Audiencia general del 27 de junio de 1979

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 27 de junio de 1979

 

1. "Pretiosa in conspectu Domini mors Sanctorum eius: Es cosa preciosa a los ojos de Yavé la muerte de sus santos" (Sal 116, 15).

Permitid que comience con estas palabras del Salmo 116 la meditación de hoy, que quiero dedicar a la memoria de los Santos Fundadores y Patronos de la Iglesia Romana. En efecto, se acerca el día solemne del 29 de junio, en el que toda la Iglesia, pero sobre todo Roma, recordará a los Santos Apóstoles Pedro y Pablo. Este día se ha consolidado en la memoria de la Iglesia como el día de su muerte. El día que los unió con el Señor, cuya venida esperaban, cuya ley observaban y de quien han recibido "la corona de la vida" (cf. 2 Tim 4, 7-8; Sant 1, 12).

El día de la muerte fue para ellos el comienzo de la nueva vida. El Señor mismo les reveló este comienzo con la propia resurrección, de la que se convirtieron en testigos mediante sus palabras, sus obras e incluso mediante su muerte. Todo junto: las palabras, las obras y la muerte de Simón de Betsaida, a quien el Señor llamó Pedro, y de Saulo de Tarso que, después de la conversión se llamó Pablo, constituye como el complemento del Evangelio de Cristo, su penetración en la historia de la humanidad, en la historia del mundo, y también en la historia de esta ciudad. Y verdaderamente hay que meditar en estos días que el Señor, mediante la muerte de sus Apóstoles, nos permite colmar su vida con un recuerdo especial.

"Felix per omnes festum mundi cardines/ apostolorum praepollet alacriter,/ Petri beati, Pauli sacratissimi,/ quos Christus almo consecravit sanguine,/ Ecclesiarum deputavit Principes" (Hymnus ad Officium lectionis):

"Brilla por todos los lugares del mundo/ la gran solemnidad de los Apóstoles,/ del bienaventurado Pedro y del gran San Pablo,/ a quienes Cristo consagró con sangre fecunda/ y señaló como Príncipes de las Iglesias" (Himno del Oficio de lectura).

2. Cuando Cristo después de la resurrección tuvo con Pedro aquel diálogo extraño, descrito por el Evangelista Juan, ciertamente Pedro no sabía que precisamente aquí —en la Roma de Nerón— se habrían de cumplir las palabras escuchadas entonces y las mismas que él pronuncio. Cristo le preguntó tres veces "¿me amas?", y Pedro respondió tres veces afirmativamente. Bien que la tercera vez "Pedro se entristeció" (Jn 21, 17), como observa el Evangelista. Algunos piensan en la posible causa de esta tristeza, y suponen que se encuentra en la triple negación, que Pedro recordó en la tercera pregunta de Cristo. De todos modos, después de la tercera respuesta en la que Pedro no aseguró el propio amor, sino que más bien se remitió humildemente a lo que el mismo Cristo sabía a este propósito: "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21, 15), después de esta tercera respuesta, siguen las palabras que un día se habrían de cumplir precisamente aquí, en Roma. El Señor le dice: "Cuando eras joven, tú te ceñías e ibas a donde querías; cuando envejezcas, extenderás tus manos y otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras" (Jn 21, 18). Estas palabras misteriosas se pueden entender de diversos modos. Sin embargo, el Evangelista sugiere su sentido exacto, cuando añade que en ellas Cristo indicó a Pedro "con qué muerte había de glorificar a Dios" (Jn 21, 19).

