Jóvenes rusos

Autor: Juan Pablo II

 

 

MENSAJE DE SU SANTIDAD JUAN PABLO II
A UN ENCUENTRO DE JÓVENES DE LA FEDERACIÓN RUSA

Amadísimos jóvenes: 
1. Con gran alegría os dirijo mi saludo a vosotros, que habéis acudido, no sin sacrificios, a Irkutsk desde toda la Federación rusa para participar en el encuentro organizado por vuestros obispos como preparación para la XX Jornada mundial de la juventud, que se celebrará en Colonia, Alemania, en agosto del año próximo. Os saludo a cada uno con afecto. Este encuentro es un momento importante para la Iglesia que vive en la Federación rusa, una Iglesia que en el pasado ha sufrido muchas tribulaciones, ha sido perseguida y martirizada a menudo hasta el derramamiento de la sangre, pero que ha perseverado en la adhesión a Cristo, único Señor, y en la confesión de las verdades perennes de la fe. En esta confesión han estado juntos católicos, ortodoxos y protestantes. Su testimonio ha llegado a ser para todos nosotros un patrimonio común. "Esto ha de tener un sentido y una elocuencia ecuménicos. El ecumenismo de los santos, de los mártires, es tal vez el más convincente. La communio sanctorum habla con una voz más fuerte que los elementos de división" (Tertio millennio adveniente, 37). Por tanto, la Iglesia tiene puesta, con razón, una gran esperanza en vosotros, queridos jóvenes, y con confianza espera de vuestro entusiasmo y del vigor de vuestra juventud nuevas fuerzas para su misión.

Por eso, se pone a la escucha de los interrogantes fundamentales que lleváis en vuestro corazón, interrogantes sobre el sentido que es preciso dar a la vida. Fiodor Dostoievski escribió:  "El hombre es un misterio. Un misterio que es necesario esclarecer; y, si pasas toda la vida tratando de esclarecerlo, no digas que has perdido el tiempo; yo estudio este misterio porque quiero ser hombre" (Carta a su hermano Mijail, 16 de agosto de 1839). Queridos jóvenes, el verdadero sentido de la existencia se encuentra en la adhesión a Jesús, "camino, verdad y vida" (Jn 14, 6).

Sólo él tiene palabras que dan vida, llaman a la existencia, muestran el camino, confortan los corazones defraudados, infundiendo nueva esperanza. "El misterio del hombre -enseña el concilio Vaticano II- sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado" (Gaudium et spes, 22).
2. "Queremos ver a Jesús" (Jn 12, 21):  este fue el tema de la reciente Jornada mundial de la juventud, última etapa antes de la gran cita de Colonia. En esa petición que formularon algunos griegos al apóstol Felipe resuena también el grito silencioso, y la mayoría de las veces inconsciente, de muchos de vuestros coetáneos, que "piden a los creyentes de hoy no sólo "que hablen" de Cristo, sino en cierto modo que se lo hagan "ver". Y ¿no es cometido de la Iglesia reflejar la luz de Cristo en cada época de la historia y hacer que su rostro resplandezca también ante las generaciones del nuevo milenio?" (Novo millennio ineunte, 16). Por tanto, urge mostrar el rostro de Cristo, que vive en su Iglesia, señalándolo como el único camino que conduce a la verdad sobre el hombre y a su felicidad plena.
El inestimable tesoro de la tradición cristiana, enriquecido con la sangre de los mártires, debe conservarse y proponerse nuevamente con valiente coherencia. Queridos jóvenes, debéis resistir a la tentación, hoy sutil y letal, de dejar a Dios fuera de la vida o de reducir la fe a gestos episódicos y formales. La Iglesia necesita testigos dispuestos a seguir a Cristo hasta la cruz. Vuestros coetáneos, a menudo distraídos por los espejismos de una vida fácil y cómoda, por las tentaciones de la droga y del hedonismo, acabando muchas veces por convertirse en esclavos de la violencia, del sin sentido y de la desesperación, esperan hoy más que nunca esta fidelidad radical al Evangelio. No permitáis que la libertad reconquistada en vuestra querida nación a costa de grandes sacrificios y sufrimientos se disipe a causa de la búsqueda de falsos ideales. Cristo es nuestra verdadera libertad, pues nos ha liberado definitivamente de la esclavitud del pecado. Sólo en él encuentra sentido y paz nuestro corazón.
3. El Padre celestial nos envió a su Hijo porque quiere la salvación de todos los hombres, y vosotros podéis ser, en el mundo y para el mundo, el rostro de su amor misericordioso.
Este es vuestro compromiso diario. Este es vuestro objetivo constante, que podréis alcanzar también gracias a los programas y a las iniciativas que vuestros pastores os proponen para responder a los desafíos sociales, culturales y espirituales de nuestro tiempo. Uníos a los jóvenes cristianos del mundo entero en la peregrinación ideal hacia Colonia, para vivir juntos la XX Jornada mundial de la juventud. Desde ahora os invito cordialmente a no faltar a esa gran cita eclesial.
Os encomiendo a la Virgen María, Madre de Cristo y de la Iglesia. El Papa, vuestros obispos y toda la comunidad cristiana cuentan con vosotros.
Con estos sentimientos, me alegra enviaros mi bendición, que extiendo de buen grado a vuestros pastores y a vuestras familias. Vaticano, 26 de julio de 2004