Audiencia general del 29 de marzo de 1989

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERAL

Miércoles 29 de marzo de 1989

 

1. “¡Cristo nuestra Pascua, se ha inmolado en la cruz por nuestros pecados y ha resucitado glorioso: hagamos fiesta en el Señor!”.

Este es el sentimiento que invade la liturgia en estos días, tras la celebración de la Pascua; en estos días repetimos con júbilo, en la Santa Misa, las palabras de la Secuencia: “Mors et vita duello conflixere mirando, dux vitae mortuus regnat vivus!”: “¡Lucharon vida y muerte en singular batalla, y muerto el que es la Vida, triunfante se levanta!”.

Cristo, victorioso sobre la muerte, está presente activamente también en la historia de hoy.

El cristianismo continúa su camino, porque cuenta con la acción del Verbo encarnado, que se hizo hombre, murió en cruz, fue sepultado y resucitó, como lo había predicho. “La fe cristiana ―ha escrito el conocido teólogo Romano Guardini―, se mantiene o se pierde según se crea o no en la resurrección del Señor. La resurrección no es un fenómeno marginal de esta fe; ni siquiera un desenlace mitológico que la fe haya tomado de la historia y del que más tarde haya podido deshacerse sin daño para su contenido: es su corazón” (“Il Signore”, Parte sexta, resurrección y transfiguración).

Y así, la Iglesia, junto al sepulcro vacío, advierte siempre a los hombres: “¡No busquéis entre los muertos al que vive! No está aquí: ha resucitado!”. “Acordaos ―dice la Iglesia con las palabras de los ángeles a las mujeres piadosas atemorizadas ante la piedra corrida―, de lo que os dijo estando todavía en Galilea: ‘El Hijo del hombre tiene que ser entregado en manos de pecadores, ser crucificado y al tercer día resucitar’”. (Lc 24, 6-7).

Pedro, que entró con Juan en el sepulcro vacío, vio “las vendas en el suelo y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no por el suelo con las vendas, sino enrollado en un sitio aparte” (Jn 20, 6-7). Él, después, con los Apóstoles y los discípulos, le vio resucitado y se entretuvo con Él, como afirmó en el discurso en la casa del centurión Cornelio: “Los judíos lo mataron colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y nos lo hizo ver, no a todo el pueblo, sino a los testigos que él había designado: a nosotros, que hemos comido y bebido con él después de su resurrección. Nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos” (Hch 10, 39-42).

Pedro, los Apóstoles y los discípulos comprendieron perfectamente que les tocaba a ellos la tarea de ser esencialmente y sobre todo los “testigos” de la resurrección de Cristo, porque de este acontecimiento único y sorprendente dependería la fe en Él y la aceptación de su mensaje salvífico.

2. También el cristiano, en la época y en el lugar en que vive, es un testigo de Cristo resucitado: ve con los mismos ojos de Pedro y de los Apóstoles; está convencido de la resurrección gloriosa de Cristo crucificado y por ello cree totalmente en Él, camino, verdad, vida y luz del mundo, y lo anuncia con serenidad y valentía. El “testimonio pascual” se convierte, de este modo, en la característica específica del cristiano.

Así escribe San Pablo a los Colosenses: “Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo, sentado a la diestra de Dios: aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra, porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios” (Col 3, 1-3).

En un discurso sobre los sacramentos, San Ambrosio observaba justamente: “Dios, por tanto, te ha ungido, Cristo te ha sellado con su sello. ¿De qué forma? Has sido marcado para recibir la impronta de su cruz, para configurarte a su pasión. Has recibido el sello que te ha hecho semejante a Él, para que puedas resucitar a imagen de Él, vivir imitándole a Él que fue crucificado al pecado y vive para Dios. Tu hombre viejo ha sido inmerso en la fuente, ha sido crucificado en el pecado, pero ha resucitado para Dios” (Discurso VI, 2, 7).

El Concilio Vaticano II, en la Constitución sobre la Iglesia, tratando de la vocación universal a la santidad, escribe: “Quedan, pues, invitados y aún obligados todos los fieles cristianos a buscar insistentemente la santidad y la perfección dentro del propio estado. Estén todos atentos a encauzar rectamente sus afectos, no sea que el uso de las cosas del mundo y un apego a las riquezas contrario al espirita de pobreza evangélica les impida la prosecución de la caridad perfecta” (Lumen gentium, 42, e).

3. Obligado al “testimonio pascual”, el cristiano tiene indudablemente una gran dignidad, pero también una fuerte responsabilidad: en efecto, debe hacerse cada vez más creíble con la claridad de la doctrina y con la coherencia de la vida.

El “testimonio pascual”, por lo tanto, se expresa antes que nada mediante el camino de ascesis espiritual, es decir, mediante la tensión constante y decidida hacia la perfección, en valiente adhesión a las exigencias del bautismo y de la confirmación; se expresa, además, mediante el empeño apostólico, aceptando con sano realismo las tribulaciones y las persecuciones, acordándose siempre de lo que dijo Jesús “Si el mundo os odia, sabed que me ha odiado a mi antes que a vosotros... Tendréis tribulaciones en el mundo, pero tened confianza: ¡Yo he vencido al mundo!” (Jn 15, 18; 16, 33); se expresa, por fin, mediante el “ideal de la caridad”, por el que el cristiano, como el buen samaritano, aún sufriendo por tantas situaciones dolorosas en que se encuentra la humanidad, se halla siempre implicado de alguna forma en las obras de misericordia temporales y espirituales, rompiendo constantemente el muro del egoísmo y manifestando así de modo concreto el amor del Padre.

4. Queridísimos: ¡Toda la vida del cristiano debe ser Pascua! ¡Llevad a vuestras familias, a vuestro trabajo, a vuestros intereses, llevad al mundo de la escuela, de la profesión y del tiempo libre, así como al sufrimiento, la serenidad y la paz, la alegría y la confianza que nacen de la certeza de la resurrección de Cristo! ¡Que María Santísima os acompañe y os conforte en este “testimonio pascual” vuestro!

“Scimus Christum surrexisse a mortuis vere: tu nobis victor Rex, miserere!”: “¡Sabemos que en verdad resucitaste de entre los muertos. Rey vencedor, apiádate de nosotros!”.

Saludos

Saludo ahora con particular afecto a todos los peregrinos y visitantes de lengua española. En particular, al nutrido grupo de la Arquidiócesis de Monterrey (México), a la peregrinación del la diócesis de Orihuela-Alicante y de la Adoración Nocturna de Albacete (España).

Mi bienvenida cordial a esta audiencia a los numerosos jóvenes aquí presentes, a quienes deseo que su venida a Roma, centro de la catolicidad, les confirme en su fe. Finalmente, un saludo a los miembros de las Misiones Católicas Españolas de Fulda y Offenbach.

Con la alegría pascual, a todos bendigo de corazón.

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