Congreso Eucarístico Nacional del Perù, septiembre 2000
CARTA DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
AL CONGRESO EUCARÍSTICO NACIONAL DE PERÚ
A los queridos hijos e hijas del Perú
1.Al concluir el Congreso Eucarístico Nacional deseo enviar un cordial saludo a cuantos habéis vivido intensamente la presencia constante de Cristo entre sus discípulos. Durante estos días habéis profundizado en este admirable misterio, del cual vive la Iglesia, y reflexionado sobre su inagotable riqueza para la vocación a la santidad de cada cristiano, para el crecimiento en comunión fraterna y solidaridad de las comunidades eclesiales, y para la acción evangelizadora de todos los sectores de la existencia personal y social.
He querido hacer patente mi cercanía a vosotros y mi participación espiritual en ese importante acontecimiento mediante mi enviado especial, el Cardenal Bernard Francis Law. A ello me ha movido, no sólo el particular afecto por los hijos e hijas del Perù, sino también la seguridad de que el acercamiento sincero a la Eucaristía será el pilar más firme para un renovado impulso a la fe en ese País y un renacer vigoroso de la esperanza, en unos momentos en que no faltan dificultades que pueden hacer flaquear su vitalidad.
2. En efecto, como dice el lema del Congreso, Jesucristo, único salvador del mundo, es alimento para una vida nueva. Una vida que nace de la intimidad de Dios y que llega a la humanidad por el sacrificio de Jesús, el cual permanece con nosotros "todos los días hasta el fin del mundo" (Mt 28, 20), especialmente en la Eucaristía. En torno a ella se reúne la comunidad cristiana para renovar sacramentalmente el sacrificio de Cristo y así llenar de dinamismo, con la eficacia de la gracia, a todos los miembros de su cuerpo místico. En ella, además, aprende de continuo el secreto de la vida verdadera, la que no caduca ni se extingue por ser la misma de Dios: es la que Cristo entrega libremente para la salvación de todos, sin que nadie se la arrebate (cf. Jn 10, 18), aquella que sabe sacrificarse para dar mucho fruto (cf. Jn 10, 24).
Por eso, al celebrar la Eucaristía, la comunidad cristiana aúna la liturgia y la caridad, la conmemoración del sacrificio de Cristo y el compromiso de imitar su amor sin límites. Los que "sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos" (1 Jn 3, 14) encontramos, pues, en Jesús Sacramentado la "fuente de agua que brota para vida eterna" (Jn 4, 14), la generosidad para compartir los bienes con los hermanos, el vigor para llevar el Evangelio a cada rincón de la tierra y el tesón necesario para construir día a día, a pesar de las dificultades, la civilización del amor.
3.Imploro a Nuestra Señora de la Evangelización que ese Congreso Eucarístico Nacional produzca abundantes frutos de renovación espiritual, eclesial y social, haciendo llegar a toda la sociedad peruana la semilla de una vida nueva mediante el testimonio y la acción evangelizadora de los Pastores y los fieles, de las las familias, los grupos y organizaciones eclesiales, vivificados ellos mismos por el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Y a vosotros, que habéis participado estos días en una experiencia intensa y gozosa de encuentro con Cristo en un clima de honda comunión eclesial, llevadla también a vuestros pueblos y ciudades, a vuestras parroquias y vuestras familias, junto la Bendición Apostólica que os imparto de todo corazón.
Castel Gandolfo, 8 de agosto de 2000
JOANNES PAULUS PP. II