Discurso del Santo Padre Benedicto XVI a los obispos de la República Checa en visita Ad Limina Apostolorum, 18 de noviembre de 2005

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL FINAL DE LA PROYECCIÓN
DE LA PELÍCULA "JUAN PABLO II"
Viernes 18 de noviembre de 2005 

Señor cardenal;
venerados hermanos: 

Uno de los momentos más intensos de comunión eclesial y de participación fraterna del ministerio episcopal es la visita ad limina Apostolorum. En esta ocasión, ante el Señor, cada uno puede reflexionar junto con los demás hermanos sobre la vida de su comunidad, desde la perspectiva de la íntima relación que une a las Iglesias particulares con la Iglesia universal. Juntamente con el Sucesor de Pedro, queréis dar testimonio de plena adhesión a Cristo y de generosa disponibilidad hacia los fieles de la grey que os ha sido encomendada. Sed bienvenidos, queridos hermanos, a esta Sede romana, que es también punto de referencia espiritual para los católicos de todas las partes del mundo.
Durante los encuentros con cada uno de vosotros he podido conocer una Iglesia muy viva, que se siente llamada a ser levadura en una sociedad secularizada, pero al mismo tiempo interesada, y a menudo con nostalgia, en el mensaje liberador, aunque exigente, del Evangelio. Habéis puesto de relieve el número creciente de vuestros compatriotas que afirman no pertenecer a ninguna Iglesia, pero habéis notado, al mismo tiempo, el interés con que la sociedad civil sigue la actividad de la Iglesia católica y sus programas. Pienso que las devastaciones materiales y espirituales del régimen anterior han dejado en vuestros compatriotas, ahora que han recobrado la plena libertad, el anhelo de recuperar el tiempo perdido, proyectándose hacia adelante, quizá sin prestar suficiente atención a la importancia de los valores espirituales que dan vigor y consistencia a las conquistas civiles y materiales.
Esto abre un vasto ámbito para la misión de la comunidad cristiana. Como el granito de mostaza, una vez desarrollado, se convierte en un gran árbol que acoge a las aves del cielo, así vuestras Iglesias pueden dar acogida a los que buscan motivaciones válidas para su vida y sus opciones existenciales. Vuestras comunidades, muy unidas y fervorosas, sensibles al tema de la caridad universal, ya dan un sólido testimonio que atrae a muchas personas incluso del mundo de la cultura. Es un signo de esperanza para la formación de un laicado maduro, que sepa asumir sus responsabilidades eclesiales.
Queridos hermanos, sé que estáis siguiendo con afecto paterno a vuestros sacerdotes y a las personas consagradas. Son dones que Cristo, buen Pastor, ofrece al pueblo checo a través de vuestro ministerio. Me habéis dado buenas referencias del clero y de los religiosos, presentándolos como personas activas y laboriosas, disciplinadas y unidas. Junto con vosotros, expreso profunda gratitud al Señor por esta presencia tan significativa para la Iglesia. Pero este cuadro, que ofrece motivos de consuelo, no debe hacer olvidar otros aspectos que suscitan comprensible preocupación. Ante todo, la escasez de sacerdotes: es un dato que os induce justamente a dedicar una especial solicitud a la pastoral vocacional. También, desde este punto de vista, el esfuerzo por formar sólidas familias cristianas se revela de particular importancia para la vida de la Iglesia, porque precisamente de la familia depende la posibilidad de contar con nuevas generaciones sanas y generosas, y de presentarles la belleza de una vida consagrada totalmente a Cristo y a los hermanos.
Por eso, habéis hecho bien en tomar como punto prioritario de vuestro compromiso la atención a las familias, tanto a las que se están formando como a las ya formadas, que quizá atraviesan dificultades. La familia, que en el ámbito natural es la célula de la sociedad, en el sobrenatural es escuela fundamental de formación cristiana. Con razón el concilio Vaticano II la presentó como "iglesia doméstica", afirmando que en ella "los padres han de ser para sus hijos los primeros anunciadores de la fe con su palabra y con su ejemplo, y han de favorecer la vocación personal de cada uno y, con un cuidado especial, la vocación a la vida consagrada" (Lumen gentium, 11).
Correlativamente a este punto programático de vuestro compromiso pastoral, habéis dedicado vuestra atención a la "familia ampliada", que es la parroquia, conscientes de que en este ámbito el creyente experimenta la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo y aprende a vivir la dimensión social de la fe. Desde este punto de vista, es muy importante la inserción de los laicos en la actividad parroquial y su introducción a una sana y rica vida litúrgica. La comunidad cristiana es un grupo de personas con sus reglas, un cuerpo vivo que, en Jesús, está en el mundo para testimoniar la fuerza del Evangelio. Por tanto, se trata de un conjunto de hermanos y hermanas que no buscan el poder o un interés egoísta, sino que viven con alegría la caridad de Dios, que es Amor.
En este contexto, el Estado no debería tener dificultad en reconocer a la Iglesia como un interlocutor que no perjudica sus funciones al servicio de los ciudadanos. En efecto, la Iglesia realiza su acción en el ámbito religioso, para permitir a los creyentes expresar su fe, pero sin invadir la esfera de competencia de la autoridad civil. Con su compromiso apostólico y también con su contribución caritativa, sanitaria y escolar, promueve el progreso de la sociedad en un clima de gran libertad religiosa. Como es sabido, la Iglesia no busca privilegios, sino sólo poder cumplir su misión. En realidad, cuando se le reconoce este derecho, toda la sociedad se beneficia.
Venerados hermanos, he aquí algunas reflexiones que quería compartir con vosotros en este primer encuentro. Estoy espiritualmente cercano a vosotros en el ejercicio de vuestro ministerio pastoral, y os exhorto en particular a proseguir con confianza el diálogo ecuménico. Sé que es intenso, como el diálogo con todos los ciudadanos en el campo cultural sobre los valores fundamentales por los que se rige toda convivencia civil. El Señor sostenga con su gracia, por intercesión de su Madre Inmaculada, vuestros esfuerzos pastorales. Yo los acompaño con una cordial bendición apostólica, que os imparto a vosotros, a vuestros sacerdotes, a las personas consagradas y a todos los fieles laicos que forman parte de la grey que os ha encomendado la divina Providencia.

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