Discurso al Cuerpo Diplomatíco, 27 de enero de 1985
VIAJE APOSTÓLICO A VENEZUELA,
ECUADOR, PERÚ, TRINIDAD Y TOBAGO
DISCURSO DEL SANTO PADRE JUAN PABLO II
A LOS MIEMBROS DEL CUERPO DIPLOMÁTICO
Caracas - Domingo 27 de enero de 1985
Señores Embajadores, Señoras y Señores,
Durante el viaje apostólico a esta nación y que continuaré con la visita a otros países del área bolivariana, me es sumamente grato encontrarme con vosotros, ilustres miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante el Gobierno de Venezuela, tierra natal de Simón Bolívar.
Ante todo agradezco sinceramente vuestra amable bienvenida y me complazco en presentar mí cordial saludo a todos y a cada uno de vosotros, así como a vuestras familias.
Este nuevo viaje apostólico a América Latina quiere ser un renovado esfuerzo por parte de la Iglesia y del Papa en proclamar e impulsar el mensaje de fe, de paz y verdad, de fraternidad, justicia y libertad que Cristo trajo al mundo.
La Iglesia apuesta en favor del hombre y de su dignidad. Durante siglos, en este continente de la esperanza, ha alzado su voz para defender los derechos de la persona, especialmente de los más débiles y necesitados.
En su esfuerzo por impulsar, en cuanto ella puede, el progreso moral y material de los hombres y de los pueblos, sabe que es una labor que necesita constante y renovada voluntad de perfeccionamiento. Y en esa obra propugna los medíos de la persuasión interior, del recurso a las fuerzas morales. Como afirmaron los Episcopados de América Latina en Puebla de los Ángeles (México), se vale de los «medios evangélicos, con su peculiar eficacia» (Puebla, 485), para tratar de obtener la integral liberación del hombre.
Vosotros, señoras y señores, sabéis bien que la paz y el progreso moral y material son un elemento imprescindible para la vida justa y ordenada de las naciones. Y conocéis los esfuerzos que esto implica. Por ello, ante un mundo dividido y amenazado por frecuentes tensiones, vuestra tarea como diplomáticos, esto es, como constructores de paz y entendimiento entre los pueblos y las culturas, viene a ser de importancia capital en el ámbito de las relaciones internacionales. Como tuve ocasión de señalar recientemente a los miembros del Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, «para que las relaciones internacionales favorezcan y consoliden una paz justa, se necesita a la vez reciprocidad, solidaridad y colaboración efectiva» (IOANNIS PAULI II Allocutio ad Vires Nationum apud Sedem Apostolicam constitutos Legatos, 3, die 12 ian. 1985: vide supra, p. 58).
Es así como la Comunidad Internacional podrá crear un clima de confianza y colaboración mutua, en el que los derechos de la otra parte sean siempre reconocidos en un plano de igualdad y respeto; donde se afronten los grandes problemas que aquejan a las naciones y a la humanidad, para buscar soluciones apropiadas mediante el diálogo, el recurso a los acuerdos, tratados y soluciones de paz, evitando siempre caminos traumáticos para la pacífica convivencia y la vida de las personas.
Señoras y señores: estoy convencido de que vosotros, así como los Gobiernos que representáis, queréis seguir prestando una decidida contribución a la gran causa de construir un mundo más pacífico, más justo y más fraterno. En ese camino os encontraréis con el apoyo y aliento de la Iglesia y de quien la sirve desde la Sede de Pedro.
Al reiterares mí viva estima por la valiosa obra que realizáis, pido al Todopoderoso que os asista constantemente en vuestra alta misión y que os bendiga, junto con vuestras familias.
¡Muchas gracias!