Conferencia episcopal regional del norte de África - 09 de junio, 2007
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LA CONFERENCIA EPISCOPAL REGIONAL DEL NORTE DE ÁFRICA EN VISITA "AD LIMINA"
Sábado 9 de junio de 2007
Queridos hermanos en el episcopado:
Me alegra acogeros a vosotros, pastores de la Iglesia católica en los países del norte de África. Al realizar vuestra visita ad limina, venís a las tumbas de los Apóstoles para reavivar vuestra fe y confirmar los vínculos de vuestras Iglesias locales con el Sucesor de Pedro y con la Iglesia universal. Agradezco al presidente de vuestra Conferencia episcopal, monseñor Vincent Landel, arzobispo de Rabat, sus palabras, que expresan la diversidad de los compromisos de la Iglesia en vuestros países y el amor de vuestras comunidades a la tierra donde viven.
Al volver a vuestras diócesis, transmitid los sentimientos afectuosos del Papa a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles, en particular a quienes tienen vínculos más fuertes con vuestros países. También saludo cordialmente a cada uno de los pueblos en medio de los cuales vivís. Que Dios los bendiga y les ayude a progresar en sus esfuerzos por edificar una sociedad cada vez más fraterna y justa.
La diversidad de las situaciones humanas y eclesiales de vuestros países no es un obstáculo para la fraternidad que queréis vivir en vuestra Conferencia episcopal, encontrando en ella un apoyo apreciable para vuestro ministerio, particularmente en las pruebas que han marcado a algunas de vuestras Iglesias locales. Vuestra unidad es un testimonio verídico de la enseñanza del Señor: "Que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado" (Jn 17, 21).
Juntamente con los sacerdotes de vuestras diócesis, confrontados con situaciones que con frecuencia exigen un gran sentido eclesial y profundas convicciones espirituales, así como una atención constante a las nuevas llamadas del Espíritu, realizáis valientemente el servicio al pueblo que os ha sido encomendado. El Señor, que os acompaña cada día, sea la fuerza y la alegría de vuestro ministerio.
El encuentro fraterno de los hombres y mujeres en medio de los cuales vivís es uno de los temas que queréis desarrollar para expresar la misión de la Iglesia en vuestra región. Desde esta perspectiva, os animo vivamente a guiar a los fieles hacia un auténtico encuentro con el Señor, que los lleve al encuentro con sus hermanos y hermanas; él ya está misteriosamente presente en el corazón de cada uno y en la búsqueda de la verdad y de la felicidad por parte de todo hombre (cf. Ad gentes, 11).
Por eso, la Eucaristía ha de estar en el centro de la vida de vuestras comunidades, como la vivió con intensidad el padre Carlos de Foucauld, a quien vuestras Iglesias diocesanas tuvieron la alegría de ver beatificado hace algunos meses. En efecto, tanto en la celebración de este gran misterio como en la adoración eucarística, que son actos de encuentro personal con el Señor, madura una acogida profunda y auténtica del aspecto de la misión que consiste en derribar las barreras entre el Señor y nosotros, así como las barreras que nos separan a unos de otros.
Durante los primeros siglos, las comunidades cristianas de vuestra región contribuyeron a crear puentes entre las orillas del Mediterráneo. Aún hoy, san Cipriano, san Agustín y muchos otros testigos de la fe siguen siendo puntos indiscutibles de referencia espiritual, intelectual y cultural. Actualmente, los miembros de vuestras comunidades son muy diversos, tanto por su origen como por la duración y los motivos de su presencia en el Magreb. Así dan una imagen de la universalidad de la Iglesia, cuyo mensaje evangélico se dirige a todas las naciones.
Quisiera saludar aquí en particular a los jóvenes cristianos del África sub-sahariana que estudian en vuestros países. Que la solidaridad que existe entre ellos, con el apoyo fraterno de sus acompañantes, les ayude a testimoniar generosamente su fe de discípulos de Cristo entre sus hermanos. El vigor y la autenticidad del testimonio eclesial de los fieles de vuestras diócesis en sus familias, en los lugares donde trabajan, estudian o viven, exigen que los pastores compartan sus preocupaciones y les brinden la ayuda espiritual necesaria. Esto les hará tomar conciencia del significado eclesial de su presencia en la sociedad, asumiendo las responsabilidades que les competen en la comunidad.
