Mensaje del Papa Benedicto XVI con ocasión de un coloquio en el XXV aniversario de la visita de Juan Pablo II a la UNESCO, 24 de mayo de 2005
MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
CON OCASIÓN DE UN COLOQUIO EN EL XXV ANIVERSARIO
DE LA VISITA DE JUAN PABLO II A LA UNESCO
A su eminencia
Señor cardenal
JEAN-LOUIS TAURAN
Archivero y bibliotecario
de la santa Iglesia romana.
Le ruego tenga a bien transmitir mi cordial saludo a todas las personas que participan en el coloquio "Cultura, razón y libertad", que se celebra en París para conmemorar la visita de mi venerado predecesor el Papa Juan Pablo II a la Organización de las Naciones Unidas para la educación, la ciencia y la cultura, el 2 de junio de 1980. Quiero saludar en particular al señor Koïchiro Matsuura, director general de la Unesco, recordando que la organización celebra este año el sexagésimo aniversario de su constitución. Saludo asimismo al señor Michael Omolewa, presidente de la Conferencia general de la Unesco, a sus colaboradores y a todas las personas acreditadas ante esta institución.
Podemos sentir hoy un inmenso agradecimiento al Papa Juan Pablo II que, con su experiencia personal y cultural, destacó siempre en sus enseñanzas el lugar central e insustituible del hombre, así como su dignidad fundamental, fuente de sus derechos inalienables. Hace veinticinco años, el Papa declaró en la sede de la Unesco que, "en el campo de la cultura, el hombre es siempre el hecho primero: el hombre es el hecho primordial y fundamental de la cultura" (n. 8: L'Osservatore Romano, edición en lengua española, 15 de junio de 1980, p. 12). Uno de los puntos fundamentales de su reflexión ante ese "areópago de las inteligencias y de las conciencias", como definió entonces a sus interlocutores, fue tal vez recordar a cada uno de sus miembros su responsabilidad: "Construyan la paz empezando por su fundamento: el respeto de todos los derechos del hombre, los que están ligados a su dimensión material y económica, y los que están ligados a la dimensión espiritual e interior de su existencia en este mundo" (ib., n. 22).
Anunciar la novedad liberadora del Evangelio a todos los hombres, unirse a ellos en todo lo que atañe a su existencia y expresa su humanidad, es el desafío permanente de la Iglesia. Esta misión, que la Iglesia ha recibido de su Señor, se une fundamentalmente a vuestro proyecto y justifica claramente que la Santa Sede, mediante la presencia de un observador permanente, haya deseado siempre participar en vuestra reflexión y en vuestro compromiso. La Iglesia católica lo seguirá haciendo, movilizando todas sus fuerzas, que son ante todo de naturaleza espiritual, para contribuir al bien del hombre en todas las dimensiones de su ser.
En un mundo a la vez múltiple y fragmentado, pero también sometido a las fuertes exigencias de la globalización de las relaciones económicas y, más aún, de las informaciones, es muy importante movilizar las energías de la inteligencia para que se reconozcan por doquier los derechos del hombre a la educación y a la cultura, especialmente en los países más pobres. En este mundo, donde el hombre debe aprender cada vez más a reconocer y respetar a su hermano, la Iglesia quiere dar su contribución al servicio de la comunidad humana, iluminando siempre profundamente la relación que une a cada hombre con el Creador de toda vida y que funda la dignidad inalienable de todo ser humano, desde su concepción hasta su muerte natural.
Saludo a los miembros de la comunidad universitaria y a los profesores que participan en este coloquio, y quiero renovarles la confianza de la Iglesia, animándolos a perseverar en su tarea exigente y exaltante al servicio de la verdad. Invito a todos los participantes en este coloquio a poner por obra una verdadera política de la cultura, atenta a preservar las identidades culturales, a menudo amenazadas por relaciones de fuerzas económicas y políticas, pero también a promover la expresión de la cultura del hombre en todas las dimensiones de su ser.
A la vez que saludo cordialmente a todas las personalidades religiosas y civiles presentes en este encuentro, invoco de corazón sobre todos la abundancia de las bendiciones divinas.
Vaticano, 24 de mayo de 2005
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