Carta a monseñor Zago, 2000
CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A MONS. MARCELLO ZAGO, ENVIADO ESPECIAL
EN LAS CELEBRACIONES DEL CENTENARIO DE LA ERECCIÓN
DE LAS TRES PRIMERAS PREFECTURAS APOSTÓLICAS
EN LA REGIÓN AMAZÓNICA DEL PERÚ
Al venerable hermano
Marcello Zago
Secretario de la Congregación para la evangelización de los pueblos
Cristo, que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (cf. 1 Tm 2, 4), mandó que el anuncio evangélico fuera llevado hasta los últimos confines de la tierra. En cumplimiento de ese mandato, los heraldos de la palabra de Dios se dirigieron a los diversos continentes del orbe
Esa verdad de salvación llegó en el año 1900 a la región amazónica del Perú, donde se constituyeron las tres primeras prefecturas apostólicas, o sea, Ucayali, San León de Amazonas y Santo Domingo de Urubamba.
La semilla de la fe cristiana, con el paso de los años, como el grano de mostaza, echó profundas raíces. Por eso, al aumentar el número de los fieles, dichas prefecturas se dividieron en ocho vicariatos apostólicos, a saber: Iquitos, Jaén en Perú, Pucallpa, Puerto Maldonado, Requena, San José de Amazonas, San Ramón y Yurimaguas. Actualmente, esas comunidades eclesiales, con gran júbilo y alegría, se preparan para celebrar el centenario de la creación de aquellas prefecturas.
Para que esa conmemoración se revista de mayor solemnidad, los prelados de esos vicariatos, con consenso unánime de todos los obispos del Perú, me pidieron que les enviara un sacro prelado que me represente. Y de buen grado he accedido a su petición. Al saber que las celebraciones con motivo de ese centenario tendrán lugar en esas regiones precisamente al inicio del año 2000, es decir, en el marco del gran jubileo, con esta carta te nombro, venerable hermano, enviado extraordinario para cumplir la misión de presidir en mi nombre, ante aquellos fieles, las celebraciones que tendrán lugar el día 30 de enero en la catedral metropolitana de Lima y el día 5 de febrero en el santuario dedicado a Santa Roma de Lima.
A todos los que participen en ellas transmíteles mi saludo y mi afecto; preside en mi lugar las ceremonias litúrgicas; con tus palabras, explica, según mi pensamiento, la importancia de ese acontecimiento, que constituye una oportunidad de renovar el antiguo fervor. Espero ardientemente que aquellas queridas comunidades, después de cien años de ardua evangelización, aumenten aún más al entrar solemnemente en el tercer milenio.
Para que estos deseos míos se hagan realidad, los encomiendo con fervor al mismo Príncipe de los pastores, y hago votos para que cada uno de los fieles se sienta estimulado a fortalecer su vida cristiana. Puedes tener la seguridad de que acompañaré con mi ferviente oración tu misión.
Mientras tanto, venerable hermano, a ti y a todos los prelados del lugar, así como a las autoridades y a todo el clero y al pueblo de Dios que participen en las celebraciones, les imparto la bendición apostólica, prenda de las gracias divinas y señal auténtica de prosperidad espiritual.Vaticano, 30 de septiembre de 1999, vigésimo primero de mi pontificado