Audiencia general del 23 de enero de 1980

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 23 de enero de 1980

Queridísimos hermanos y hermanas:

1. La Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos, que se está celebrando (del 18 al 25 de enero), nos llama una vez más a reflexionar y a orar con mayor intensidad por la perfecta restauración de la plena unidad de todos los cristianos. Cada año que pasa se hace más urgente la unidad. Y esta semana especial de oración se convierte como en la ocasión anual para un examen de conciencia frente al Señor. Aún cuando nos hace constatar inevitablemente, por desgracia, que la unidad no se ha logrado aún y que permanecen divergencias entre los cristianos, sin embargo también pone de relieve que el Señor y el Espíritu Santo están presentes y operantes entre los cristianos, que se manifiestan cada vez más sensibles a la cuestión de la unidad. Particularmente en esta semana, católicos, ortodoxos, protestantes, se reúnen para orar juntos. Este ponerse así ante el Señor es ya una respuesta positiva a su llamada a la unidad, y es la expresión de la voluntad común y del compromiso común para proseguir, con obediencia a la fe, hacia la plena unidad.

Sin embargo, la búsqueda de la unidad, y especialmente la oración, deben comprometernos a todos, porque, como ha afirmado el Concilio Vaticano II, "a preocupación por establecer la unidad afecta a toda la Iglesia, tanto a los fieles como a los Pastores, y a cada uno según su propia capacidad" (Unitatis redintegratio, 5). Por eso en mi Exhortación Apostólica sobre la catequesis, siguiendo las sugerencias presentadas por el Sínodo de los Obispos de 1977, he creído necesario subrayar la importancia de la formación ecuménica. Efectivamente, "la catequesis no puede permanecer ajena a esta dimensión ecuménica cuando todos los fieles, según su propia capacidad y su situación en la Iglesia, son llamados a tomar parte en el movimiento hacia la unidad" (Catechesi tradendae, 32).

Una adecuada dimensión ecuménica en la catequesis habilita a los cristianos no sólo a percibir el significado y la importancia de la unidad de la Iglesia, sino a hacerse verdaderos artífices de comunión con la oración, con la palabra, con la acción de toda la vida cristiana. Esta formación, por una parte, ayudará a los católicos mismos para profundizar en la propia fe, para tener convicciones más sólidas y, por otra, los pondrá en condiciones de conocer mejor y de estimar a los otros cristianos, facilitando así la búsqueda común del camino hacia la plena unidad, en toda la verdad (cf. ib.). De este modo la búsqueda de la unidad vuelve a entrar en las preocupaciones normales de la actividad pastoral de la Iglesia, y está llamada a asumir dimensiones de prioridad. El Concilio ha exhortado "a todos los fieles católicos a que, reconociendo los signos de los tiempos, participen diligentemente en la labor ecuménica" (Unitatis redintegratio, 4).

2. La importancia que tiene la unidad de los cristianos se puede percibir claramente en el tema elegido este año por la comisión mixta entre los representantes de la Iglesia católica y del Consejo Ecuménico de las Iglesias: "Venga tu reino" (Mt 6, 10). Se ha querido recordar así que la unidad de los cristianos está en relación estrecha con la venida del Reino de Dios a los hombres, se inserta en el designio salvífico de Dios y tiene una implicación que abraza a toda la familia humana.

Cristo anuncia la venida del Reino y llama a la conversión: "Arrepentíos, porque se acerca el reino de Dios" (Mt 4, 17); El libera de la esclavitud del mal, del pecado: "Si expulso a los demonios por el dedo de Dios, sin duda que el reino de Dios ha llegado a vosotros" (Lc 11, 20). Cristo sana y rehabilita al hombre (cf. Lc 11, 5); muere y resucita, porque ha venido "a dar su vida en redención de muchos" (Mc 10, 45); derrama sobre sus discípulos el Espíritu prometido por el Padre (cf. Act 2, 23). Así instituye una nueva comunidad con aquellos que le han acogido como su Señor: la Iglesia. Ha fundado la Iglesia en la unidad para que sea signo e instrumento del Reino de Dios.

La división entre los cristianos es un acontecimiento contrario a las exigencias del Reino de Dios, opuesto a la naturaleza misma de la Iglesia, que es el comienzo y el instrumento de este Reino. Además, la división empaña la proclamación del Reino de Dios, obstaculiza su eficacia, haciendo más débil su testimonio. "Daña a la causa santísima de la proclamación del Evangelio a todos los hombres", había afirmado el Decreto conciliar sobre el Ecumenismo (Unitatis redintegratio, 1).

