Audiencia general del 3 de abril de 1985
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 3 de abril de 1985
Jesucristo es el cumplimiento definitivo del misterio de Dios que se revela
1. La fe lo que se encierra en la expresión "creo" está en una relación esencial con la Revelación. La respuesta al hecho de que Dios se revela "a Sí mismo" al hombre, y simultáneamente desvela ante él el misterio de la eterna voluntad de salvar al hombre mediante "la participación de la naturaleza divina", es el "abandono en Dios" por parte del hombre, en el que se manifiesta "la obediencia de la fe". La fe es la obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela. Esta "obediencia" consiste ante todo en aceptar "como verdad" lo que Dios revela: el hombre permanece en armonía con la propia naturaleza racional en este acoger el contenido de la Revelación. Pero mediante la fe el hombre se abandona del todo a este Dios que se revela a Sí mismo, y entonces, a la vez que recibe el don "de lo Alto", responde a Dios con el don de la propia humanidad. De este modo, con la obediencia de la razón y de la voluntad a Dios que revela, comienza un modo nuevo de existir de toda la persona humana en relación a Dios.
La Revelación y, por consiguiente, la fe "supera" al hombre, porque abre ante él las perspectivas sobrenaturales. Pero en estas perspectivas está puesto el más profundo cumplimiento de las aspiraciones y de los deseos enraizados en la naturaleza espiritual del hombre: la verdad, el bien, el amor, la alegría, la paz. San Agustín expresó esta realidad con la famosa frase: "Nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en Ti" (San Agustín Confesiones, I, 1).Santo Tomás dedica las primeras cuestiones de la segunda parte de la Suma Teológica a demostrar, como desarrollando el pensamiento de San Agustín, que sólo en la visión y en el amor de Dios se encuentra la plenitud de realización de la perfección humana y, por tanto, el fin del hombre. Por esto, la divina Revelación se encuentra, en la fe, con la capacidad transcendente de apertura del espíritu humano a la Palabra de Dios.
2. La Constitución conciliar Dei Verbum hace notar que esta "economía de la Revelación" se desarrolla desde el principio de la historia de la humanidad. "Se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a la vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio" (Dei Verbum, 2). Puede decirse que esa economía de la Revelación contiene en sí una particular "pedagogía divina". Dios "se comunica" gradualmente al hombre, introduciéndolo sucesivamente en su "auto-Revelación" sobrenatural, hasta el culmen, que es Jesucristo.
Al mismo tiempo, toda la economía de la Revelación se realiza como historia de la salvación, cuyo proceso impregna la historia de la humanidad desde el principio. "Dios, creando y conservando el universo por su Palabra (cf. Jn 1, 3), ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de Sí mismo (cf. Rom 1, 19-20); queriendo además abrir el camino de la salvación sobrenatural, se revelo desde el principio a nuestros primeros padres" (Dei Verbum, 3).
Así, pues, como desde el principio el "testimonio de la creación habla al hombre atrayendo su mente hacia el Creador invisible, así también desde el principio perdura en la historia del hombre la auto-Revelación de Dios, que exige una respuesta justa en el "creo" del hombre. Esta Revelación no se interrumpió por el pecado de los primeros hombres. Efectivamente, Dios "después de su caída, los levantó a la esperanza de la salvación (cf. Gén 3, 15), con la promesa de la redención: después cuidó continuamente del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras (cf. Rom 2. 6-7). Al llegar el momento, llamó a Abraham para hacerlo padre de un gran pueblo (cf. Gén 12, 2-3). Después de la edad de los Patriarcas, instruyó a dicho pueblo por medio de Moisés y los Profetas, para que lo reconociera a El como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo juez; y para que esperara al Salvador prometido. De este modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio" (Dei Verbum, 3).
La fe como respuesta del hombre a la palabra de la divina Revelación entró en la fase definitiva con a la venida de Cristo, cuando "al final" Dios "nos habló por medio de su Hijo" (Heb 1, 1-2).
3. "Jesucristo, pues, Palabra hecha carne, 'hombre enviado a los hombres', 'habla las palabras de Dios' (Jn 3, 34) y realiza la obra de la salvación que el Padre le encargó (cf. Jn 5, 36; 17, 4). Por eso, quien ve a Jesucristo, ve al Padre (cf. Jn 14, 9); El, con su presencia y manifestación, con sus palabras y obras, signos y milagros, sobre todo con su muerte y gloriosa resurrección, con el envío del Espíritu de la verdad, lleva a plenitud toda la Revelación y la confirma con testimonio divino; a saber, que Dios está con nosotros para librarnos de las tinieblas del pecado y de la muerte y para hacernos resucitar a una vida eterna" (Dei Verbum, 4).
Creer en sentido cristiano quiere decir acoger la definitiva auto-Revelación de Dios en Jesucristo, respondiendo a ella con un "abandono en Dios", del que Cristo mismo es fundamento, vivo ejemplo y mediador salvífico.
Esta fe incluye, pues, la aceptación de toda la "economía cristiana" de la salvación como una nueva y definitiva alianza, que "no pasará jamás". Como dice el Concilio: "...no hay que esperar otra revelación pública antes de la gloriosa manifestación de Jesucristo nuestro Señor" (Dei Verbum , 4)
Así el Concilio, que en la Constitución Dei Verbum nos presenta de manera concisa, pero completa, toda la "pedagogía" de la divina Revelación, nos enseña, al mismo tiempo, qué es la fe, qué significa "creer", y en particular "creer cristianamente", como respondiendo a la invitación de Jesús mismo: "Creéis en Dios, creed también en mí" (Jn 14, 1).
Saludos
Deseo saludar ahora cordialmente a todos los peregrinos de lengua española.
En particular a las religiosas Adoratrices del Santísimo Sacramento que están haciendo en Roma un curso de formación; al grupo de miembros del Movimiento de Apostolado «Regnum, Christi» y al Consejo General de las Celadoras del Sagrado Corazón. Queridas religiosas: renovad cada día vuestro sentido de fe y la generosidad de la entrega al Señor.
Saludo igualmente a los grupos de peregrinos procedentes de Calella, Oviedo, Vigo, Zaragoza, Madrid y Barcelona, así como a los estudiantes de Sevilla, al Centro Cultural «Magdalena Aulina» del Colegio de la Pureza de María, del Liceo del Sagrado Corazón. También a las alumnas y profesoras de los Colegios de Caracas, Maracaibo y del colegio «Mater Salvatoris» que me recuerdan mi inolvidable viaje a Venezuela.
Y al grupo de jóvenes de la Arquidiócesis de Durango (México), de la parroquia de San Juan Bautista de Tibas (Costa Rica) y de la Asociación «Van-Clar».
Queridos jóvenes: sed siempre constructores de paz y fraternidad.
A todos los peregrinos procedentes de España y de los diversos países de América Latina, imparto de corazón la bendición apostólica.
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