Audiencia general del 7 de febrero de 1990
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 7 de febrero de 1990
Amadísimos hermanos y hermanas:
1. Hace diez años, el mes de mayo de 1980, tuve la oportunidad de visitar por primera vez algunos países del continente africano. A lo largo de mi viaje, me detuve brevemente también en Uagadugu, capital de Burkina Faso. Desde allí dirigí, por primera vez, a toda la comunidad internacional un llamamiento con respecto a la amenaza a que están expuestos los países comprendidos en el ámbito de la región desértica del Sahara. El llamamiento para la ayuda a esos países (llamados comúnmente con el nombre de Sahel) encontró entonces una respuesta. Los primeros que prestaron su ayuda fueron los católicos alemanes; sucesivamente, se unieron a ellos también otros. Gracias a esas aportaciones se pudo crear una Fundación en favor de la zona del Sahel.
Como es bien sabido, tal Fundación tiene como finalidad "favorecer la formación de personas que se pongan al servicio de sus países y de sus hermanos, sin alguna discriminación, con un espíritu de promoción humana integral y solidaria para luchar contra la desertificación y sus causas, y para socorrer a las víctimas de la sequedad en los países del Sahel" (Estatuto, artículo 3, apartado 1).
Se celebra este año el décimo aniversario de aquella visita a Uagadugu. Precisamente por este motivo, el itinerario de la reciente peregrinación a África me ha llevado a través de algunos países que se encuentran en una situación semejante: luchan contra el mismo peligro, proveniente del desierto del Sahara, que va progresivamente extendiéndose a tierras que hasta hoy son aptas para la vida y para un cultivo al menos modesto.
2. Deseo dar las gracias a lodos los que me han dirigido la invitación a visitar Cabo Verde, Guinea Bissau, Mali, Burkina Faso y Chad. Expreso mi más sentida gratitud a los Jefes de estos países y a los respectivos Episcopados. Agradezco a todos cuanto han hecho para que la visita pudiera desarrollarse en conformidad con su carácter pastoral. Doy gracias a cada una de las personas y de las instituciones y estamentos que han participado en la organización de la visita desde el punto de vista administrativo. Al mismo tiempo manifiesto mi gratitud a todos los hermanos en el episcopado, los sacerdotes, las familias religiosas masculinas y femeninas, y a tantos representantes del laicado, que han preparado la visita bajo el aspecto pastoral. Finalmente, me dirijo a todos aquellos que han participado en la visita, a veces con gran sacrificio: se trata no sólo de hijos e hijas de la Iglesia católica, sino, también de seguidores del Islam o de las religiones africanas tradicionales, muy numerosos en la mayor parte de estos países.
3. En efecto, de esos países, sólo Cabo Verde, tiene mayoría católica, al estar constituida su población por un 90 por ciento de católicos. La Iglesia ha echado raíces en este archipiélago, colocado en medio del Océano Atlántico, desde que fue poblado por obra de los portugueses. En cambio, en todos los demás países situados en el continente africano los católicos son una minoría, a veces muy modesta. La mayoría de los habitantes, desde el punto de vista religioso, pertenece o a las religiones africanas tradicionales (de carácter animista) o a la religión musulmana (por ejemplo en Malí los musulmanes son cerca del 80 por ciento). A pesar de ello, lo que al parecer se puede reconocer en estos países, también a la luz de sus tradiciones, es una actitud de respeto hacia las convicciones religiosas de todo ciudadano. En general existen condiciones de libertad religiosa o, por lo menos, de tolerancia, que las personas y los grupos dirigentes al parecer no quieren alterar o cambiar.
De hecho, los jefes políticos con quienes me he podido encontrar a lo largo de mi visita, aun siendo personalmente en muchos casos musulmanes, por ejemplo, han tenido expresiones de convencido reconocimiento por la actividad de los misioneros católicos y de las instituciones promovidas y sostenidas por la Iglesia. Todo esto hace más llevadero el trabajo misionero, del que África siempre ha tenido gran necesidad.
4. Punto central del programa de la visita a cada uno de estos países ha sido la liturgia eucarística. Y precisamente esta liturgia nos ha hecho tomar conciencia de cuánto camino ha recorrido la Iglesia gracias al trabajo misionero: hemos podido constatar cómo las comunidades suscitadas por la actividad de los misioneros venidos de diversas partes del mundo se han transformado en auténticas Iglesias africanas con su propia jerarquía, con un considerable número de sacerdotes, de religiosas, de religiosos, de seminaristas, de novicias y de novicios propios. La misma participación en la liturgia eucarística asume características locales se convierte en expresión de la cultura africana nativa. Las manifestaciones de esta cultura se suelen revestir de formas sagradas, mediante las cuales se expresan y se afirman. Nos encontramos frente a aquel mismo proceso que, con anterioridad, ha marcado la vida y la historia de numerosas naciones en otros continentes. La liturgia africana se distingue por una gran belleza y por una auténtica participación de toda la asamblea.
