Audiencia general del 22 de agosto de 1990

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 22 de agosto de 1990

 

Pedagogía de la revelación sobre la Persona del Espíritu Santo

1. Hasta ahora hemos dedicado la serie de catequesis a la acción del Espíritu Santo, considerándola en primer lugar a la luz del Antiguo Testamento y luego en los diversos momentos de la vida de Cristo. Ahora pasamos a examinar el misterio de la Persona misma del Espíritu Santo, que vive en comunión con el Padre y con el Hijo en la unidad de la Trinidad divina. Estamos en la fase más alta de la que hemos llamado en numerosas ocasiones la autorrevelación de Dios: es decir, la manifestación de su misma esencia íntima y de su plan, hecha por el Dios que Jesús nos enseñó a reconocer e invocar como Padre. Este Dios infinitamente verdadero y bueno siempre ha usado una suerte de pedagogía transcendente para instruirnos y atraernos hacia él. Eso ha sucedido también en la revelación del Espíritu Santo.

2. Nos lo recuerda San Gregorio Nacianceno en un hermoso texto que explica el hilo conductor de la acción progresiva de Dios en la historia de la salvación, en relación con el misterio de la Trinidad de las divinas Personas en la unidad de la divina sustancia. “En efecto ―dice aquel gran Padre de la Iglesia―, el Antiguo Testamento predicaba manifiestamente al Padre y más oscuramente al Hijo. El Nuevo Testamento manifestó al Hijo y sugirió la divinidad del Espíritu Santo. En la actualidad, el Espíritu habita en nosotros y se manifiesta más claramente. Pues, cuando la divinidad del Padre no se confesaba claramente, no era prudente predicar de forma abierta al Hijo, y tampoco era prudente, antes de que la divinidad del Hijo fuese reconocida, imponernos además ―y lo digo con demasiada audacia― al Espíritu Santo” (Orat XXXI, Theol. V, 26: PG 36, 161). Por ello, según el Nacianceno, al hombre le resultaba difícil aceptar la revelación de Dios como uno en la naturaleza y trino en las personas, porque se trataba de algo demasiado elevado para los conceptos del entendimiento humano, tomados en su significado común; y, en efecto, ha resultado siempre difícil para muchísimos hombres, incluso sinceramente religiosos, como lo atestigua la historia del Judaísmo y del Islam.

3. En las catequesis precedentes hemos mostrado cómo ha tenido lugar este progreso pedagógico en la revelación divina; hemos visto que el Antiguo Testamento en muchos puntos y de muchas maneras habla del Espíritu de Dios, comenzando por el inicio del libro del Génesis (cf. Gn 1, 2). Pero siempre hemos hecho notar que se trataba de anuncios y presagios referentes más bien a la acción del Espíritu Santo en el hombre y en la historia, y no tanto a su Persona, al menos de modo explícito y directo. En el vasto espacio del Antiguo Testamento se puede hablar de descubrimiento, de prueba, de progresiva comprensión de la acción del Espíritu Santo, aunque siempre quede en la sombra la distinción de las personas en la unidad de Dios. Los textos, incluso los más antiguos, indican como provenientes del Espíritu de Dios ciertos fenómenos que tienen lugar en el mundo físico y en el psicológico y espiritual; se trata del “aliento de Dios” que anima al universo desde el momento de la creación, o de una fuerza sobrehumana concedida a los personajes llamados a empresas especiales para la guía y la defensa del “pueblo de Dios”, como la fuerza física concedida a Sansón (cf. Jc 14, 6), la investidura de Gedeón (cf. Jc 6, 34), la victoria en la lucha de Jefté con los amonitas (cf. Jc 11, 29). En otros casos hallamos que el Espíritu de Dios no sólo “reviste”, sino también “arrebata” al hombre (Elías: cf. 1 R 18, 12), obra los transportes y los éxtasis proféticos, y concede la capacidad de interpretar los sueños (José en Egipto: cf. Gn 41, 38). En todos estos casos se trata de una acción de carácter inmediato y transitorio ―que podríamos definir carismática― para el bien del pueblo de Dios.

