Audiencia general del sábado 20 de julio de 1991
JUAN PABLO II
AUDIENCIA GENERAL
Sábado 20 de julio de 1991
El nombre de la Iglesia
(Lectura: 2da. carta a los Tesalonicenses)
1. En esta catequesis, a modo de introducción a la eclesiología, quiero hacer un breve análisis del nombre de la Iglesia, tal como nos llega del Evangelio o, mejor aún, de la palabra misma de Cristo. Seguimos así un método clásico de estudio de las cosas, en el que el primer paso es la exploración del significado de los términos empleados para designarla. Tratándose de una institución tan importante y antigua como la Iglesia es imprescindible saber cómo la llamó su fundador: porque ya este nombre define su pensamiento, su proyecto, su concepción creativa.
Ahora bien, sabemos por el evangelio de Mateo que cuando Jesús anunció la institución de «su Iglesia» en respuesta a la confesión de fe de Pedro, («sobre esta piedra edificaré mi Iglesia»: Mt 16, 18), se sirvió de un término cuyo uso común en aquel tiempo y su presencia en diversos países del Antiguo Testamento nos permite descubrir su valor semántico. Es necesario decir que el texto griego del evangelio de Mateo utiliza aquí la expresión «mou ten ekklesíam». Este vocablo ekklesia lo emplearon los Setenta, o sea, la versión griega de la Biblia en el siglo II antes de Cristo, para traducir el qahal hebreo y su correspondiente arameo qahalá, que con mucha probabilidad usó Cristo en su respuesta a Pedro. Este hecho es el punto de partida de nuestro análisis de las palabras del anuncio de Jesús.
2. Tanto el termino hebraico qahal como el griego ekklesia significan «reunión», «asamblea». Ekklesia tiene relación etimológica con el verbo kalein, que significa «llamar». En el lenguaje semítico, la palabra tenía prácticamente el significado de «asamblea» (convocada), y en el Antiguo Testamento se usaba para designar a la «comunidad» del pueblo elegido, especialmente en el desierto (cf. Dt 4, 10; Hch 7, 38).
En tiempos de Jesús, la palabra seguía en uso. Se puede notar de manera particular que en un escrito de la secta de Qumrán referido a la guerra de los hijos de las tinieblas, la expresión qehál 'El, «asamblea de Dios», se usa, entre otras semejantes, en relación con las insignias militares (1 QM 5, 10). También Jesús usa este término para hablar de «su» comunidad mesiánica, la nueva asamblea convocada por la alianza en su sangre, alianza anunciada en el Cenáculo (cf. Mt 26, 28).
3. Tanto en el lenguaje semítico como en el griego, la asamblea se caracterizaba por la voluntad de quien la convocaba y por la finalidad con la que se la convocaba. En efecto, en Israel y en las antiguas ciudades-Estado de los griegos (póleis), se convocaban reuniones de diverso tipo, incluso de carácter profano (políticas, militares o profesionales), junto con las religiosas y litúrgicas.
También el Antiguo Testamento hace mención de reuniones de diversa índole. Pero, cuando habla de la comunidad del pueblo elegido, subraya el significado religioso, más aún, teocrático del pueblo elegido y convocado, proclamando explícitamente su pertenencia al Dios único. Por eso considera y designa a todo el pueblo de Israel como qahal de Yahveh, precisamente porque es su «propiedad personal entre todos los pueblos» (Ex 19, 5). Es una pertenencia y una relación con Dios completamente particular, fundada en la Alianza estipulada con él y en la aceptación de los mandamientos entregados mediante los intermediarios entre Dios y su pueblo en el momento de su llamada, que la Sagrada Escritura denomina precisamente como el «día de la asamblea» («jóm haqqahál»: Dt 9, 10; 10, 4). El sentimiento de esta pertenencia jalona toda la historia de Israel y perdura a pesar de las repetidas traiciones y las frecuentes crisis y derrotas. Se trata de una verdad teológica contenida en la historia, a la que pueden recurrir los profetas en los períodos de desolación, como por ejemplo Isaías (deutero), quien a finales del exilio dice a Israel en nombre de Dios: «No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre: tú eres mío» (Is 43, 1 ). Como si quisiera anunciar que en virtud de la Antigua Alianza intervendrá pronto para liberar a su pueblo.
4. Esta alianza con Dios, debida a una elección suya, da un carácter religioso a todo el pueblo de Dios y una finalidad transcendente a toda su historia, que también se desarrolla entre vicisitudes terrenas a veces felices y a veces funestas. Eso explica el lenguaje de la Biblia cuando llama a Israel «comunidad de Dios» («qehal Elohím») (cf. Ne 13, 1); y, más a menudo, «qehal Yahveh»: (cf. Dt 23, 2-4. 9). Es la conciencia permanente de una pertenencia fundada en la elección de Israel que Dios hizo en primera persona: «Seréis mi propiedad personal entre todos los pueblos (...). Seréis para mí un reino de sacerdotes y una nación santa» (Ex 19, 5-6).
No es necesario recordar aquí, siempre en este contexto de análisis del lenguaje, que en el pueblo del Antiguo Testamento, por motivos del gran respeto que sentían hacia el nombre propio de Dios, «qehal Yahveh» se leía como «qehal Adonai», o sea, la «asamblea del Señor». Por eso, también en la versión griega de los Setenta se encuentra traducida por «ekklesía tou Kyríou»: podríamos decir «la Iglesia del Señor».
