Visita al albergue de Cáritas en la estación Termini de Roma, 14 febrero 2010 -Benedicto XVI
VISITA AL ALBERGUE DE CÁRITAS EN LA ESTACIÓN TERMINI DE ROMA
DISCURSO DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI
Domingo 14 de febrero de 2010
Queridos amigos:
He aceptado con alegría la invitación a visitar este albergue dedicado a "Don Luigi Di Liegro", primer director de la Cáritas diocesana de Roma, nacida hace más de treinta años. Agradezco de corazón al cardenal vicario Agostino Vallini y al administrador delegado de los Ferrocarriles del Estado, el ingeniero Mauro Moretti, las palabras que me han dirigido cortésmente. Con particular afecto os expreso mi gratitud a todos los que acudís a este albergue y que, a través de la señora Giovanna Cataldo, habéis querido dirigirme un cordial saludo, acompañado del valioso regalo del Crucifijo de Onna, signo luminoso de esperanza. Saludo a monseñor Giuseppe Merisi, presidente de la Cáritas italiana; al obispo auxiliar, monseñor Guerino Di Tora; y al director de la Cáritas de Roma, monseñor Enrico Feroci. Me alegra saludar a las autoridades presentes, en particular al ministro de Infraestructuras y Transportes, Altero Matteoli; al alcalde de Roma, Gianni Alemanno, a quien agradezco la ayuda constante y concreta ofrecida por el Ayuntamiento de Roma a las actividades del albergue. Saludo a los voluntarios y a todos los presentes. ¡Gracias por vuestra acogida!
Han transcurrido ya veintitrés años desde el día en que esta estructura, realizada con la colaboración de los Ferrocarriles del Estado, que generosamente pusieron a disposición los locales, y con el apoyo económico del Ayuntamiento de Roma, comenzó a acoger a los primeros huéspedes. En el transcurso de los años, al ofrecimiento de un cobijo para quienes no tenían donde dormir, se añadieron otros servicios, como el poliambulatorio y el comedor social, y a los primeros donantes se unieron otros como el ENEL, la Fundación Roma, el ingeniero Agostini Maggini, la Fundación Telecom y el Ministerio de Bienes Culturales-Arcis spa, dando testimonio de la fuerza unificadora del amor. De esta forma el albergue se ha convertido en un lugar donde, gracias al generoso servicio de numerosos agentes y voluntarios, se hacen realidad cada día las palabras de Jesús: "Tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis" (Mt 25, 35-36).
Queridos hermanos y amigos que encontráis aquí acogida, sabed que la Iglesia os ama profundamente y no os abandona, porque reconoce en el rostro de cada uno de vosotros el rostro de Cristo. Él quiso identificarse de forma totalmente particular con aquellos que se encuentran en la pobreza y en la indigencia. El testimonio de la caridad, que se hace especialmente concreto en este lugar, pertenece a la misión de la Iglesia junto con el anuncio de la verdad del Evangelio. El hombre no sólo tiene necesidad de alimento material o de ayuda para superar los momentos de dificultad; también necesita saber quién es y conocer la verdad sobre sí mismo, sobre su dignidad. Como recordé en la encíclica Caritas in veritate, "sin verdad, la caridad cae en mero sentimentalismo. El amor se convierte en un envoltorio vacío que se rellena arbitrariamente" (n. 3).
Por eso, la Iglesia, con su servicio en favor de los pobres, está comprometida a anunciar a todos la verdad sobre el hombre, que es amado por Dios, ha sido creado a su imagen, redimido por Cristo y llamado a la comunión eterna con él. Así muchas personas han podido redescubrir, y siguen redescubriendo, su propia dignidad, perdida a veces por acontecimientos trágicos, y recuperan la confianza en sí mismos y la esperanza para el futuro. A través de los gestos, las miradas y las palabras de cuantos prestan su servicio aquí, numerosos hombres y mujeres constatan que su vida está custodiada por el Amor, que es Dios, y que gracias a él tienen sentido e importancia (cf. Spe salvi, 35). Esta certeza profunda genera en el corazón del hombre una esperanza fuerte, sólida, luminosa, una esperanza que infunde valor para proseguir en el camino de la vida a pesar de los fracasos, las dificultades y las pruebas que la acompañan. Queridos hermanos y hermanas que trabajáis en este lugar, tened siempre ante vuestros ojos y en vuestro corazón el ejemplo de Jesús, que por amor se hizo nuestro servidor y nos amó "hasta el extremo" (cf. Jn 13, 1), hasta la cruz. Por tanto, sed testigos gozosos de la infinita caridad de Dios e, imitando el ejemplo del diácono san Lorenzo, considerad a estos amigos vuestros como uno de los tesoros más preciosos de vuestra vida.
