Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los miembros de la Roaco, Sala Clementina, Jueves 23 de junio de 2005
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
A LOS MIEMBROS DE LA ROACO
Sala Clementina
Jueves 23 de junio de 2005
Beatitud;
venerados hermanos en el episcopado y en el sacerdocio;
queridos miembros y amigos de la ROACO:
Es para mí un placer acogeros hoy a todos vosotros, que habéis venido a Roma para la asamblea anual de la Reunión de las obras para la ayuda a las Iglesias orientales (ROACO). A cada uno le doy una cordial bienvenida. Saludo al cardenal Ignace Moussa Daoud, prefecto de la Congregación para las Iglesias orientales, al secretario, monseñor Antonio Maria Vegliò, y a los colaboradores del dicasterio. Dirijo un saludo especial al cardenal Lubomyr Husar, arzobispo mayor de Lvov, y a todos los que participan en la ROACO con motivo de la atención reservada a sus territorios, comunidades e instituciones.
Desde el inicio del anuncio cristiano, las comunidades cristianas necesitadas y pobres han vivido formas de apoyo por parte de las más favorecidas. En el tiempo presente, marcado con frecuencia por tendencias al individualismo, es aún más necesario que los cristianos den el testimonio de una solidaridad que supere todas las fronteras, para construir un mundo en el que todos se sientan acogidos y respetados. Quienes llevan a cabo esta misión de modo personal o comunitario difunden un amor auténtico, un amor que libera el corazón y lleva por doquier la alegría "que nadie podrá quitar", porque viene del Señor.
Queridos amigos de la ROACO, quisiera daros las gracias por todo lo que hacéis en favor de los hermanos que atraviesan dificultades y, en particular, por los esfuerzos que realizáis para hacer palpable la caridad que une a los cristianos de tradición latina y a los de tradición oriental. Intensificar estos vínculos significa prestar un servicio valiosísimo a la Iglesia universal. Por eso, proseguid ese admirable compromiso o mejor, ensanchad aún más las perspectivas de vuestra acción.
Durante estos días estáis examinando particularmente la situación de la Iglesia greco-católica en Ucrania, cuyo desarrollo continuo, después del triste invierno del régimen comunista, es motivo de alegría y esperanza, entre otras razones porque la antigua y noble herencia espiritual, que custodia la comunidad greco-católica, constituye un verdadero tesoro para el progreso de todo el pueblo ucranio. Por tanto, os digo: sostened su camino eclesial y favoreced todo lo que fomente la reconciliación y la fraternidad entre los cristianos de la amada Ucrania.
Durante vuestros trabajos habéis analizado asimismo la formación de los sacerdotes, los seminaristas y los religiosos pertenecientes a las diversas Iglesias orientales católicas, que estudian en Roma y en sus países de origen. La presencia junto a la Sede de Pedro de cerca de quinientos estudiantes orientales de las Iglesias católicas constituye una oportunidad que conviene valorar.
Al mismo tiempo, advertís justamente que es necesario aumentar al máximo la calidad de las instituciones formativas operantes en las Iglesias orientales; por eso, además del apoyo material, se ha de estimular la actividad formativa, que, por una parte, profundice la genuina tradición local, teniendo en cuenta, como es debido, el progreso orgánico de las Iglesias orientales (cf. Orientalium Ecclesiarum, 6) y, por otra, lleve a la auténtica actualización impulsada por el concilio Vaticano II, clausurado hace exactamente cuarenta años.
Queridos miembros de la ROACO, Jerusalén y Tierra Santa, con respecto a las cuales todos los cristianos tienen una deuda inolvidable (cf. Rm 15, 27), gozan siempre de vuestra loable solicitud. Algunas señales positivas, que nos han llegado durante los últimos meses, fortalecen la esperanza de que se acerque pronto el día de la reconciliación entre las diversas comunidades existentes en Tierra Santa; y no cesamos de rezar con confianza por esa intención.
Antes de concluir, quisiera renovaros la expresión de mi gratitud por el valioso trabajo que realizáis. Que os acompañen, en vuestra actividad diaria, la constante asistencia divina y la protección materna de la Virgen María, Madre de la Iglesia. A la vez que os aseguro un recuerdo especial en la oración, imparto de corazón a todos la bendición apostólica, que extiendo de buen grado a los organismos eclesiales que representáis y a vuestras familias.
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