Bendición de las primeras piedras de las iglesias de los latinos y de los greco-melquitas, 10 mayo 2009, Benedicto XVI
PEREGRINACIÓN
DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A TIERRA SANTA
(8-15 DE MAYO DE 2009)
BENDICIÓN DE LAS PRIMERAS PIEDRAS
DE LAS IGLESIAS DE LOS LATINOS
Y DE LOS GRECO-MELQUITAS
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Betania al otro lado del Jordán
Domingo 10 de mayo de 2009
Alteza real;
queridos hermanos en el episcopado;
queridos amigos:
Con gran alegría espiritual vengo a bendecir las primeras piedras de las dos iglesias católicas que se construirán al lado del río Jordán, un lugar marcado por muchos acontecimientos memorables en la historia bíblica. El profeta Elías, tesbita, procedía de esta región, que no está lejos del norte de Galaad. Aquí cerca, frente a Jericó, las aguas del Jordán se abrieron ante Elías, a quien el Señor se llevó en un carro de fuego (cf. 2 R 2, 9-12). Aquí el Espíritu del Señor llamó a Juan, hijo de Zacarías, a predicar la conversión de los corazones. Juan Evangelista enmarcó también en esta zona el encuentro entre el Bautista y Jesús, que en su bautismo fue "ungido" por el Espíritu de Dios, el cual bajó en forma de paloma, y fue proclamado Hijo predilecto del Padre (cf. Jn 1, 28; Mc 1, 9-11).
He tenido el honor de ser recibido en este importante lugar por sus majestades el rey Abdalá II y la reina Rania. Quiero expresar una vez más mi sincera gratitud por la cordial hospitalidad que me han brindado durante mi visita al reino hachemita de Jordania.
Saludo con alegría a Su Beatitud Gregorio IIILaham, patriarca de Antioquía para la Iglesia greco-melquita. También saludo con afecto a Su Beatitud Fouad Twal, patriarca latino de Jerusalén. Extiendo de corazón mis mejores deseos a Su Beatitud Michel Sabbah, a los obispos auxiliares presentes, en particular al arzobispo Yasser Ayyach y al reverendo Salim Sayegh, a quien doy las gracias por sus amables palabras de bienvenida. Me alegra saludar a todos los obispos, sacerdotes, religiosos y fieles laicos que nos acompañan hoy. Alegrémonos al reconocer que estas dos iglesias, una latina y otra greco-melquita, servirán para edificar, cada una según las tradiciones de su propia comunidad, la única familia de Dios.
La primera piedra de una iglesia es símbolo de Cristo. La Iglesia se apoya en Cristo, está sostenida por él y no se puede separar de él. Él es el único cimiento de toda comunidad cristiana, la piedra viva, rechazada por los constructores pero preciosa a los ojos de Dios y elegida por él como piedra angular (cf. 1 P 2, 4-5.7). Con él también nosotros somos piedras vivas para la construcción del edificio espiritual, morada de Dios (cf Ef 2, 20-22; 1 P 2, 5). San Agustín solía hacer referencia al misterio de la Iglesia como Christus totus, el Cristo total, el Cuerpo de Cristo pleno y completo, Cabeza y miembros. Esta es la realidad de la Iglesia: es Cristo y nosotros, Cristo con nosotros. Él es con nosotros como la vid con sus sarmientos (cf. Jn 15, 1-8). La Iglesia es en Cristo una comunidad de vida nueva, una realidad dinámica de gracia que brota de él. A través de la Iglesia, Cristo purifica nuestro corazón, ilumina nuestra mente, nos une con el Padre y, en el único Espíritu, nos impulsa a la práctica diaria del amor cristiano. Confesamos esta gozosa realidad como Iglesia una, santa, católica, y apostólica.
Entramos en la Iglesia por el bautismo. La memoria del bautismo de Cristo está muy presente ante nosotros en este lugar. Jesús se puso en la fila con los pecadores y aceptó el bautismo de penitencia de Juan como un signo profético de su pasión, muerte y resurrección para el perdón de los pecados. A lo largo de los siglos, numerosos peregrinos han venido al Jordán buscando la purificación, renovar su fe y estar más cerca del Señor. Así lo hizo la peregrina Egeria, que dejó un escrito sobre su visita al final del siglo IV. El sacramento del Bautismo, que saca su poder de la muerte y resurrección de Cristo, será apreciado particularmente por las comunidades cristianas que se reunirán en las iglesias que se van a construir. Que el Jordán os recuerde siempre que habéis sido lavados en las aguas del Bautismo y que os habéis convertido en miembros de la familia de Jesús. Vuestra vida, por obediencia a su Palabra, se transforma en su imagen y semejanza. Al esforzaros por ser fieles a vuestro compromiso bautismal de conversión, testimonio y misión, sabed que contáis con la fuerza del don del Espíritu Santo.
Queridos hermanos y hermanas, que la contemplación orante de estos misterios os llene de alegría espiritual y de valentía moral. Con el apóstol san Pablo, os exhorto a crecer en toda la gama de nobles actitudes que se conocen con el nombre bendito de agape, amor cristiano (cf. 1 Co 13, 1-13). Promoved el diálogo y la comprensión en la sociedad civil, especialmente al reivindicar vuestros derechos legítimos. En Oriente Medio, marcado por el trágico sufrimiento, por años de violencia y tensiones sin resolver, los cristianos están llamados a dar, inspirándose en el ejemplo de Jesús, su contribución de reconciliación y paz con el perdón y la generosidad. Seguid dando gracias a quienes os guían y sirven fielmente como ministros de Cristo. Hacéis bien en aceptar su guía en la fe, conscientes de que al recibir la enseñanza apostólica que transmiten, acogéis a Cristo y acogéis a Aquel —el Único— que lo envió (cf. Mt 10, 40).
Queridos hermanos y hermanas, ahora vamos a bendecir estas dos piedras, el inicio de los dos nuevos edificios sagrados. Que el Señor sostenga, fortalezca e incremente las comunidades que en ellos le rendirán culto. Y que él os bendiga a todos con su don de paz. Amén.
© Copyright 2009 - Libreria Editrice Vaticana