Audiencia general del 23 de enero de 1991
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 23 de enero de 199
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1. "Acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios" (Rm 15, 7)
Esta amonestación, amadísimos hermanos y hermanas, se halla contenida en la parte de la carta de san Pablo a los Romanos que este año se nos propone para la común reflexión en la celebración de la "Semana de oración por la unidad de los cristianos".
La "Semana" se coloca en la perspectiva de una humanidad concorde en elevar su alabanza al Señor, creador y redentor del hombre: "Alabad al Señor, todas las naciones"(Sal 117, 1; Rm 15, 5-13), recita el salmo citado en ese pasaje de san Pablo. Una contribución fundamental para la realización de esa alabanza universal consistirá, ciertamente, en el restablecimiento dé la unidad de los discípulos de Cristo.
El movimiento "cada día más amplio, surgido por la gracia del Espíritu Santo" (Unitatis redintegratio, 1), que se propone el restablecimiento de la plena unidad de los cristianos es, por su naturaleza, muy complejo. Implica una profunda motivación espiritual, una actitud de obediencia religiosa a las exigencias del Evangelio, la oración perseverante, el contacto fraterno con los demás cristianos para superar, mediante el diálogo de las verdades y un el respeto a la integridad de la fe, las divergencias existentes, y, por fin, la cooperación en los diversos campos posibles para un testimonio común.
Esta búsqueda de unidad en la fe y en el testimonio cristiano encuentra en san Pablo una indicación realista y admirablemente fecunda, además de siempre actual: la acogida recíproca entre los cristianos. El Apóstol recomienda: "Acogeos mutuamente como os acogió Cristo para gloria de Dios" (Rm 15, 7).
El espíritu de acogida es una dimensión esencial y unificante de todo el movimiento ecuménico; es una expresión vital de la exigencia de la comunión. San Pablo indica algunos elementos importantes de esta acogida: debe ser una acogida en la fe en Jesucristo; debe ser recíproca; debe realizarse para gloria de Dios.
2. Como os acogió Cristo, exhorta san Pablo, así debéis acogeros mutuamente, en el perdón sincero y en el amor fraterno. La comunidad cristiana se recoge en la fe en Cristo. En el ámbito del bautismo común, la acogida recíproca puede contar con la fuerza aglutinante de la gracia, cuya eficacia perdura a pesar de las graves divergencias que existen. Lo subraya el Concilio Vaticano II cuando afirma que los "que creen en Cristo y recibieron debidamente el bautismo, están en una cierta comunión con la Iglesia católica, aunque no perfecta" (Unitatis redintegratio, 3) y justificados en el bautismo por la fe, están incorporados a Cristo y, por tanto, con todo derecho se honran con el nombre de cristianos, y los hijos de la Iglesia católica los reconocen, con razón, como hermanos en el Señor"(ib.).
3. La acogida entre cristianos, para engendrar comunión verdadera, debe ser, además, recíproca: "Acogeos mutuamente"(Rm 15, 7). Eso supone un conocimiento recíproco y estar dispuestos a apreciar y aceptar los valores auténticamente cristianos que han desarrollado y viven los demás. Es lo que recuerda asimismo el Concilio Vaticano II: "Es necesario, por otra parte, que los católicos reconozcan con gozo y aprecien los bienes verdaderamente cristianos, procedentes del patrimonio común, que se encuentran entre nuestros hermanos separados. Es justo y saludable reconocer las riquezas de Cristo y las obras de virtud en la vida de otros que dan testimonio de Cristo, a veces hasta el derramamiento de sangre: Dios es siempre maravilloso y digno de admiración en sus obras" (Unitatis redintegratio, 4). El Concilio nos impulsa aún más lejos, añadiendo que "todo lo que la gracia del Espíritu Santo obra en los hermanos separados puede contribuir también a nuestra edificación"(ib.). Es, por tanto, necesario saber apreciar cuanto de auténticamente evangélico se realiza entre los demás cristianos. En efecto, todo lo que es verdaderamente cristiano, jamás se opone a los genuinos bienes de la fe; por el contrario, siempre puede conseguir que se alcance con mayor perfección el misterio mismo de Cristo y de la Iglesia"(ib.).