Al sostener su fe con la celebración de los sacramentos y con una sólida formación cristiana, así como con la búsqueda de una visión evangélica de las realidades sociales, culturales y religiosas del país, les proporcionáis los medios para vivir valientemente las situaciones a menudo difíciles que encuentran en la existencia diaria y en el trabajo. La calidad espiritual de las comunidades cristianas, fundada en la certeza de que el Señor siempre está presente y actúa en ellas y por ellas, es esencial para permitirles dar razón de la esperanza que las anima. Unidas a sus pastores, en un clima de caridad fraterna, han de ser verdaderamente lugares donde se vive la comunión, como manifestación del amor de Dios a todos los hombres.
Desde esta perspectiva, el diálogo interreligioso ocupa un lugar importante en la pastoral de vuestras diócesis. Como ya señalé, "necesitamos con urgencia un auténtico diálogo entre las religiones y entre las culturas, que pueda ayudarnos a superar juntos todas las tensiones con espíritu de colaboración fecunda" (Discurso a algunos embajadores de países de mayoría musulmana, 25 de septiembre de 2006: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 29 de septiembre de 2006, p. 3). Por tanto, me alegra constatar que, mediante iniciativas de diálogo y lugares de encuentro, como los centros de estudio y las bibliotecas, estáis decididamente comprometidos en el desarrollo y la profundización de las relaciones de estima y respeto entre cristianos y musulmanes, con el fin de promover la reconciliación, la justicia y la paz.
Por otra parte, en la convivencia diaria cristianos y musulmanes pueden encontrar la base fundamental para un mejor conocimiento mutuo. Con una participación fraterna en las alegrías y en las penas de los otros, sobre todo en los momentos más significativos de la existencia, así como con múltiples formas de colaboración en los campos de la salud, de la educación y de la cultura, o en el servicio a los más humildes, manifestáis una auténtica solidaridad, que fortalece los vínculos de confianza y amistad entre las personas, las familias y las comunidades.
Entre las principales cuestiones a las que vuestra región debe hacer frente, la emigración de personas procedentes del África sub-sahariana que tratan de cruzar el Mediterráneo para entrar en Europa en busca de una vida mejor, también debe suscitar la colaboración al servicio de la justicia y de la paz. La situación de esas personas, particularmente preocupante y a veces dramática, no puede por menos de interpelar las conciencias. La ayuda generosa que vuestras Iglesias diocesanas les prestan es una contribución al reconocimiento de su dignidad y un testimonio dado del Señor. Deseo vivamente que los países afectados por esas migraciones busquen medios eficaces para permitir que todos tengan la esperanza de construir un futuro para sí mismos y para sus familias, y que se respete siempre la dignidad de toda persona.
También quiero subrayar la importancia de la vida consagrada en vuestras diócesis. La entrega desinteresada de los religiosos y de las religiosas en su servicio a la población, sin distinción de origen ni de credo, es apreciada por todos. Esta vida totalmente entregada, con desprendimiento de sí y libertad interior, testimonia ante todo una pertenencia radical a Dios, que suscita el deseo ardiente de salir al encuentro del prójimo, y especialmente de los más abandonados. Esta pertenencia a Cristo cobra un significado aún más radical en el testimonio de los monjes y las monjas, a los que quiero saludar y animar de modo especial. Su vida de oración y de contemplación es una gracia para toda la Iglesia en vuestra región. Su fidelidad discreta a la población que los acoge, como mostró el ejemplo conmovedor de la comunidad de Tibhirine, es un signo elocuente del amor de Dios, que quieren manifestar a todos.
La colaboración cada vez más amplia de vuestras diócesis con las Iglesias de Oriente Próximo y de África es un testimonio de gran valor para vuestra región, que es un punto de encuentro entre África, Europa y el mundo árabe. El desarrollo de esas relaciones es también una realización efectiva de la solidaridad de la Iglesia en África y en Oriente Próximo, en su solicitud apostólica por vuestra región. La acogida de sacerdotes y de religiosas, que os preocupáis por formar con vistas a situaciones eclesiales a menudo muy diferentes de las de sus países de origen, es para vosotros un apoyo pastoral valioso y para todos una apertura a la dimensión universal de la misión.
Queridos hermanos en el episcopado, os animo encarecidamente en vuestro ministerio al servicio de los pueblos de vuestra región. Que, a ejemplo del beato Carlos de Foucauld, los cristianos de vuestros países sean testigos creíbles de la fraternidad universal que Cristo enseñó a sus discípulos. Encomiendo vuestras comunidades a la protección materna de Nuestra Señora de África, y de todo corazón os imparto una afectuosa bendición apostólica a vosotros, a los sacerdotes, a los religiosos, a las religiosas y a todos los fieles de vuestras diócesis.
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