Discurso a la Asamblea Plenaria de la Academia pontificia de ciencias
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LA ASAMBLEA PLENARIA
DE LA ACADEMIA PONTIFICIA DE CIENCIAS
Viernes 12 de marzo de 1999
Señor presidente;
excelencias;
señoras y señores:
1. Me alegra acogeros con ocasión de la semana de estudio sobre la contribución de las ciencias al desarrollo mundial, organizada por la Academia pontificia de ciencias. Al agradecer profundamente a vuestro presidente sus amables palabras, os dirijo mi cordial saludo, apreciando el servicio que prestáis a la comunidad humana. Habéis deseado reflexionar en los grandes riesgos que corre el conjunto del planeta y, al mismo tiempo, afrontar las medidas posibles para preservar la creación, en el alba del tercer milenio.
2. En el mundo actual, cada vez son más los que elevan su voz para denunciar los crecientes daños causados por la civilización moderna a las personas, al medio ambiente, a las condiciones clim áticas y a la agricultura. Ciertamente, existen elementos relacionados con la naturaleza y su autonomía propia, contra los cuales es difícil, si no imposible, luchar. Sin embargo, se puede afirmar que algunos comportamientos humanos son a veces la causa de desequilibrios ecológicos graves, con consecuencias particularmente nefastas y desastrosas en los diferentes países y en el conjunto del planeta. Basta citar los conflictos armados, la búsqueda desenfrenada del crecimiento económico, el uso inmoderado de los recursos y la contaminación del aire y el agua.
3. Es responsabilidad del hombre limitar los riesgos que corre la creación, mediante una atención particular al medio ambiente, intervenciones apropiadas y sistemas de protección ordenados ante todo al bien común y no sólo a la rentabilidad o al provecho particular. El desarrollo duradero de los pueblos exige que todos se pongan «al servicio de los hombres, para ayudarles a captar todas las dimensiones de este grave problema y convencerlos de la urgencia de una acción solidaria» (Populorum progressio, 1). Desgraciadamente, las consideraciones y las razones económicas y pol íticas prevalecen con mucha frecuencia sobre el respeto del ambiente, imposibilitando o poniendo en peligro la vida de las poblaciones en algunas zonas del mundo. Para que en el futuro el planeta sea habitable y todos tengan un lugar en él, invito a las autoridades públicas y a todos los hombres de buena voluntad a interrogarse sobre sus actitudes diarias y las decisiones que hay que tomar, que no pueden ser una búsqueda ilimitada y desenfrenada de bienes materiales, sin tener en cuenta el ambiente en que vivimos, y que debe ser capaz de satisfacer las necesidades fundamentales de las generaciones presentes y futuras. Esta atención constituye un aspecto esencial de la solidaridad entre las generaciones.
4. La comunidad internacional está llamada a colaborar con los diferentes grupos implicados, para que el comportamiento de las personas, inspirado muy a menudo por el consumismo exacerbado, no perturbe las redes económicas, los recursos naturales y la conservación del equilibrio de la naturaleza. «La mera acumulación de bienes y servicios, incluso en favor de una mayoría, no basta para proporcionar la felicidad humana» (Sollicitudo rei socialis, 28).
Del mismo modo, la concentración de fuerzas económicas y políticas que responden a intereses muy particulares crea centros de poder que actúan frecuentemente en detrimento de los intereses de la comunidad internacional. Esta situación lleva a decisiones arbitrarias contra las cuales a menudo es difícil reaccionar, exponiendo así a enteros grupos humanos a graves perjuicios. Los equilibrios exigen que las investigaciones y las decisiones se lleven a cabo de modo transparente, con el deseo de servir al bien común y a la comunidad humana.
Hoy es más importante que nunca poner en práctica un orden político, económico y jurídico mundial apoyado en reglas morales claras, para que las relaciones internacionales tengan como objetivo la búsqueda del bien común, evitando los fenómenos de corrupción, que perjudican gravemente a las personas y a los pueblos, e impidiendo la creación de privilegios y beneficios injustos en favor de los países o grupos sociales más ricos, de actividades económicas desarrolladas sin respeto de los derechos humanos, de paraísos fiscales y de zonas francas. Este orden debería tener suficiente autoridad ante los organismos nacionales, para intervenir en favor de las regiones menos favorecidas y aplicar programas sociales que tengan como única perspectiva ayudarles a avanzar por el camino del desarrollo. Sólo con esta condición el hombre será verdaderamente hermano de todos los hombres y colaborador de Dios en la administración de la creación.