Mi visita tiene lugar en el Año europeo de la lucha contra la pobreza y la exclusión social, proclamado por el Parlamento europeo y por la Comisión europea. Al venir a este lugar como Obispo de Roma, Iglesia que desde los primeros tiempos del cristianismo preside en la caridad (cf. San Ignacio de Antioquía, Carta a los Romanos, 1, 1), deseo animar no sólo a los católicos, sino a todos los hombres de buena voluntad, en particular a quienes tienen responsabilidad en la administración pública y en las distintas instituciones, a comprometerse en la construcción de un futuro digno del hombre, redescubriendo en la caridad la fuerza propulsora para un auténtico desarrollo y para la realización de una sociedad más justa y fraterna (cf. Caritas in veritate, 1). De hecho, la caridad "no es sólo el principio de las micro-relaciones, como en las amistades, la familia, el pequeño grupo, sino también de las macro-relaciones, como las relaciones sociales, económicas y políticas" (ib., 2). Para promover una convivencia pacífica que ayude a los hombres a reconocerse miembros de la única familia humana es importante que las dimensiones del don y de la gratuidad sean redescubiertas como elementos constitutivos de la vida cotidiana y de las relaciones interpersonales. Todo esto resulta cada día más urgente en un mundo en el que, en cambio, parece prevalecer la lógica del lucro y de la búsqueda del propio interés.
El albergue de Cáritas constituye, para la Iglesia de Roma, una magnífica ocasión para educar en los valores del Evangelio. La experiencia de voluntariado que viven muchos aquí es, especialmente para los jóvenes, una auténtica escuela en la que se aprende a ser constructores de la civilización del amor, capaces de acoger al otro en su unicidad y diferencia. De esta forma el albergue manifiesta concretamente que la comunidad cristiana, a través de sus propios organismos y sin renunciar a la Verdad que anuncia, colabora útilmente con las instituciones civiles para la promoción del bien común. Confío en que la fecunda sinergia que se realiza aquí se extienda también a otras realidades de nuestra ciudad, especialmente a las zonas donde se notan más las consecuencias de la crisis económica y donde son mayores los riesgos de la exclusión social. En su servicio a las personas que atraviesan dificultades, la Iglesia se mueve únicamente por el deseo de manifestar su fe en el Dios que es el defensor de los pobres y que ama a cada hombre por lo que es y no por lo que posee o realiza. La Iglesia vive en la historia con la conciencia de que las angustias y las necesidades de los hombres, sobre todo de los pobres y de todos los que sufren, son también las de los discípulos de Cristo (cf. Gaudium et spes, 1) y por ello, respetando las competencias propias del Estado, se esfuerza por lograr que a cada ser humano se le garantice lo que le corresponde.
Queridos hermanos y hermanas, para Roma el albergue de la Cáritas diocesana es un lugar donde el amor no es sólo una palabra o un sentimiento, sino una realidad concreta, que permite a la luz de Dios entrar en la vida de los hombres y de toda la comunidad civil. Esta luz nos ayuda a mirar con confianza al mañana, seguros de que también en el futuro nuestra ciudad seguirá siendo fiel al valor de la acogida, tan fuertemente arraigado en su historia y en el corazón de sus ciudadanos. Que la Virgen María, Salus populi romani, os acompañe siempre con su intercesión maternal y os ayude a cada uno de vosotros a hacer de este lugar una casa donde florezcan las mismas virtudes presentes en la santa casa de Nazaret. Con estos sentimientos, os imparto de corazón la bendición apostólica, extendiéndola a vuestros seres queridos y a todos losque en este lugar viven y se entregan con generosidad.
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