Discurso del Santo Padre Benedicto XVI al Señor Georgi Parvanov, Presidente de la República de Bulgaria, 23 de Mayo de 2005

Autor: Benedicto XVI

DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
AL SEÑOR GEORGI PARVANOV,
PRESIDENTE DE LA REPÚBLICA DE BULGARIA
Sábado 23 de mayo de 2005

Señor presidente;
señoras y señores:

Me alegra acogerlo con ocasión de su tradicional homenaje ante la tumba de san Cirilo, y lo saludo cordialmente. Le agradezco las amables palabras que usted ha querido dirigirme. Nuestro encuentro pone de relieve el vínculo milenario de estima y cercanía espiritual que ha unido siempre a los Romanos Pontífices con el noble pueblo que usted representa. Es grande el afecto que siente la Sede apostólica por el pueblo búlgaro. Desde el Papa Clemente I, de venerada memoria, hasta hoy, los Obispos de Roma han mantenido constantemente un diálogo fecundo con los habitantes de la antigua Tracia.
Esta visita suya, señor presidente, es muy significativa, porque está motivada por el recuerdo de dos santos copatronos de Europa, Cirilo y Metodio, que forjaron desde una perspectiva cristiana los valores humanos y culturales de los búlgaros y de otras naciones eslavas. Se puede decir también que, gracias a su acción evangelizadora, se formó Europa, esta Europa de la que Bulgaria se siente parte activa. Asimismo, ante los demás pueblos Bulgaria tiene el deber de ser puente entre Occidente y Oriente. Al dirigirme a usted, quiero expresarle mi aliento a todos sus compatriotas, para que prosigan con confianza esta misión política y social específica.
El encuentro del primer mandatario de Bulgaria con el Sucesor de Pedro, tres años después de la visita a Bulgaria de mi amado predecesor el Papa Juan Pablo II, constituye una nueva confirmación de las buenas relaciones que existen entre la Santa Sede y la nación que usted representa. ¿Cómo no dar gracias a la divina Providencia por esta recuperada capacidad de diálogo amistoso y constructivo, después del largo y difícil período del régimen comunista? Los contactos entre su país y la Santa Sede han experimentado durante el último siglo momentos muy significativos. Pienso, por ejemplo, en el afecto que el delegado apostólico de la época, Angelo Roncalli, futuro Papa Juan XXIII, testimonió a los habitantes de Bulgaria.
Señor presidente, en este momento no puedo por menos de mencionar la cercanía que Bulgaria ha mostrado a la Sede apostólica durante estos dos últimos meses. Usted mismo, el Gobierno, el Parlamento y muchos de sus compatriotas han querido manifestar a la Iglesia católica sus sentimientos sinceros con ocasión de la muerte de Juan Pablo II y de mi elección como sucesor suyo.
Recuerdo también los rostros y la cordialidad de los representantes de la venerable Iglesia ortodoxa de Bulgaria, deseosa de reavivar el diálogo de la caridad en la verdad. Le pido que se haga intérprete de mis sentimientos de gratitud ante ellos, en particular ante el venerado Patriarca búlgaro, Su Santidad Máximo. Tenemos ante nosotros un deber común: estamos llamados a construir juntos una humanidad más libre, pacífica y solidaria.
Desde esta perspectiva, quisiera formular el deseo ferviente de que su nación promueva continuamente en Europa los valores culturales y espirituales que constituyen su identidad. Con este espíritu, le aseguro mis oraciones y, por la intercesión materna de la Virgen María, invoco la abundancia de las bendiciones divinas para su persona, para las personas que lo acompañan y sobre todo para el pueblo de la hermosa tierra de Bulgaria.

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