Audiencia general del 8 de febrero de 1984
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Miércoles 8 de febrero de 1984
(Lectura: Carta de San Pablo a los Colosenses capítulo 2, versículos 1-5)
1. En la Carta a los Colosenses (2, 1-5) que acabamos de escuchar, San Pablo desea a todos los cristianos que "alcancen todas las riquezas de la plena inteligencia y conozcan el misterio de Dios, esto es, a Cristo, en quien se hallan escondidos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia". Por tanto, San Pablo presenta el cristianismo no como mera sabiduría humana, sino como un hecho que debe renovar continuamente, a la luz del Evangelio, la vida y cultura del hombre caído (cf. Gaudium et spes, 58). El encuentro con Cristo que se hace realidad en la Iglesia, implica una concepción nueva de la existencia y de la realidad. La presencia redentora del Hijo de Dios hecho hombre constituye una clave de bóveda, un punto de vista último y global sobre el modo de vivir y pensar la existencia del hombre y del mundo. Por ello, quien cree en Cristo no pierde el sentido de la vida ni cae en la desesperación ni siquiera en los momentos más fatigosos, cuando todo puede parecer escándalo o locura.
Dije en la alocución a la UNESCO: "Las sociedades con civilización técnica más avanzada se encuentran ante la crisis específica del hombre que consiste en una creciente falta de confianza en su propia humanidad, en la significación del hecho de ser hombre, y de la afirmación y de la alegría que de ello se siguen y que son fuente de creatividad. La civilización contemporánea intenta imponer al hombre una serie de imperativos aparentes... En lugar de la primacía de la verdad en las acciones, la "primacía" del comportamiento de moda, de lo subjetivo y del éxito inmediato" (Enseñanzas al Pueblo de Dios, 1980, 6, I b, pág. 849, n. 13; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 15 de junio de 1980, pág. 12.
Pero el hombre necesita conocer el sentido total de su vida. Con todas las manifestaciones de su ser da a entender que tiende a un principio unificante de sí y de la realidad, o sea, a la verdad. Sólo en virtud de ésta el hombre puede alcanzar su madurez no obstante las contradicciones y el pecado, y con la madurez, la capacidad de actuar responsablemente en la historia.
2. Cristo revelación del Padre, es el principio originario de la realidad que da orden a todo y, por tanto, permite al hombre juzgar en último análisis lo que vale la pena de ser conocido, alcanzado y vivido. Por esta razón la fe en Cristo exige una conversión profunda y definitiva de mentalidad, la cual da origen a una sensibilidad y enjuiciamiento nuevos. Este enjuiciamiento, relacionado íntimamente con la fe de cada cristiano incluso del más sencillo, produce un conocimiento de la vida profundo y cargado de gusto, capaz de justificar lo que dije en la Carta Encíclica Redemptor hominis: "El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo a sí mismo —no solamente según criterios y medidas del propio ser inmediatos, parciales, a veces superficiales e incluso aparente—, debe acercarse a Cristo" (n. 10).
Cuando el juicio de fe se hace sistemático y crítico, da origen a una nueva hermenéutica capaz de redimir a la cultura entendida como "manifestación del hombre como persona, comunidad, pueblo y nación" (Discurso a los hombres de la cultura, 15 de diciembre de 1983, n. 3; L'Osservatore Romano, edición en Lengua Española, 25 de diciembre de 1983, pág. 6).
Cuando el Evangelista afirma que "el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros" (Jn 1, 14), quiere enseñarnos también que en Cristo la verdad se ha hecho presente sin trabas, no como término de estéril nostalgia, sino como realidad concreta a la que es posible acercarse personalmente. La verdad vino y colmó la mente y el corazón. En consecuencia, el pensamiento del hombre adquiere todo su valor sólo si se adecua a ella y la adopta por medida suprema de juicio y criterio decisivo de acción.
Por consiguiente existe, y no hay que temer afirmarlo, una cualificación cristiana de la cultura, porque la fe en Cristo no es un mero y simple valor entre los valores que las varias culturas describen; sino que para el cristiano es el juicio último que juzga a todos los demás siempre con pleno respeto de su consistencia peculiar.
3. De modo que la cultura engendrada por la fe es una tarea a realizar y una tradición a conservar y transmitir. Sólo así la evangelización, aún siendo en su esencia autónoma de la cultura, encuentra la manera de incidir plenamente en la vida del hombre y de las naciones.
En efecto, todo el universo de intereses y habilidades del hombre espera ser animado por la luz de Cristo. La luz de su presencia favorece el desarrollo de la competencia humana, pues valoriza en el sujeto humano toda potencialidad y estimula la dinámica de sus capacidades. Además, en la profundización y comunicación de la visión cristiana de la realidad que permite la cultura, se demuestra mejor la "conveniencia" suprema del designio de Dios sobre el mundo.
Hermanos muy queridos: En este Año Santo de la Redención estamos invitados a participar en la misión de la Iglesia, que puede y debe entrar en relación crítica y constructiva con toda forma de cultura. En efecto, el cristiano está llamado a contribuir al progreso cultural y a la solidaridad entre los hombres, anunciando desde dentro de las más variadas situaciones humanas "una fe que necesita penetrar en la inteligencia del hombre... No yuxtaponiéndose a cuanto la inteligencia puede conocer con su luz natural, sino impregnando 'desde dentro' este mismo conocimiento" (Discurso sobre la pastoral universitaria, n. 2; L'Osservatore Romano, Edición en Lengua Española, 4 de abril de 1982. pág. 2).
Saludos
Amadísimos hermanos y hermanas:
Saludo ahora y bendigo a cada persona de lengua española aquí presente, en especial a los seminaristas de Plasencia a los que expreso toda mi estima, a las enfermeras del Hospital Militar de Bogotá y a los estudiantes venidos de Buenos Aires. A todos deseo que la fe anime siempre vuestra vida, particularmente en este Año Santo de la Redención
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