Llegada a Argentina
VIAJE APOSTÓLICO A URUGUAY, CHILE Y ARGENTINA
CEREMONIA DE BIENVENIDA
SALUDO DE JUAN PABLO II
AL PUEBLO ARGENTINO
Aeropuerto «Jorge Newbery» de Buenos Aires
Lunes 6 de abril de 1987
Señor Presidente de la República,
dignísimas autoridades de la nación,
amados hermanos en el Episcopado,
queridísimos argentinos todos:
1. Siento una profunda alegría y una gran emoción, al pisar por segunda vez en mi pontificado esta tierra bendita de Argentina.
Vine aquí por primera vez en junio de 1982, en momentos particularmente difíciles para vuestra nación, como mensajero de la paz de Cristo. Vuelvo ahora de nuevo en visita pastoral para seguir cumpliendo la misión, que el Señor me ha encomendado, de evangelizar y ser Maestro de la fe, ejerciendo a la vez, corno Sucesor de Pedro, el ministerio de confirmar a mis hermanos. Pido a Cristo Jesús que durante los días que tendré el gozo de vivir con vosotros, la semilla del Evangelio penetre más profundamente en todos los ambientes de esta noble y fecunda tierra argentina.
Este viaje al Cono Sur del Continente americano tiene, además, un sentido peculiar de gratitud al Señor por el don de la paz entre dos pueblos hermanos de uno y otro lado de los Andes. Durante estos años he seguido de cerca todo el proceso, felizmente concluido, con la solución del diferendo sobre la zona austral entre Argentina y Chile. Considero ahora motivo de gran satisfacción poder celebrar juntos en el Señor la paz reafianzada, testimonio elocuente de las hondas raíces cristianas que hermanan a estas queridas naciones. ¡Que Cristo, Príncipe de la Paz, ilumine y proteja siempre a toda América, llevándola por caminos de solidaridad y de verdadera paz!
2. Agradezco vivamente vuestra acogida entusiasta y cordial.
Me ha sido muy grato aceptar las insistentes y amables invitaciones que tanto el Presidente de la República, como el Episcopado, me han hecho para venir a la Argentina.
Le doy gracias, Señor Presidente, y le saludo con toda deferencia, manifestándole también mi profundo reconocimiento por sus expresivas palabras de bienvenida. Hago extensivo mi saludo a todas las autoridades civiles y militares aquí presentes.
Asimismo dirijo mi saludo más cordial y fraterno a los señores cardenales y a todos los demás hermanos obispos que han venido a recibirme en nombre de esta amada Iglesia que está en Argentina.
Mi afectuoso saludo va también a los sacerdotes, religiosos y religiosas y a todos los fieles de este noble y querido país. Tendré ocasión de encontrarme con vosotros en mi itinerario evangelizador que, partiendo de esta capital, me llevará a Bahía Blanca, Viedma, Mendoza, Córdoba, Tucumán, Salta, Corrientes, Paraná y Rosario.
Hubiera querido añadir a éstas otras localidades, a las que también había sido invitado, para recorrer con más detenimiento tantos y tan variados lugares donde viven y trabajan los argentinos: los cerros y valles del noroeste, la llanura del Chaco y el Litoral, la Selva de Misiones, las inmensidades de la Pampa, la meseta Patagónica, y llegar incluso hasta la Tierra del Fuego, que es ya tierra de paz. Me gustaría saludar personalmente a todos los argentinos y oírles hablar con los variados acentos de las diversas regiones. Dado que el tiempo, necesariamente limitado, no me lo permite, sepan los argentinos que habitan desde la Quebrada del Humahuaca, hasta Ushuaia, desde el Aconcagua hasta las cataratas del Iguazú, que a todos los llevo estos días muy dentro en mi corazón, que por todos pido en mis oraciones y que, dondequiera que me encuentre, a todos van dirigidos mi mensaje y mi palabra, que quieren ser luz para las conciencias y aliento para caminar por el sendero de la esperanza.
Tengo presente de modo particular a los jóvenes argentinos y a los que vendrán desde otros países para celebrar juntos conmigo, el Domingo de Ramos, la Jornada mundial de la Juventud bajo el signo del amor y de la fraternidad.
3. En esta visita pastoral, vengo a anunciaros el mensaje del Evangelio, el mismo mensaje que predicaron en estas tierras hace ya casi quinientos años, los primeros misioneros llegados de España; el mismo que han seguido difundiendo a los largo de estos cinco siglos, tantos evangelizadores venidos después; el mensaje que habéis meditado intensamente durante estos meses anteriores a mi venida, con una misión preparatoria, que ha sido desarrollada de acuerdo con las orientaciones marcadas por esa nueva y programada etapa de evangelización, a la que ahora está abocada toda América Latina.
He visto que aquí habéis tomado, como símbolo de esta nueva evangelización, la cruz implantada en la primera diócesis de América Latina en 1511: Es un gesto elocuente que, evocando al apóstol San Pablo, invita a gloriarnos sólo en Cristo, y este crucificado .
Hoy, cuando nos encontramos ya casi en el umbral del tercer milenio de la era cristiana, y Argentina está iniciando un nuevo período de su historia, el Sucesor de Pedro viene a visitaros en nombre de Cristo, y a E1 encomienda su peregrinación apostólica en esta amada nación. Ruego al Altísimo que las jornadas que vamos a vivir unidos en la fe y en la caridad, produzcan abundantes frutos de renovación cristiana, de paz, solidaridad y concordia.
Os invito pues a orar conmigo para que todos sepáis acometer, con decisión y sin temor, los grandes desafíos de la hora presente, y avanzar en el camino del verdadero progreso integral de vuestra patria. En modo particular pido a los enfermos, a los pobres y a todos los que sufren, que recen a Dios por las intenciones pastorales de mi viaje. Como predilectos del Señor, vosotros estáis siempre presentes en mi afecto y en mi corazón.
4. Estando ya en la Argentina, levanto espiritualmente la mirada hacia Nuestra Señora de Luján. Patrona de todos los argentinos. A Ella quiero consagrar vuestra vida actual y el futuro de los hijos de esta nación. Bajo su protección maternal, y en el nombre de la Santísima Trinidad, inicio esta visita de gratitud al Príncipe de la paz en esta bendita tierra argentina.
Argentina, ¡que Dios te bendiga!
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