Audiencia general del 31 de agosto de 1994

Autor: Juan Pablo II

 

JUAN PABLO II

AUDIENCIA GENERALMiércoles 31 de agosto de 1994

 

La Iglesia de los jóvenes

(Lectura:
1ra. carta de san Juan, capítulo 2, versículos 13-14)

1. El concilio Vaticano II, afirmando la necesidad de la educación cristiana y recordando a los pastores el deber gravísimo de impartirla a todos, observa que los jóvenes "constituyen la esperanza de la Iglesia" (Gravissimum educationis, 2). ¿Cuáles son las razones de esa esperanza?

Se puede decir que la primera es de orden demográfico. Los jóvenes, "en tantos países del mundo [...], representan la mitad de la entera población y, a menudo, la mitad numérica del mismo pueblo de Dios que vive en esos países" (Christifideles laici, 46).

Pero hay otra razón ―más fuerte aún― de orden psicológico, espiritual y eclesiológico. La Iglesia constata hoy la generosidad de muchos jóvenes, así como su deseo de hacer que el mundo sea mejor y que la comunidad cristiana progrese (cf. ib.). Por eso les dedica su atención, viendo en ellos una participación privilegiada de la esperanza que le viene del Espíritu Santo. La gracia que actúa en los jóvenes prepara un crecimiento para la Iglesia, tanto en extensión como en calidad. Con razón podemos hablar de Iglesia de los jóvenes, recordando que el Espíritu Santo renueva en todos ―también en las personas mayores, si están abiertas y disponibles― la juventud de la gracia.

2. Esa convicción está relacionada con la realidad de los orígenes de la Iglesia. Jesús empezó su ministerio y su obra de fundación de la Iglesia cuando tenía alrededor de treinta años. Para dar vida a la Iglesia, eligió a algunas personas que, por lo menos en parte, eran jóvenes. Con su ayuda, quería inaugurar un tiempo nuevo, dar un viraje a la historia de la salvación. Los eligió y los formó con un espíritu que podríamos llamar juvenil, enunciando el principio de que "nadie echa vino nuevo en odres viejos" (Mc 2, 22), metáfora de la vida nueva que viene de lo eterno y se une al deseo de cambio y de novedad, característico de los jóvenes. También el carácter radical de la entrega a una causa, típico de la edad juvenil, debía estar presente en esas personas a las que Jesús eligió como sus futuros apóstoles. Podemos deducirlo de su conversación con el joven rico, que, sin embargo, no tuvo la valentía de aceptar su propuesta (cf. Mc 10, 17-22), y de la sucesiva valoración que hizo Pedro (cf. Mc 10, 28).

La Iglesia nació de esos impulsos de juventud provenientes del Espíritu Santo, que vivía en Cristo, y que Él comunicó a sus discípulos y Apóstoles, y luego a las comunidades que ellos congregaron desde los días de Pentecostés.

3. De esos mismos impulsos brota el sentido de confianza y de amistad con que la Iglesia desde el principio, miró a los jóvenes, cómo se puede deducir de las expresiones del apóstol Juan, que era joven cuando Cristo lo llamó aunque cuando escribió ya era mayor: "Os he escrito a vosotros, hijos míos, porque conocéis al Padre. [...] Os he escrito, jóvenes, porque sois fuertes y la palabra de Dios permanece en vosotros y habéis vencido al Maligno" (1 Jn 2, 14).

Es interesante esa alusión a la fortaleza juvenil. Es sabido que los jóvenes aprecian la fuerza física, que se manifiesta, por ejemplo, en el deporte. Pero san Juan quería destacar y ponderar la fuerza espiritual que mostraban los jóvenes de la comunidad cristiana destinataria de su carta: una fuerza que viene del Espíritu Santo y proporciona la victoria en las luchas y en las tentaciones. La victoria moral de los jóvenes es una manifestación de la fuerza del Espíritu Santo, que Jesús prometió y concedió a sus discípulos, y que impulsa a los jóvenes cristianos de hoy, como a los del primer siglo, a una participación activa en la vida de la Iglesia.

4. El hecho de no contentarse con una adhesión pasiva a la fe, es un dato constante no sólo de la psicología, sino también de la espiritualidad juvenil. Los jóvenes sienten el deseo de contribuir activamente al desarrollo de la Iglesia y de la sociedad civil. Esto se nota especialmente en numerosos muchachos y muchachas buenos de hoy, que desean ser "protagonistas de la evangelización y artífices de la renovación social". Dado que "la juventud es el tiempo de un descubrimiento particularmente intenso del propio 'yo' y del propio 'proyecto de vida' " (Christifideles laici, 46), hoy es más necesario que nunca ayudar a los jóvenes a conocer todo lo hermoso y prometedor que hay en ellos. Hay que orientar sus cualidades y su capacidad creativa hacia el objetivo más elevado que puede atraerlos y entusiasmarlos: el bien de la sociedad, la solidaridad para con todos sus hermanos, la difusión del ideal evangélico de vida y de compromiso concreto en bien del prójimo y la participación en los esfuerzos de la Iglesia por favorecer la construcción de un mundo mejor.