Por esto, el día de la muerte del Apóstol, que conmemoramos pasado mañana, nos recuerda también el cumplimiento de estas palabras. Todo lo que sucedió antes —toda la enseñanza apostólica y el servicio a la Iglesia en Palestina, luego en Antioquía y finalmente en Roma—, todo esto constituye el cumplimiento tal de esa triple respuesta: "Señor, tú sabes que te amo" (Jn 21, 15). Todo esto día tras día, año tras año, juntamente con todas las alegrías y las exaltaciones del alma del Apóstol cuando veía el crecimiento de la causa del Evangelio en las almas, pero también todas las inquietudes, las persecuciones, las amenazas, comenzando ya por la primera de Jerusalén, cuando Pedro fue encarcelado por mandato de Herodes, hasta la última, en Roma, cuando se repitió lo mismo por orden de Nerón. Pero la primera vez fue liberado por el Señor mediante su Ángel, mientras que esta última vez ya no. La medida terrena del amor prometido al Maestro probablemente se cumplió suficientemente con la vida y con el ministerio de Pedro. Se cumpliría también esta última parte de las palabras pronunciadas entonces: "...otro te ceñirá y te llevará a donde no quieras" (Jn 21, 18).

Según la tradición, Pedro murió en la cruz como Cristo, pero teniendo conciencia de no ser digno de morir como el Maestro, pidió ser crucificado con la cabeza hacia abajo.

3. Pablo vino a Roma como misionero, después de haber apelado a César contra la sentencia de con donación dictada en Palestina (cf. Act 25, 11). El era ciudadano romano, y tenía derecho a este recurso. Por esto es posible que haya pasado los dos últimos años de vida en la Roma de Nerón. No cesó de enseñar mediante la palabra oral y escrita (mediante las Cartas), pero quizá no pudo dejar ya la ciudad. Habían terminado sus viajes misioneros, con los que había abrazado los principales centros del mundo mediterráneo. Se cumplió así el anuncio acerca del "vaso de elección, para llevar el nombre del Señor ante las naciones" (Act 9, 15).

En el curso de poco más de treinta años desde la muerte de Cristo, desde la resurrección y la ascensión al Padre, la región del mar Mediterráneo y, por lo tanto, el área del Imperio se había ido poblando con los primeros cristianos. Todo esto, en parte considerable, fue el fruto de la actividad misionera del Apóstol de las Gentes. Y si, entre todas estas solicitudes, no le abandonaba el deseo "de morir para estar con Cristo" (Flp 1, 23), este deseo llegó a cumplimiento precisamente aquí en Roma. El Señor lo condujo a Roma al final de su vida, para que fuese testigo del ministerio de Pedro no sólo entre los judíos, sino también entre los paganos, y para llevarles el testimonio vivo del desarrollo de la Iglesia "hasta el extremo de la tierra" (Act 1, 8), delineando así la primera forma de su universalidad. El Señor ha hecho de esta manera que Pablo, Apóstol incansable y servidor de esta universalidad, pasase los últimos años de su vida aquí, cerca de Pedro, quien como una roca se arraigó en este lugar para ser el apoyo y el punto estable de referencia de esta misma universalidad.

"O Roma felix, quae tantorum Principum/ es purpurata pretioso sanguine,/ non laude tua, sed ipsorum meritis/ excellis omnem mundi pulchritudinem" (Hymnus ad Vesperas):

"Oh Roma feliz, empurpurada,/ con la sangre preciosa de tan grandes Príncipes,/ superas toda la belleza del mundo,/ no por tu fama, sino por sus méritos" (Himno de Vísperas).

4. Al acercarse el día 29 de junio, festividad de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, muchos pensamientos se agolpan en la mente y muchos sentimientos en el corazón. Sobre todo aumenta la necesidad de la oración, para que el ministerio de Pedro encuentre nueva comprensión en la Iglesia de nuestro tiempo, y para que crezca cada vez más la dimensión de la universalidad misionera que San Pablo trajo de modo tan relevante a la historia de la Iglesia Romana, permaneciendo aquí como prisionero en los últimos años de su vida.

Y el Señor, que prometió a Pedro construir su propia Iglesia "sobre la Piedra", continúe siendo benigno hacia esta Piedra que se ha insertado en la tierra de la Ciudad Eterna, hecha fértil con la sangre de sus Fundadores.

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