5. También hay que notar que los escritos del texto griego del Nuevo Testamento seguían la versión de los Setenta, y este hecho nos permite entender por qué llaman «ekklesía» al nuevo pueblo de Dios (el nuevo Israel), así como su referencia a la Iglesia de Dios. San Pablo habla a menudo de «Iglesia de Dios» (cf. 1 Cor 1, 2; 10, 32; 15, 9; 2 Co 1, 1; Ga 1, 13), o de «Iglesias de Dios» (cf. 1 Co 11, 16; 1 Ts 2, 14; 2 Ts 1, 4). De este modo destacaba la continuidad entre el Antiguo y el Nuevo Testamento, hasta el punto de llamar a la Iglesia de Cristo «el Israel de Dios» (Ga 6, 16). Pero muy pronto se produjo en san Pablo el paso a una formulación de las realidades de la Iglesia fundada por Cristo: como cuando habla de la Iglesia «en Dios Padre y en el Señor Jesucristo» (1 Ts, 1, 1), o de la «Iglesia de Dios en Jesucristo» (1 Ts 2, 14). En la carta a los Romanos, el Apóstol habla incluso de las «Iglesias de Cristo» (16, 16), en plural, y tiene en mente -y ante sus ojos- a las Iglesias cristianas locales surgidas en Palestina, Asia menor y Grecia.
6. Este desarrollo progresivo del lenguaje atestigua que en las primeras comunidades cristianas se aclara gradualmente la novedad encerrada en las palabras de Cristo: «Sobre esta piedra edificaré mi Iglesia« (Mt 16, 18). A esta Iglesia se aplican ahora, con sentido nuevo y mayor profundidad, las palabras de la profecía de Isaías: «No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre; tú eres mío» (43, 1). La «convocatoria divina» es obra de Jesucristo, Hijo de Dios encarnado; funda y edifica «su» Iglesia, como «convocación de todos los hombres de la Nueva Alianza». Elige el fundamento visible de esta Iglesia y le confía el mandato de gobernarla. Por tanto, esta Iglesia le pertenece y seguirá siendo siempre suya. Ésta es la convicción de las primeras comunidades cristianas y ésta es su fe en la Iglesia de Cristo.
7. Como podemos ver, ya del análisis terminológico y conceptual de los textos del Nuevo Testamento emergen algunos resultados sobre el significado de la Iglesia. Podemos sintetizarlos desde ahora en la siguiente afirmación: la Iglesia es la nueva comunidad de las hombres, instituida por Cristo como una «convocación» de todos los llamados a formar parte del nuevo Israel para vivir la vida divina, según las gracias y exigencias de la Alianza establecida en el sacrificio de la cruz. La convocación se traduce para todos y cada uno en una llamada, que exige una respuesta de fe y cooperación con vistas al fin de la nueva comunidad, indicado por quien llama: «No me habéis elegido vosotros a mí sino que yo os he elegido a vosotros y os he destinado para que vayáis y deis fruto...» (Jn 15, 16). De aquí deriva el dinamismo connatural a la Iglesia, cuyo campo de acción es inmenso, pues es una convocación a adherirse a Aquel que quiere «hacer que todo tenga a Cristo por Cabeza» (Ef 1, 10).
8. El objetivo de la convocación consiste en ser introducidos en la comunión divina (cf. 1 Jn 1, 3). Para alcanzar este objetivo, el primer paso es la escucha de la Palabra de Dios, que la Iglesia recibe, lee y vive con la luz que le llega desde lo alto, como don del Espíritu Santo, según la promesa de Cristo a los Apóstoles: «El Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviará en mi nombre, os lo enseñará todo y os recordará todo lo que yo os he dicho» (Jn 14, 26). La Iglesia está llamada y mandada para llevar a todos la palabra de Cristo y el don del Espíritu: a todo el pueblo que será el nuevo «Israel» comenzando por los niños, de quienes Jesús dijo: «Dejad que los niños vengan a mí» (Mt 19, 14). Pero todos están llamado, pequeños y grandes; y, entre los grandes, las personas de cualquier condición. Como dice san Pablo: «Ya no hay judío ni griego; ni esclavo ni libre; ni hombre ni mujer, ya que todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Ga 3, 28).
9. Por último, el objetivo de la convocación es un destino escatológico, porque el nuevo pueblo está completamente orientado hacia la comunidad celestial, como sabían y sentían los primeros cristianos: «No tenemos aquí ciudad permanente, sino que andamos buscando la del futuro» (Hb 13, 14). «Somos ciudadanos del cielo, de donde esperamos como Salvador al Señor Jesús» (Flp 3, 20).
A este vértice ultraterreno y sobrenatural nos ha conducido el análisis del nombre que dio Jesús a su Iglesia: el misterio de una nueva comunidad del pueblo de Dios que abarca, en el vínculo de la comunión de los santos, además de los fieles que en la tierra siguen a Cristo por el camino del Evangelio, a quienes completan su purificación en el purgatorio, y a los santos del cielo. Volveremos a retomar todos estos puntos en las siguientes catequesis.
Saludos
Saludo ahora muy cordialmente a todos los peregrinos y visitantes procedentes de los diversos países de América Latina y de España.
En particular, a las Religiosas Adoratrices y a las Mercedarias del Santísimo Sacramento, a quienes aliento a una entrega generosa a Cristo y a la Iglesia, dando siempre testimonio de amor a los hermanos.
Mi cordial bienvenida al grupo Ciclista Colombiano y a los integrantes de la peregrinación organizada por la Revista General de los Cofrades Andaluces.
A todos bendigo de corazón.
© Copyright 1991 - Libreria Editrice Vaticana