4. Por otra parte, el mismo Antiguo Testamento nos presenta muchos casos de una acción constante llevada a cabo por el Espíritu de Dios que, según el lenguaje bíblico, “se posa sobre el hombre”, como sucede con Moisés, Josué, David, Elías y Eliseo. Sobre todo los profetas son los portadores del Espíritu de Dios. La conexión entre la palabra profética y el Espíritu de Dios ya se encuentra afirmada en la historia de Balaam (Nm 24, 2-3) y se acentúa en un episodio del primer libro de los Reyes (1 R 22, 24). Tras el exilio, Ezequiel se muestra plenamente consciente del origen de su inspiración: “El Espíritu de Yahveh irrumpió en mí y me dijo: Di...” (Ez 11, 5) y Zacarías recuerda que Dios había hablado a su pueblo “por su Espíritu, por ministerio de los antiguos profetas” (Zc 7, 12).

También en este período al Espíritu de Dios y a su acción se le atribuyen sobre todo los efectos de naturaleza moral (así, por ejemplo, en los salmos 50 y 142, y en el libro de la Sabiduría). A su tiempo hicimos referencia a esos pasajes y los analizamos.

5. Pero los textos más significativos e importantes son los que los profetas han dedicado al Espíritu del Señor que debía posarse sobre el Mesías, sobre la comunidad mesiánica y sobre sus miembros, y sobre todo los textos de las profecías mesiánicas de Isaías: aquí se revela que el Espíritu del Señor se posará en primer lugar sobre el “retoño de José”, descendiente y sucesor de David (Is 11, 1-2); luego, sobre el “Siervo del Señor” (Is 42, 1), que será “alianza del pueblo y luz de las gentes” (Is 42, 6); y finalmente sobre el evangelizador de los pobres (Is 61, 1; cf. Lc 4, 18).

Según las antiguas profecías, el Espíritu del Señor renovará también el rostro espiritual del “resto de Israel”, es decir, de la comunidad mesiánica que permaneció fiel a la vocación divina; así nos lo muestran los pasajes de Isaías (44, 3; 59, 21), Ezequiel (36, 27; 37, 14), Joel (3, 1-2) y Zacarías (12, 10).

6. De ese modo, el Antiguo Testamento, con sus abundantes referencias a la acción del Espíritu Santo de Dios, prepara la comprensión de cuanto dirá la revelación del Nuevo Testamento sobre el Espíritu Santo como Persona en su unidad con el Padre y con el Hijo. Todo se desarrolla sobre el hilo de la pedagogía divina que educa los hombres para el conocimiento y el reconocimiento de los más altos misterios: la Trinidad, la encarnación del Verbo y la venida del Espíritu Santo. En el Antiguo Testamento todo se había concentrado en la verdad del monoteísmo, confiada a Israel, que debía defenderla y consolidarla continuamente frente a las tentaciones del politeísmo, procedentes de diversas partes.

7. En la Nueva Alianza llegamos a una nueva etapa: la mayor conciencia del valor de la persona con respecto al hombre creó un contexto en el que también la revelación del Espíritu Santo como Persona encuentra el terreno preparado. El Espíritu Santo es Aquel que habita en el hombre y que, al morar en él, lo santifica sobre todo con el poder del amor que es Él mismo. De este modo la revelación del Espíritu-Persona desvela también la profundidad interior del hombre. Y, por medio de esta exploración más profunda del espíritu humano, nos hacemos más conscientes de que el Espíritu Santo se convierte enfuente de la comunión del hombre con Dios, y también de la “comunión” interpersonal entre los hombres. Esta es la síntesis de la nueva revelación de la Persona del Espíritu Santo, sobre la que reflexionaremos en las próximas catequesis.

Saludos

Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, a las Religiosas Misioneras de Acción Parroquial; igualmente, al grupo juvenil “Pueblo de Dios en Marcha” a quienes aliento vivamente en su empeño por seguir siempre a Cristo, Camino, Verdad y Vida. Es ésta una invitación que hago extensiva a los numerosos jóvenes españoles y latinoamericanos aquí presentes. Mi cordial bienvenida a las peregrinaciones de Albaida, Manises y Parroquia Santa Cecilia de Valencia.

A todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos Países de América Latina y de España imparto con afecto la bendición apostólica.

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