Brota de aquí la "regla de oro" del ecumenismo es decir, el principio del respeto a la legítima variedad, mientras no perjudique la integridad de la fe (cf. ib., 16-17). En efecto, algunos aspectos del misterio revelado, como observa el Concilio a propósito de las Iglesias orientales, pueden a veces ser captados mejor por unos que por otros (cf. ib., 17). La apertura a la acogida de los demás con su patrimonio cristiano se revela así el camino para alcanzar la sobreabundante riqueza de la gracia de Dios.
4. Consecuencia de ello es, como dice san Pablo, hacerlo todo "para gloria de Dios"(Rm 15, 7). En la comunidad cristiana, unida en el nombre de Cristo y guiada por la palabra evangélica, se refleja la acción de Dios en favor de la humanidad y resplandece de alguna manera su gloria. Lo revela Jesús mismo cuando, en la oración sacerdotal, dirigida al Padre, por la unidad de sus discípulos, afirma: "Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno"(Jn 17, 22).
La recíproca acogida para gloria de Dios se muestra especialmente en dos momentos: en la oración que los cristianos elevan juntos alabando al Señor común, y en el concorde testimonio de caridad, del que se trasluce la amorosa solicitud de Cristo por los hombres de nuestro tiempo.
5. Considerando hoy la situación ecuménica a la luz de las exigencias de la acogida recíproca, debemos dar gloria a Dios por las nuevas condiciones de fraternidad cristiana que se han ido consolidando. Los contactos, que han avanzado lentamente y a veces con dificultad, el diálogo teológico siempre arduo y exigente, y los acontecimientos de colaboración pastoral y dé cooperación práctica han creado una situación realmente nueva entre los cristianos. Se ha percibido claramente que la división es antievangélico y se trata de trabajar juntos para el restablecimiento de la unidad en la fidelidad.
El diálogo teológico entre los cristianos está alcanzando metas importantes para el esclarecimiento de las posiciones recíprocas y para lograr convergencias sobre temas que en el pasado eran objeto de ásperas controversias. Pero el diálogo debe proseguir para alcanzar la meta: el pleno acuerdo sobre la común profesión de fe. Al respecto quisiera expresar aprecio y gratitud a los teólogos católicos y de las demás Iglesias y comunidades eclesiales que, en el ámbito de las diversas comisiones mixtas, dedican su atención y sus esfuerzos a la búsqueda del camino para superar las divergencias heredadas de la historia, facilitando así al Magisterio de la Iglesia el cumplimiento del deber que le compete al servicio de la verdad revelada. Un trabajo precioso, por tanto, el de los teólogos, que es preciso acoger con gratitud y sostener con la oración.
6. El tema de la actual "Semana de oración por la unidad de los cristianos'' se coloca en la perspectiva de la doxología universal, que debe elevarse de todos los pueblos para alabanza del único Señor.
Todos y cada uno se han de sentir comprometidos a contribuir en la medida de sus posibilidades. La oración insistente servirá para apresurar el restablecimiento de la plena unidad de todos los cristianos en la única Iglesia de Cristo. Digamos, pues, también nosotros con el salmista:
"Alabad al Señor, todas las naciones; celebradle, pueblos todos. Porque es fuerte su amor hacia nosotros, la verdad del Señor dura por siempre"(Sal 117, 1-2).
Amén.
Saludos
Saludo ahora entrañablemente a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España, y les invito a unirse a la plegaria de toda la Iglesia para que el Señor le conceda el gran don de la unidad. Que nada separe a cuantos profesamos la fe en Jesucristo, Hijo de Dios y Salvador del mundo. El, que es nuestra paz y nuestro gozo, inspire en todos los corazones sentimientos de paz y de fraternidad para que cesen la desunión, los conflictos, los enfrentamientos entre hijos de un mismo Padre.
A todos imparto con gran afecto la bendición apostólica.
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