Esto proviene de la permanencia parcial de los residuos del pecado entre los cristianos, de la no plena realización de las exigencias del Reino. .Por esto precisamente el Concilio Vaticano II (Unitatis redintegratio), al tratar de la práctica del ecumenismo, ha hablado de exigencia de conversión interior, de renovación de la mente (núm. 7), de santidad de vida, de exigencia de oración pública y privada (núm. 8), de renovación de la Iglesia como fidelidad mayor a la propia vocación (núm. 6).

Estas exigencias para la búsqueda de la unidad son idénticas a las que requiere la realización del Reino de Dios: efectivamente, la Iglesia está en camino hacia la plenitud del Reino.

Pero el Reino de Dios se instaura en la historia concreta de los hombres. Pero, ¿cómo silenciar que, en este tiempo nuestro, se violan los derechos del hombre? En varios países crece el terrorismo, aumenta la inquietud y el miedo. Sin embargo, también en estas situaciones concretas es necesario anunciar la venida del Reino, para transformarlas no sólo en lugares de convivencia pacífica, sino más aún, en comunión de vida, en el respeto recíproco y servicio de los unos a los otros.

El Reino de Dios, escribía San Pablo a los primeros cristianos de esta ciudad de Roma, "es justicia y paz y gozo en el Espíritu Santo" (Rom 14, 17).

Nosotros, que Creemos en Jesucristo en quien se ha manifestado el Reino de Dios, estamos llamados a convertirnos en artífices de reconciliación, de pacificación, de fraternidad, entre los hombres. Estamos llamados a ser los heraldos del Reino de Dios. Pero precisamente por esto se hace sentir más viva la exigencia urgente de la restauración de la unidad plena entre los cristianos, que los habilitará para dar un testimonio cada vez más eficaz, y para proclamar, con mayor credibilidad, la venida del Reino.

3. Cada vez que rezamos el "Padrenuestro" pedimos: "Venga tu Reino". Estando la venida del Reino estrechamente unida, como he dicho, con la causa de la unión de los cristianos, he aquí entonces que el rezo cotidiano y repetido del "Pater" puede convertirse en una intención de oración por la unidad.

Y debemos pedir cada día al Señor la unidad hasta que todos los cristianos, superadas las divergencias y alcanzada la plena unidad de fe, puedan celebrar y participar juntos en la única Eucaristía del Señor, sacramento del Reino de Dios que viene.

Esta semana nos hace reflexionar sobre cuanto se ha realizado en este último año en el campo de la búsqueda de la perfecta unidad de los cristianos. Damos gracias al Señor por cuánto nos ha concedido. Las relaciones entre la Iglesia católica y las otras Iglesias y Comunidades eclesiales se han desarrollado con ritmo intenso, tanto con las Iglesias de Oriente como con las Iglesias y Comunidades eclesiales de Occidente. El diálogo teológico profundiza en su trabajo positivo. Tengo personalmente todavía vivo el recuerdo del encuentro fraterno con el Patriarca Dimitrios I, en el Patriarcado Ecuménico, y nuestra oración tanto en la iglesia ortodoxa de San Jorge en el Fanar, cuanto en la iglesia católica dedicada al Espíritu Santo. ¡Que el Espíritu de Dios nos guíe hasta la plena unidad!

Ciertamente, en el camino de la unidad, existen todavía serias dificultades, tanto de índole teológica como sicológica. Precisamente por esto la Semana de Oración, mientras hace elevar a Dios el coro concorde de las voces de todos los cristianos que imploran la unidad, debe renovar y fortalecer el compromiso, caldear el corazón, afianzar la esperanza.

Oración

Elevemos, pues, nosotros también, ahora, nuestra plegaria, y digamos juntos: "Que todos sean una sola cosa ".

Para que, desde ahora, los cristianos den un testimonio común al servicio de su Reino. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

Para que todas las comunidades cristianas se unan en la búsqueda de la plena unidad. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

Para que se realice la perfecta unidad de todos los cristianos, de modo que Dios sea glorificado por todos los hombres en Cristo Señor. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

Para que todos los pueblos de la tierra superen los conflictos y los egoísmos y encuentren la plena reconciliación y la paz en el Reino de Dios. Oremos.

Que todos sean una sola cosa.

Oremos: Acuérdate, Señor de tu Iglesia: presérvala de todo mal; hazla perfecta en tu amor; santifícala y reúnela de los cuatro puntos cardinales en tu Reino, que has preparado para ella. Porque tuyo es el poder y la gloria por los siglos (Didaché, 10, 5).

Amén.

Copyright © Libreria Editrice Vaticana