5. Todos los que tienen una responsabilidad en la vida pública están llamados también a desarrollar la formación profesional y tecnológica, así como a organizar períodos de aprendizaje, dedicados especialmente a los jóvenes, proporcion ándoles los medios para tomar parte activa en el crecimiento nacional. Asimismo, es esencial formar cuadros para los países en vías de desarrollo, y realizar en favor suyo transferencias de tecnolog ías. Esta promoción de los equilibrios sociales, basada en el sentido de la justicia y realizada con espíritu de sabidur ía, asegurará el respeto a la dignidad de las personas y les permitirá vivir en paz y disfrutar de los bienes que produce la tierra. Además, una sociedad bien organizada podrá afrontar de manera más rápida las catástrofes que se produzcan, para ayudar a las poblaciones, particularmente a las que son más pobres y, por tanto, disponen de menos recursos.
6. Vuestros esfuerzos por elaborar pronósticos aceptables constituyen una contribución muy importante para que los hombres, especialmente los que tienen la misión de guiar el destino de los pueblos, asuman plenamente sus responsabilidades con respecto a las generaciones futuras, evitando las amenazas que serían consecuencia de negligencias, de decisiones económicas o políticas gravemente equivocadas o de falta de perspectivas a largo plazo.
Las estrategias que hay que adoptar, así como las medidas nacionales e internacionales necesarias, deberán tener como objetivo primordial el bienestar de las personas y los pueblos, para que el conjunto de los países tengan «una más amplia participación en los frutos de la civilización» (Populorum progressio, 1). Gracias a una distribución equitativa de los fondos asignados por la comunidad internacional y a préstamos a bajo inter és, es importante promover iniciativas basadas en una solidaridad desinteresada, capaces de sostener acciones correctamente orientadas, una aplicación concreta de las tecnologías mejor adaptadas, e investigaciones que respondan a las necesidades de las poblaciones locales, evitando así que los beneficios del progreso tecnológico y científico estén destinados sólo a las grandes sociedades y a los países más avanzados. Invito, pues, a la comunidad científica a proseguir sus investigaciones para mostrar mejor las causas de los desequilibrios relacionados con la naturaleza y el hombre, a fin de prevenirlos y proponer soluciones alternativas a situaciones que se están haciendo insostenibles.
Estas iniciativas deben apoyarse en una concepción del mundo que tiene al hombre como centro y que sabe respetar la variedad de las condiciones históricas y ambientales, permitiendo conseguir un desarrollo duradero, capaz de satisfacer las necesidades de toda la poblaci ón del planeta. Se trata, sobre todo, de tener siempre una perspectiva a largo plazo en el uso de los recursos naturales, evitando empobrecer los recursos actuales con intervenciones irracionales y excesivas.
7. Las personas tienen a veces la impresi ón de que sus decisiones individuales carecen de efecto en el ámbito de un país, del planeta o del cosmos, lo que amenaza con producir en ellos cierta indiferencia, en virtud del comportamiento irresponsable de algunas personas. Sin embargo, debemos recordar que el Creador ha puesto al hombre en la creaci ón, ordenándole que la administre con vistas al bien de todos, gracias a su inteligencia y su razón. Por eso, podemos estar seguros de que la más pequeña de las buenas acciones de una persona ejerce una influencia misteriosa en la transformaci ón social y participa en el crecimiento de todos. A partir de la alianza con el Creador, al que el hombre está llamado a dirigirse incesantemente, cada uno está invitado a una profunda conversi ón personal en su relación con los demás y con la naturaleza. Esto permitir á una conversión colectiva y una vida armoniosa con la creación. Gestos proféticos, incluso modestos, representan para un gran número de personas una ocasión para interrogarse y comprometerse en caminos nuevos. Por eso, es necesario proporcionar a todos, en particular a los jóvenes que aspiran a una vida social mejor en el seno de la creaci ón, una educación en los valores humanos y morales; es necesario igualmente desarrollar su sentido cívico y su atención a los demás, para que todos tomen conciencia de que con sus actitudes diarias pueden poner en peligro el futuro de sus países y del planeta.
8. Al término de nuestro encuentro, pido al Señor que os colme de las fuerzas espirituales que necesitáis para proseguir vuestra tarea, con espíritu de servicio a la humanidad y con vistas a un futuro mejor en nuestro planeta. A todos os imparto de corazón la bendición apostólica, que extiendo a vuestros seres queridos.