidad. Os permitirá, un poco como al Apóstol Juan, "ver y tocar la Vida". Por lo demás, hasta que no lleguemos a este punto, no podemos considerarnos todavía plenamente discípulos de Jesús el Señor. Nuestro camino queda incompleto y nuestra edad espiritual inmadura. No somos aún "hombres maduros", según expresión de San Pablo (1 Cor 14, 20).

Para un conocimiento verdaderamente profundo del misterio de la Navidad, es necesario, además de la fe, la caridad, mediante el ejercicio de las buenas obras, de la justicia y de la misericordia. Sólo así podremos tener esa misteriosa "experiencia" de la que habla San Juan y que nace de la comunión y llevaa la comunión. "Lo que hemos visto y oído ―dice en efecto el Apóstol (v. 3)―, os lo anunciamos, para que también vosotros estáis en comunión con nosotros". La experiencia de la Navidad nace del amor, está iluminada por el amor, suscita el amor y difunde el amor.

"Y nosotros ―explica luego Juan (ib.)― estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo". El misterio de la Navidad es fuente de comunión, porque es comunión con Dios en su Hijo Jesucristo. "Tocando y viendo" la Vida hecha visible, pasamos de la muerte a la vida, curamos de nuestras enfermedades, nos llenamos de la vida y podemos por tanto transmitir la vida.

4. "Para qué, pues, esta comunión? Nos lo dice también Juan: "Para que nuestro gozo sea completo" (cf. v. 4). Finalidad y efecto de la comunión de vida con Dios y con los hermanos es la verdadera alegría. Todos buscamos instintivamente la felicidad. Es en sí algo natural. ¿Pero sabemos siempre dónde está la verdadera alegría? ¿Lo sabéis vosotros, jóvenes? ¿Lo sabéis vosotros, adultos? Nosotros cristianos sabemos dónde está la verdadera alegría: en la comunión con Dios y con los hermanos. En la apertura de nuestra mente a la venida entre nosotros, en la Navidad, del Dios que se hace hombre, que nace como cualquier otro niño en la tierra, pobre entre los pobres, necesitado entre los necesitados. El Dios altísimo que se hace pequeñísimo. Sin perder su infinita dignidad, Él asume y hace suya nuestra infinita miseria, y esconde detrás de ella, en cierto modo, la divinidad.

Mi deseo, queridos hermanos, es que también vosotros podáis tener en abundancia estos "frutos de vida eterna". El Espíritu Santo, con sus dones de sabiduría e inteligencia, os guíe a un conocimiento más profundo del misterio de la Navidad, misterio de luz, de comunión, de gozo en el Señor.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo ahora cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española, entre los cuales se encuentra un nutrido grupo de familias procedentes de Colombia.

A todos los aquí presentes así como a vuestros seres queridos en los diversos países de América Latina y de España, os deseo paz y felicidad en las próximas fiestas navideñas, mientras imparto con afecto la bendición apostólica.

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