Desde luego, detrás de esta experiencia hay que ver una multiforme actividad catequística, educativa y caritativa, en la que tienen una parte considerable los laicos.
5. Por este camino nos acercamos también al Sínodo de los Obispos del continente africano, cuya actividad puso en marcha, el 6 de enero del año pasado, la Comisión preparatoria especial.
Durante mi reciente visita, el Sínodo ha sido uno de los puntos de referencia habituales. Otro, y de alcance internacional, ha sido la jornada mundial de los enfermos de lepra, celebrada el 28 de enero pasado. Aquel día tuve un encuentro con los afectados por la enfermedad de Hansen en el leprosario de Cumura, en Guinea Bissau.
Sin embargo, la atención máxima era justo que se centrase en torno a los problemas del Sahel. Renovando el llamamiento de hace diez años, me he dirigido a toda la comunidad Internacional.
"De nuevo ―dije entonces― me siento obligado a lanzar un llamamiento urgente a la humanidad, precisamente en nombre de la humanidad misma. En la tierra de África, millones de hombres, de mujeres y de niños, sufren la amenaza de no poder gozar nunca de buena salud, de no poder vivir dignamente gracias a su trabajo, de no recibir una educación que desarrolle su inteligencia, de ver cómo su ambiente se hace hostil y estéril, de perder la riqueza de su ancestral patrimonio, por estar privados de las positivas aportaciones de la ciencia y de la técnica.
En nombre de la justicia, el Obispo de Roma, el Sucesor de Pedro, suplica encarecidamente a sus hermanos y hermanas en humanidad que no desprecien a los hambrientos de este continente, que no les nieguen el derecho universal a la dignidad humana y a la seguridad de la existencia".
Y añadí: "¿Cómo juzgará la historia a una generación que cuenta con todos los medios necesarios para alimentar a la población del planeta y que rechaza el hacerlo por una ceguera fratricida? ¿Qué paz pueden esperar unos pueblos que no ponen en práctica el deber de la solidaridad? ¡Qué desierto seria un mundo en el que la miseria no encontrara la respuesta de un amor que da la vida!"
Los cambios que han acontecido y están aconteciendo en Europa, especialmente en la Europa central y en la oriental, deberían disuadir a las respectivas sociedades, más aún, a todas las naciones del mundo, de los costosos enfrentamientos que derivan de la carrera de armamentos, y los deberían llevar a dirigir a porfía sus esfuerzos hacia las poblaciones más pobres, y en especial hacia las áreas más amenazadas del así llamado Tercero y Cuarto Mundo.
6. Pero el Obispo de Roma, junto con sus hermanos en el servicio pastoral, no puede limitarse sólo a dirigir este llamamiento, por más importante que sea, dado que tiene un significado clave para la justicia internacional en las dimensiones del planeta entero. Al mismo tiempo debe repetir con toda su fuerza las palabras de Jesús, Redentor del género humano, respecto a la mies que es grande, mientras los obreros son pocos (cf. Mt 9, 37). Esta realidad se pone de manifiesto de modo especial en África, donde existe una enorme y múltiple necesidad de misioneros. Son muchas las comunidades y los grupos que los solicitan a los obispos. Si esas solicitudes son acogidas tempestivamente, será más rápido y eficaz el progreso de la evangelización.
Por consiguiente, es preciso que se escuche por doquier la invitación de Cristo: "Rogad, pues, al Dueño de la mies que envíe obreros a su mies" (Mt 9, 38).
¡Sí, Señor Jesús, por esto oramos y seguiremos orando con todo el ardor de nuestro corazón!
Saludos
Doy mi más cordial bienvenida a este encuentro a todas las personas, familias y grupos procedentes de los diversos países de América Latina y de España.
En particular saludo al grupo de sacerdotes de varias diócesis mexicanas a quienes aliento a una entrega generosa e ilusionada a sus tareas ministeriales al servicio de la Iglesia en México. Saludo igualmente a los estudiantes chilenos de la Escuela Italiana de Santiago de Chile y al grupo de jóvenes provenientes del Perú.
A todos bendigo de corazón.
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