5. Desde esta perspectiva, hay que decir que es preciso impulsar hoy a los jóvenes a que se dediquen especialmente a la promoción de los valores que ellos mismos aprecian y quieren reafirmar más.

Como decían los padres del Sínodo de los obispos de 1987: "La sensibilidad de la juventud percibe profundamente los valores de la justicia, de la no violencia y de la paz. Su corazón está abierto a la fraternidad, a la amistad y a la solidaridad. Se movilizan al máximo por las causas que afectan a la calidad de vida y a la conservación de la naturaleza" (ib.).

Ciertamente, esos valores están en sintonía con la enseñanza del Evangelio. Sabemos que Jesús anunció un nuevo orden de justicia y de amor; y que, definiéndose a sí mismo "manso y humilde de corazón" (Mt 11, 29), rechazó toda violencia y quiso dar a los hombres su paz, más auténtica, consistente y duradera que la del mundo (cf. Jn 14, 27). Se trata de valores interiores y espirituales, pero sabemos que Jesús mismo impulsó a sus discípulos a traducirlos en acciones concretas de amor recíproco, fraternidad, amistad, solidaridad y respeto a las personas e incluso a la naturaleza, obra de Dios y campo en el que el hombre colabora con Él. Por eso, en el Evangelio los jóvenes encuentran el apoyo más seguro y sincero para el ideal que, a su parecer, corresponde mejor a sus aspiraciones y a sus proyectos.

6. Por otra parte, también es verdad que los jóvenes "están llenos de inquietudes, de desilusiones, de angustias y miedo del mundo, además de las tentaciones propias de su estado" (Christifideles laici, 46). Ésa es la otra cara de la realidad juvenil, que no puede ignorarse. Pero, aunque hay que ser sabiamente exigentes con los jóvenes, sentir por ellos un afecto sincero llevará a encontrar los caminos más adecuados para ayudarlos a superar sus dificultades. Quizá el camino mejor es el del compromiso en el apostolado de los laicos, como servicio a los hermanos cercanos y lejanos, en comunión con la Iglesia evangelizadora.

Abrigo la esperanza de que los jóvenes encuentren espacios de apostolado cada vez más amplios. La Iglesia debe darles a conocer el mensaje del Evangelio con sus promesas y sus exigencias. Los jóvenes, a su vez, deben manifestar a la Iglesia sus aspiraciones y sus proyectos. "Este recíproco diálogo ―que se ha de llevar a cabo con gran cordialidad, claridad y valentía― favorecerá el encuentro y el intercambio entre generaciones y será fuente de riqueza y de juventud para la Iglesia y para la sociedad civil" (ib.).

7. El Papa no se cansará nunca de repetir la invitación al diálogo y de pedir el compromiso de los jóvenes. Lo ha hecho en muchísimos textos dirigidos a ellos y, de manera especial en la Carta con ocasión del Año internacional de la juventud promulgado por las Naciones Unidas (1985). Lo ha hecho y sigue haciéndolo en tantos encuentros con grupos juveniles en las parroquias, en las asociaciones, en los movimientos y, sobre todo, en la liturgia del Domingo de Ramos y en los encuentros mundiales, como en Santiago de Compostela, en Czestochowa y en Denver.

Se trata de una de las experiencias más consoladoras de mi ministerio pontificio, así como de la actividad pastoral de mis hermanos obispos del mundo entero, quienes, como el Papa, ven avanzar a la Iglesia con los jóvenes en la oración, en el servicio a la humanidad y en la evangelización. Todos anhelamos conformarnos cada vez más con el ejemplo y la enseñanza de Jesús, que nos ha llamado a seguirlo por el camino de los pequeños y de los jóvenes.

Saludos

Amadísimos hermanos y hermanas:

Saludo muy cordialmente a los grupos de peregrinos y visitantes de lengua española.

En particular, a los empresarios puertorriqueños, a los miembros consagrados del “Regnum Christi” de México, así como a los peregrinos de El Salvador, llegados a Roma después de haber visitado Tierra Santa.

A todas las personas, familias y grupos provenientes de los diversos países de América Latina y de España les imparto con afecto la bendición apostólica

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