Carta de Juan Pablo II en el primer centenario del establecimiento de la Jerarquía local
CARTA DEL PAPA JUAN PABLO II
EN EL PRIMER CENTENARIO
DEL ESTABLECIMIENTO DE LA JERARQUÍA LOCAL
Al Venera
ble Hermano en el Episcopado Carlos Parteli, Arzobispo de Montevideo
ESTÁN PARA CONCLUIRSE las manifestaciones culturales y religiosas programadas en todas las circunscripciones eclesiásticas del Uruguay para conmemorar el primer centenario del establecimiento de la Jerarquía local. Nos ha sido sumamente grato saber que esta gozosa conmemoración culminará el próximo día 8 de diciembre con una misa concelebrada en la Santa Iglesia Catedral de Montevideo.
En esta fecha tan señalada queremos estar cerca de tí y de los demás hermanos en el episcopado, pastores de la Iglesia en el Uruguay, de los sacerdotes, religiosos y fieles, para felicitaros entrañablemente y con el príncipe de los Apóstoles desearos que os sea otorgada gracia y paz copiosa.
Son precisamente esa gracia y esa paz, las que, como savia inagotable del Espíritu, han ido nutriendo incesantemente, generación tras generación, la labranza de Dios, el edificio de Dios que sois vosotros; vaya por ello nuestro sentido recuerdo y agradecimiento a tantos servidores de Cristo que, siguiendo su ejemplo de obediencia a los designios divinos, han prodigado su vida, sin ahorrar fatigas y sacrificios, por anunciar los misterios de la salvación: quién habrá plantado, quién habrá plantado, quién habrá regado; unos pusieron los cimientos, otros han edificado; pero todos han trabajado juntos para Dios, que es el que ha dado el crecimiento! Sea alabado el Señor por tanta bendición!
Nuestras palabras hoy, quieren ser, ante todo, de ánimo a que sigáis colaborando con renovado espíritu interior en la construcción de la familia de Dios que somos todos nosotros, los hombres, en quienes ha querido habitar la Palabra hecha carne para que veamos su gloria. Vosotros, Pastores de la Iglesia, sabéis muy bien que mediante la vocación al servicio apostólico se nos ha confiado una tarea exigente y primordial: la misión de hacer discípulos a todas las gentes y de predicar el evangelio a toda creatura. Sí, tenemos que anunciar incansablemente la buena nueva de la gracia de Dios, llevando en alto, como antorchas en el mundo, la palabra de vida para que los hombres, reconciliados en Cristo e injertados en él, se conviertan en hombre nuevo, piedras vivas, conciudadanos y familiares de Dios edificados sobre el fundamento de los apóstoles.
No olvidemos pues que en nuestra persona, la de los Obispos, a quienes asisten los presbíteros, Cristo está presente en medio de los fieles. Como testigos por tanto de esta presencia, maestros y padres de la comunidad, hemos de mostrar y reavivar fielmente en ella la imagen del Cristo auténtico: Cristo que salva; Cristo que infunde esperanza en la humanidad; Cristo que acoge con amor a pobres y pecadores; Cristo que ora; Cristo nuestra Pascua, que, con su muerte y resurrección, nos ha abierto las puertas del Reino: reino de verdad, de justicia, de amor y de paz, que en él hallará su pleno cumplimiento.
Como testimonio de afecto y de estímulo a edificar así, en la verdad y en la santidad, al Pueblo de Dios en Uruguay hacemos donación de un cáliz a esa Iglesia de Montevideo, cuna de las demás comunidades uruguayas. Y pidiendo a la Santísima Virgen de los Treinta y Tres que con amor maternal se cuide de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y se hallan en peligros y ansiedad hasta que sean conducidos a la patria bienaventurada, bendecimos cordialmente a tí, a los demás Obispos y al pueblo fiel en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.
Vaticano, 27 de Noviembre de 1978.